Un sesentón de aspecto conservador tiene un desayuno romántico con una veinteañera preciosa y seductora. Su mesa está instalada bajo un árbol en medio de la bellísima campiña italiana y él, conmovido por su suerte, no puede más que reconocer su felicidad. Es justo en ese momento que la pata de su silla queda atrapada entre los rieles de una vía ferroviaria. Sorprendido busca a la chica con la mirada pero ya no está frente a él, sino que subida a una rama le avisa que el tren se acerca. Cuando vuelve a tomar consciencia, el pobre descubre que está atado a la silla y que no puede escapar. El tren está ahí nomás y ahora la desesperación lo dejó sin palabras. Enseguida se despierta a los gritos en su habitación. En la siguiente escena está en el consultorio de su psicoanalista, quien le dice que “el timón de la vida siempre está en nuestras manos” y que en ocasiones la ayuda del Banco de Roma “puede ser providencial”. Atribulado, el hombrecito quiere saber más, pero el analista le responde que él solo se ocupa “de cuestiones psicológicas” y que “para todo lo demás está el Banco de Roma”. “Acepte mi consejo y sus noches serán más tranquilas”, concluye el émulo de Freud. El corto titulado Desayuno sobre la hierba es uno de los tres que Federico Fellini filmó en 1992 para la campaña publicitaria del banco romano. Esos tres spots fueron lo último que el italiano dirigió antes de morir al año siguiente. A pesar de su origen bastardo, todos ellos son legítimamente “fellinescos” y exhiben ese poderoso núcleo estético y el imaginario que definen la obra de quien es uno de los grandes maestros del cine en el siglo XX, de cuyo nacimiento en la ciudad italiana de Rímini hoy se cumplen cien años.
Considerado uno de los creadores más talentosos de la historia del cine, Fellini es quizá el nombre más importante dentro de la genealogía del séptimo arte en Italia. Su nombre se destaca incluso por encima de pesos pesados como Vittorio De Sica, Michelangelo Antonioni, Roberto Rossellini, Pier Paolo Pasolini, Sergio Leone o Luchino Visconti. Imposible decir si fue el mejor, porque esa es una categoría demasiado contaminada por la subjetividad, pero sin dudas su obra es la que mayor popularidad le dio al cine de su país alrededor del mundo. Películas como La strada, La dolce vita, Las noches de Cabiria, 8½ o Amarcord suelen ser citadas entre las mejores de la historia. En ellas la ficción siempre remite con ironía a la realidad y el humor se trenza con el drama en universos siempre luminosos, a veces idílicos, en donde el enrarecimiento onírico es el código a través del cual se expresan la nostalgia y una memoria que nunca resigna emotividad.
El trabajo de Fellini no estuvo exento de polémicas, generadas sobre todo alrededor de sus primeras películas, que impactaron en el corazón de su tiempo con la potencia de lo inédito. Alcanza con mencionar el caso de La dolce vita, estrenada en 1960, ante cuya mirada ácida de la sociedad no pocos se sintieron ofendidos. En especial los popes de la Iglesia Católica, que desde alguna oscura dependencia oficial del Vaticano llegaron a calificar al film como “desagradable, obsceno, indecente y sacrílego”. Incluso algunos diputados de la Democracia Cristiana, partido que en ese momento gobernaba Italia, expresaron entonces que la película podía representar un “peligroso empujón hacia un despertar revolucionario”. No se equivocaban: La dolce vita se estrenó en un mundo que todavía se escandalizaba por los movimientos de la cadera de Elvis Presley y apenas unos años antes de que fenómenos como la beatlemanía, el feminismo o la revolución sexual cambiaran para siempre la configuración de las sociedades modernas. De algún modo las fantasías de Fellini captaban el espíritu de una época y las miradas más conservadoras no pudieron evitar ver libertinaje donde solo había un retrato lúdico y expresionista de un profundo deseo de libertad.
Se vuelve difícil escribir sobre Fellini sin mencionar el vínculo amoroso y creativo que lo unió a Giulietta Masina, actriz fetiche, musa inspiradora y pareja del cineasta, con quien se conoció en 1942 cuando ambos trabajaban en el radioteatro Las aventuras de Cicco y Pallina, ella como protagonista, él como libretista. Se casaron un año más tarde en una Roma oscurecida por la Segunda Guerra Mundial y se mantuvieron juntos durante 50 años. En el cine compartieron siete largometrajes, que incluyen el debut de Fellini como director en Luces de varieté, codirigido junto a Alberto Lattuada en 1950, y también el debut en solitario que tuvo lugar dos años después con el estreno de El sheik, donde Masina ya era coprotagonista de Alberto Sordi. En 1954 la actriz protagonizó junto a Anthony Quinn La strada, primera película de Fellini en ganar un Oscar (Mejor Película Extranjera) y primer gran salto del director en el plano internacional. La colaboración se extendería en El cuentero (1955), Las noches de Cabiria (1957), Giulietta de los espíritus (1965) y tendría su broche de oro dos décadas después con la crepuscular Ginger y Fred (1986), anteúltimo trabajo del cineasta que también es su último trabajo junto a Marcello Mastroiani. En el camino quedaban la muerte de su hijo Pier Federico, fallecido en 1945 a causa de una neumonía antes de cumplir un mes de vida; las infidelidades de él, que una vez convertido en celebridad se permitió acumular amantes; y medio siglo de un amor que la muerte convirtió en eterno cuando Masina falleció el 23 de marzo de 1994, apenas cinco meses después que su esposo.
Sus películas fueron nominadas a 21 premios Oscar, ganando cuatro veces el de Mejor Película Extranjera (La strada en 1957; Las noches de Cabiria en 1958; 8½ en 1964 y Amarcord en 1975) y otras tres el de Mejor Diseño de Vestuario (la primera en 1962 por La dolce vita, la segunda por 8½ y la última por Casanova en 1977). En el terreno personal Fellini fue nominado doce veces a la estatuilla dorada, ocho como guionista y las otras cuatro como director por La dolce vita, 8½, Amarcord y en 1971 por Satiricón. No ganó ninguna. Los socios del club de Hollywood compensarían la injustica justo a tiempo, entregándole un Oscar honorario en 1993, pocos meses antes de su muerte, ocurrida el 31 de octubre de ese año.
Homenaje en el CCK
Con motivo de celebrar el centenario de su nacimiento, el Ministerio de Cultura de la Nación y el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales homenajearán este lunes al director y guionista italiano Federico Fellini con la proyección de 8½ (1963), uno de los largometrajes más celebrados de su filmografía. La misma tendrá lugar a las 19 en la Sala Argentina del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151), con entrada gratuita, hasta agotar la capacidad de la sala. Protagonizado por Marcello Mastroiani, quien fuera uno de sus actores predilectos, 8½ narra las cavilaciones de un director de cine agobiado por una crisis existencial y creativa, en el que la fantasía onírica tiende abundantes puentes con la realidad. Rodada en blanco y negro y con una banda sonora compuesta por el prestigioso Nino Rota, habitual colaborador del cineasta, cuenta con un elenco que incluye a estrellas como Claudia Cardinale y Anouk Aimée.