Las mal llamadas retenciones, cuyo nombre correcto es Derechos de Exportación, son consideradas como “un mal necesario y transitorio”, cuando no como un impuesto distorsivo, que se debería abandonar en cuanto la economía alcance una “normalidad” que, por supuesto, refiere a las economías de los países centrales del capitalismo moderno. En el peor de los casos son consideradas como una exacción injustificada a quienes generan mayor riqueza, para sostener a otros sectores productivos ineficientes con fines sociales apañados por la demagogia populista.
Se debe entender por qué las retenciones en Argentina no son un recurso fiscal extraordinario y transitorio, sino un instrumento fundamental de política económica para equilibrar las consecuencias de la estructura productiva desequilibrada (EPD) que tiene la economía local, gracias a la bendición divina de sus riquezas naturales y al desarrollo tardío de su aparato industrial, derivado de la “ingenua” inserción en la división internacional del trabajo a partir del siglo XIX.
Intentar esta explicación no es posible sin referir a Marcelo Diamand, el único “economista” argentino -en realidad ingeniero- que tuvo una idea original, en el sentido de no copiada ni desarrollada a partir de las de algún otro economista anterior. Todos los demás economistas argentinos nos hemos pasado repitiendo o dando vueltas alrededor de las ideas de otros, en la mayoría de los casos referidas a otras realidades, cuando no a meras elucubraciones intelectuales sin fundamento real.
Todo lo que sigue entonces no es más que una interpretación del desarrollo teórico original de Marcelo Diamand sobre las EPD, para explicar por qué en el país las retenciones no son transitorias ni un mal necesario, sino uno de los instrumentos básicos para que se pueda generar pleno empleo y un crecimiento sustentable a largo plazo.
EPD
Lo primero que hay que entender son las características de una EPD y el origen de las diferencias de productividad entre los distintos sectores productivos. Para simplificar el análisis, la referencia serán dos de ellos de manera estereotipada: la agricultura “pampeana” y la industria en general.
El primer postulado básico es que, en igualdad de condiciones en cuanto a desarrollo tecnológico actualizado, la agricultura pampeana siempre va a tener un nivel de productividad promedio mayor que la industria -entendiendo por productividad la cantidad de producto obtenible por unidad de factor de producción utilizado-, gracias a la extraordinaria dotación de factores naturales que dispone el país en cuanto a extensión y fertilidad del suelo y el clima templado.
Hace algunas décadas cierto pensamiento desarrollista suponía que esa diferencia intersectorial de productividades se iría achicando, hasta desaparecer, a medida que la industria fuera incorporando y desarrollando avances tecnológicos que equipararían su productividad con la de los países centrales.
Pero esa esperanza no tomaba en cuenta que el sector agrario también incorporaría innovaciones técnicas modernas, tanto en los métodos de cultivo como en la incorporación de maquinaria y en la subcontratación de procesos, que la llevarían a un esquema más capitalista de producción y rindes mucho más elevados por hectárea. Entonces, si la innovación tecnológica beneficia a ambos sectores, siempre va a subsistir la diferencia a favor de la agricultura por la gracia divina de la naturaleza.
La segunda característica a tener en cuenta es que la actividad agropecuaria argentina produce en alimentos el equivalente calórico para abastecer directa o indirectamente a alrededor de 400 millones de personas, esto tomando en cuenta tanto la producción de alimentos para consumo humano como para consumo animal, que se transformará también en alimentación humana.
Esto implica que el mercado principal de la producción agraria argentina es el internacional y que el mercado interno es apenas accesorio para esta producción. Llevando esto al extremo se podría decir que, si por algún motivo, el mercado interno no demandara alimentos, la producción agraria se colocaría prácticamente toda en el exterior y, por eso, las condiciones de precios son en estos productos los que fija el mercado internacional.
La tercera cuestión a tener en cuenta es que, aun cuando produce alimentos por el equivalente calórico para atender a 400 millones de personas, el sector agropecuario argentino no puede brindarle en forma directa o indirecta oportunidades de empleo a los casi 20 millones de personas que integran la población urbana económicamente activa. Para eso es imprescindible que se desarrollen las industria y los servicios que, además de proveer productos elaborados con más valor agregado, son los sectores que están en condiciones de generar no sólo esos empleos sino también los ingresos de quienes los consumirán.
Tipo de cambio
Pero si la industria y los servicios cumplieran sólo la función de generar el empleo y los ingresos para la población urbana nos enfrentaríamos, como sucede habitualmente, con el problema de que hace falta importar los insumos, los bienes de capital y los productos finales que no se producen en el país, porque la escala del mercado no da para producir de todo con eficiencia y productividad internacional.
A medida que la economía crece esa necesidad es mayor, a lo que se le suma el deseo de la gente con poder adquisitivo de viajar al exterior, todo lo cual lleva a las recurrentes crisis externas por falta de divisas suficientes.
Por eso, es imprescindible que la industria, además de generar empleo e ingresos, también genere divisas exportando y no dependiendo sólo de las que produzca la actividad agropecuaria. Y ahí aparece la cuestión del tipo de cambio y las retenciones.
Por su mayor productividad relativa, el sector agrario está, en general, en condiciones de exportar su producción de manera rentable con un valor del dólar más bajo que el que necesita la industria para poder hacerlo. En ambos casos, el que determina el precio de los productos es el mercado internacional, pero en dólares. Lo que traduce ese precio a moneda doméstica es el valor del dólar en la economía local, es decir el tipo de cambio entre pesos y dólares. Y la comparación de ese precio en pesos con los costos internos es lo que determina la rentabilidad o no de esa exportación. Por la diferencia de productividad ya citada, la producción agraria se puede exportar con un tipo de cambio más bajo que el que necesita la industria en general.
La tentación obvia es decir: poner el tipo de cambio al nivel que necesita la industria y así podrían exportar de manera rentable ambos sectores, el agrario con superganancias gracias a su mayor productividad.
La idea no está mal y eso es lo que piden permanentemente los productores agrarios (y sobre todo los exportadores de granos, que son un puñado de empresas multinacionales). Pero esa solución acarrea dos problemas:
1. Si el precio interno de los productos agrícolas se determina multipli cando el precio internacional por el tipo de cambio, esta solución implica que los alimentos se encarecerán por el dólar alto -ya que, de no ser así, se exportaría toda la producción- y eso reduce el poder adquisitivo salarial.
2. Implicaría convalidar una renta extraordinaria a favor de los productores agrícolas y los exportadores de granos, que no la necesitan para ser rentables, y llevaría a concentrar los ingresos y la riqueza en un grupo social minoritario que podría cambiar la/s 4x4 todos los años y recorrer el mundo, mientras a casi 3 millones de indigentes no les alcanzan sus ingresos para comer, en un país que produce el equivalente calórico para 400 millones de personas.
Impuestos
Frente a estos inconvenientes parecería que la alternativa sería que cada sector tenga el tipo de cambio que lo haga rentable para exportar, más alto la industria y más bajo el sector agrícola. Pero esto también tiene contraindicaciones. Una es que las normas de comercio internacional a las que adhiere Argentina ya no admiten la aplicación de tipos de cambio diferenciales. Otra es que los mercados cambiarios desdoblados siempre dieron lugar a maniobras elusivas, cuando no ilegales, para liquidar en los mercados de dólar más rentable las operaciones de los otros.
En función de todo esto se concluye que la solución menos mala es la de tener un mercado cambiario único y uniforme, con distinto grado de regulación por parte de la autoridad monetaria, y establecer las diferencias efectivas a través de distintos tributos de carácter interno.
Esos tributos pueden implicar un dólar más caro o más barato que el oficial único en función de criterios de política económica. Así, por ejemplo, el reciente tributo PAIS hace que el tipo de cambio efectivo para atesorar divisas o gastarlas en esparcimiento en el exterior sea de hecho un 30 por ciento más caro que el valor oficial del dólar.
Inversamente, las exportaciones de soja percibirán con una retención del 33 por ciento un tipo de cambio fijo que será las dos terceras partes del valor oficial del dólar.
Nadie va a perder plata por eso ni dejar de exportar o viajar; sí van a dejar de ganar una superrenta ficticia derivada de la hipercrisis cambiaria gestada por el gobierno anterior.
A la vez, conteniendo los precios internos de los alimentos a través de las retenciones, se evita un mayor deterioro de los salarios y un incremento innecesario del costo salarial para las industrias que tengan que exportar con este dólar, bastante más rentable que el de hace dos años.
En los hechos es preciso hilar más fino: no todas las industrias pueden exportar con este tipo de cambio y quizás haya que darles otros incentivos y apoyos, sin apoyar cualquier ineficiencia microeconómica, ni tampoco todas las producciones agrícolas pueden soportar una retención del 33 por ciento, sobre todo los de economías regionales con mayor valor agregado interno.
Lo importante es entender que la EPD argentina no puede funcionar, generar pleno empleo y crecer de manera sustentable con un tipo de cambio efectivo único para todos los sectores, y que las retenciones a las exportaciones son un instrumento básico y permanente para lograr esos objetivos fundamentales.
* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, subcoordinador de la carrera de Economía.