En los últimos días hubo mucha pregunta acerca de porqué el rugby, qué hay allí para que se produzca un asesinato entre adolescentes varones de vacaciones.
Muches hablaron de la fuerza y roce corporal que hay en el deporte. Les voy a invitar a reflexionar sobre otro aspecto: qué significa estar en el “mundo rugby ” en Argentina. Significa pertenecer ¿Pertenecer a qué? Al lado correcto de la vida. El lugar donde están aquelles a quienes le irá mejor. Es un deporte de élite. No de élite abstracta, de élite de cada lugar, de cada ciudad o de cada barrio. Y los modos de pertenencia a estos grupos están altamente ritualizados, como muchas cofradías o corporaciones de nuestra sociedad. Parte de ese ritual es el “aguante” de formas de violencia y crueldad, que quien las soporte, será bienvenido al grupo.
No estoy diciendo nada que sea oculto, está todo a la luz del día. Pero son pequeñas violencias diarias que las familias y las sociedades invisibilizan y hacen la vista gorda, para con sus varones niños, adolescentes y jóvenes para que puedan ingresar y permanecer en “donde hay que estar”.
Pertenecer al lado correcto de la vida, implica que hay otres que no pertenecen. Por lo tanto, al mismo tiempo que se fomenta la camaradería y solidaridad en el grupo, se incorpora la idea de que quienes no pertenecen no “merecen” los mismos miramientos éticos.
Trabajando en colegios secundarios frente a la ola de denuncias de abusos y violencia de género y las respuestas autogestivas de defensa llamadas escraches, insistí en señalar que esos hechos son solo la punta del iceberg de un fenómeno mayor a nivel social: mujeres empoderadas que no quieren ingresar al “corset de género” y varones todavía subjetivados en la masculinidad hegemónica. Que no son malos ni enfermos, sino hijos sanos del Patriarcado. Por lo tanto, son castigados porque ya no hay tolerancia social a sus “mocos” o “joditas”, aún cuando estas acciones son fruto de la impunidad que fueron aprendiendo desde la temprana infancia con los atributos que les fueron enseñados para pertenecer a la masculinidad social valiosa, que aún es una corporación.
Los sucesos de Villa Gesell nos muestran otra cara del mismo fenómeno. En este caso entre varones. Entre varones hegemónicos y varones subalternos. Los varones que están “del lado correcto de la vida” le aplicaron un “disciplinamiento” a quien se metió “donde no se tenía que meter”: un pibito hijo de familia de trabajadores migrantes viviendo en el barrio “rico” por su condición de encargados de edificio.
Todo en la escena de un lugar de vacaciones en el cual hay mezcla de pertenencias sociales que en sus lugares de origen no experimentan. Allí cada uno va al colegio y al club con sus “iguales”, en una sociedad cada vez más segmentada por pertenencia de clase en sus procesos de socialización primaria.
Podemos rasgarnos las vestiduras, pedir penas altísimas por asesinato. Más policía, justicia. Pero todo esto es llegar tarde. Hay que trabajar de manera preventiva y hacernos cargo que educar para la desigualación genera estas monstruosidades de las cuales debemos hacernos cargo: la fabricación de machirulos, la fabricación de nuestros propios frankensteins.
Se los debemos a les pibes.
* Psicoanalista, profesora a cargo de la cátedra de Estudios de Género de la Facultad de Psicología de la UBA