En este verano vertiginoso, la festiva publicidad de Brahma prefiguró una relación peligrosa: patota, alcohol, el disfrute mezclado con la violencia sobre Otra (otro, otre). La reacción generalizada e inmediata que la publicidad levantó no ya –como en otras épocas- motorizada exclusivamente por organizaciones feministas sino amplificada en el rechazo social, fue también la puerta de entrada en la gran cantidad de análisis que, después del asesinato en patota de Fernando Báez Sosa, pusieron el foco en la violencia patriarcal que germina y florece en los clubes de rugby con clarísimo contenido de clase. Las chicas están para divertir(se), a la fuerza. O mejor dicho, como objeto de la diversión ajena. Y en esa chica sumergida como “bautismo birrero” se ejecutó la violencia simbólica que muy pronto escalaría hasta lo irreversible, no en relación de causa y efecto pero sí como partes del mismo entramado simbólico. En estos días se ha dicho hasta el hartazgo que es el patriarcado. Sí.
La publicidad de Brahma fue el primer escándalo del verano, luego fue el cordero tirado desde un helicóptero, para dejar paso al dolor y el horror del homicidio en patota. Que la vía libre para la violencia machista escala desde lo simbólico hasta el femicidio lo vienen diciendo las feministas desde hace décadas. Que las jerarquías de género, raza y clase se entraman en una estructura social donde hay cuerpos –y vidas- que valen menos, también.
¿Qué tiene que ver la cerveza con todo eso? Ahora, una de las explicaciones que se encuentran al paso para la violencia es el consumo desmedido de alcohol, adicción con una droga legal que siempre aparece como problema cuando chicas y chicos traspasan los límites del disfrute hasta el exceso que les lleva a comas alcohólicos. Pero entonces, ¿el problema es el alcohol? ¿El mismo que las publicidades muestran como la panacea de un verano divertido? El consumo hoy puesto en cuestión es justamente el que se propicia en medios de comunicación y redes sociales. No es la cerveza, aunque sí ayudan algunas publicidades que exaltan las acciones en patota. Porque sí, la violencia mata.
Eso lo entendieron las 150 integrantes de Birreras de Argentina, un colectivo de mujeres vinculadas de algún modo con la cerveza artesanal. “Dada la situación de público conocimiento acerca del repudiable comercial de una marca de cerveza industrial, desde Birreras sentimos la necesidad de expresarnos manifestando el dolor y asco que nos producen este tipo de comerciales misóginos, sexistas y retrógrados. En el mismo se visibiliza la vulneración al libre derecho de elección, quebrando la voluntad de una mujer, haciendo apología a la violación en manada tras doblegar a la protagonista del spot colocándola en un lugar de sometimiento ante el ritual de iniciación forzado, naturalizando así la violencia en un país donde cada 26 horas muere una mujer por su condición de mujer”, dice el comunicado que publicaron el 14 de enero. Hicieron algo más: una presentación ante el Ministerio de las Mujeres. “Hubieron personas que redactaron el guión, produjeron el spot, y aprobaron el contenido. Personas que ocupan cargos en la Empresa y en la Agencia que avalaron el mensaje a los cuales deseamos, más allá de las penalidades que correspondan, se les haga llegar una capacitación con perspectiva de género”, dijeron las Birreras en su pedido a la cartera que conduce Elizabeth Gómez Alcorta.
La cerveza asociada, además, a la masculinidad. La violencia, en esta sociedad, forma parte indisoluble de una idea de la masculinidad. De la hombría, pero sobre todo del dominio. Ya lo escribió bell hooks en “El feminismo es para todo el mundo”. “En una cultura de la dominación, todas las personas son socializadas para ver la violencia como un modo aceptable de control social. Los grupos dominantes mantienen el poder a través de la amenaza (se lleve o no a la práctica) de que se aplicará un castigo violento, físico o psicológico, cuando las estructuras jerárquicas establecidas se vean amenazadas”, dice el libro ya canónico de la feminista negra estadounidense.
Así como los feminismos, con el Ni Una Menos, hicieron que las violencias hacia las mujeres dejaran de ser un tema individual de cada víctima para pasar a ser en el imaginario colectivo un grave problema social, son también los feminismos lo que vienen plantando la intolerancia hacia las violencias de los más fuertes contra los débiles, al punto que muchos de los análisis que en los últimos días proliferaron pusieron el eje en las formas de socialización de la masculinidad en un deporte como el rugby y en la necesidad de Educación Sexual Integral en las instituciones donde se practica y enseña ese deporte.
Esta columna tenía, originalmente, un motivo (un poco) más festivo. Disputar la inmediata asociación entre cerveza y masculinidad, ya que “encontrarse para tomar una birra”, sin coacciones de por medio, es una de las actividades preferidas de muchas amigas, mujeres y muchas veces también feministas, sobre todo en verano. Exaltar ese disfrute choca, en esta coyuntura, con cierta asimilación entre consumo problemático y crimen. Y he ahí otro malentendido: porque lo que talla cuando hay varones violando en patota a una mujer, o pegándole en patota a un chico indefenso hasta matarlo, no es el consumo de sustancias sino ese permiso social que los autoriza a adueñarse del cuerpo de les otres.