En una época lucía en la vidriera de un comercio de ropa para jóvenes del centro de Villa Gesell una remera que decía: “Las chicas juegan al hockey, los chicos al fútbol y los hombres al rugby ”. Eran tiempos previos a la deconstrucción, de humor misógino, segregación machista en el deporte y una aversión por la diversidad sexual que venían refractados desde los centros urbanos donde provenía el principal “recurso económico” del pueblo: los turistas. Es que en Gesell –por el contrario– el hockey lo practicaban los chicos (principalmente en el Polideportivo Municipal) y el rugby se convirtió en un fenómeno de chicas a través de Las Cobras, un equipo autogestivo inédito en la zona y que recorrió el país compitiendo contra el machismo.
La frase de aquella remera que aparecía exhibida en plena Avenida 3 hoy luce anacrónica e incluso contradictoria, ya que la última medalla olímpica dorada de Argentina la obtuvieron chicos jugando al hockey, mientras que las chicas tuvieron en 2019 un interesante Mundial de fútbol y su primer torneo nacional semi-profesional. Pero el rugby, en cambio, entró como nunca en un cono de sombra ya no por sus resultados deportivos sino por la eclosión de eso que el microuniverso de colegios privados y clubes de elite da en llamar valores, palabra que –de tan repetida– terminó convirtiéndose en un significante vacío. ¿Valor es compartir un sánguche en un tercer tiempo? ¿Gritarle desde una camioneta “¡puto!” a alguien que va caminando por la calle? ¿O atacar en grupo como hacen las pirañas?
Si Mar del Plata fue el primer lugar al que la clase laburante pudo irse de vacaciones tras el decreto firmado por el entonces secretario de Trabajo Juan Perón en 1945 (en cuatro días se cumplirán 75 años), Gesell empezó a transformarse dos décadas después en un rito iniciático para la pibada: la Villa se inscribió como el sitio sagrado en el que los jóvenes experimentaban el trip de viajar sin los viejos sino quizás con amigos, amigas, amigues, alguna pareja o cualquier otra compañía generacional.
Así se viene repitiendo y expresando a través de distintos hitos y ejemplos en los que se suceden pioneros de nuestra cultura rock, futbolistas, actrices, cantantes de cumbia, hiphoperos o Fernando Báez Sosa, el pibe de 18 años al que los padres le dieron una mano para irse un finde de descanso y terminó volviendo a Buenos Aires en un cajón porque una jauría de rugbiers lo ultimó a patadas en la vereda de enfrente de Le Brique, el más antiguo de los cada vez menos boliches que subsisten en Gesell.
Como en tantas otras historias, ésta también es presentada originalmente como una “lucha entra bandas” dentro de la disco, aunque luego el fiscal explicó ante varios medios que Fernando no propinó golpes sino que simplemente intentó separar a sus amigos de los rugbiers, quienes se trenzaron porque uno chocó a otro, se volcó un trago y se manchó una camisa. Sin embargo, el boliche pareció haber optado por la simple: ubicar en un mismo lugar de culpabilidad a todos y echarlos a la calle, donde varios videos muestran la brutalidad con la que un Báez Sosa totalmente indefenso fue golpeado hasta la muerte. Un día después, Le Brique subió a sus redes fotos de gente amontonada bailando con la leyenda “Es fiesta”.
En una ciudad bañada de arena, Le Brique suma su granito a las malas noticias que acumulan sus boliches en los últimos veranos: el complejo Pueblo Límite fue en 2019 escenario de dos violaciones a pibas; una en un baño y otra en las adyacencias, las dos igual de horrendas e impunes. A raíz de los últimos hechos, un usuario de Twitter subió un video filmado hace unos 10 días en Gesell , donde tres rugbiers atacan a un muchacho más o menos con el mismo modus operandi: intimidarlo, rodearlo, pegarle patadas en la cara y precisos golpes de puño a la altura de la mandíbula. La escena parece calcada a la de la madrugada del sábado en Le Brique, ya que además es en la vereda de enfrente del otro boliche, Pueblo Límite.
Lejos del hippismo experimental, la naturaleza aspiracional y el entorno inspirador que supo ser su hummus del márketing sin márketing –“El balneario que se recomienda de amigo a amigo”, decía un viejo slogan que competía subrepticiamente con la promoción que el vecino Pinamar direccionaba hacia el segmento ABC1–, Villa Gesell poco a poco y sin que nadie lo viera o lo quisiera ver se fue convirtiendo en aquello que intentaba combatir. ¿Cómo pasó de ser la localidad balnearia que prometía detox de los malos hábitos urbanos a este desborde donde, por el contrario, hoy se amplifica aquello que antes se rechazaba? Un día antes de la muerte de Fernando, a apenas 400 metros, fue encontrado otro joven apuñalado cerca de la playa y hoy internado en terapia intensiva.
En la mejor temporada de los últimos años para la Costa Atlántica, la vieja meca de la juventud es noticia por sus after beachs llenos de alcohol y pirotecnia , las increíbles batallas con botellas voladoras en plena playa, los policías que se admiten desbordados por la cantidad de pibes que bajan a la arena con bebidas escondidas en termos, y el miedo que amplifican estos sucesos. Como hace el mar con los objetos que no desea (los residuos, por ejemplo), la Villa deglute, internaliza y procesa elementos que luego volverán a la orilla de otra forma. La pregunta es si esa nueva forma será para mejor o para peor de una historia que se aleja de sus mejores colores.