Lxs millonarixs preocupadxs por el estancamiento económico proponen pagar más impuestos y empezar a considerar la huella ecológica de sus acciones. Otros, como Trump, Bolsonaro y el presidente de Australia, Scott Morrison, insisten con la reducción de impuestos y los insultos a lxs ambientalistas.
La historia del Foro de Davos coincide con los años de mayor crecimiento de la desigualdad a nivel mundial o, dicho de otra manera, con el aumento de las fortunas de un puñado de millonarixs a costa de la reducción de los ingresos de las grandes mayorías. La primera edición fue en 1971 aunque recién en 1974 sumaron, además de empresarios, a líderes políticos. En la exclusividad de los Alpes suizos se cocinaron y coordinaron recetas que llevaron a esa forma distribución y también las políticas y discursos con los que intentaron tapar el incendio que estaban provocando. Cada año cambia el lema del foro según los principales temas que ocupan a sus asistentes. Este año el título da cuenta da una preocupación particular: la rebelión de lxs damnificadxs. Por eso quieren hacer partícipes a sectores que siempre estuvieron fuera del evento y con quienes habría que negociar una “salida ordenada”. El lema 2020 fue “Grupos de interés para un mundo coherente y sostenible”. Traducido al criollo, algunos temen que se les pudra el rancho. O siguiendo con lo que ya ni siquiera es metáfora, que se les queme.
El lavado de oro
Este tipo de foros son lugares privilegiados para los eufemismos. A la crisis climática se le dice cambio. Al aumento de las grandes fortunas la llaman crecimiento. Y a la crisis económica se le dice incertidumbre.
Pinkwashing, “lavado rosa”, es el término que hace años se usa para describir las estrategias de marketing de las empresas, instituciones o incluso de los países para mostrarse tolerantes con la comunidad LGBT al mismo tiempo que pasan por encima de otros derechos. “Purplewashing” o “genderwashing”, lavado púrpura o de género, es su adaptación para hablar de la igualdad de género. Es esta edición de Davos brilló el “greenwashing”, como se le dice en el caso del ambientalismo: antes del evento, se acordó que los mil jets privados que aterrizaran en el exclusivo predio donde tiene lugar la reunión, utilicen combustible de bajas emisiones y hubo aplausos ante la iniciativa de plantar un billón de árboles. En línea con el título del evento, se le dio lugar a la joven activista Greta Thunberg, quien gritó que no iba a dejar de repetir las cifras del colapso climático hasta que la escucharan y tomaran las medidas necesarias. Con su estilo iracundo y sus ya clásicos intercambios de miradas fulminantes con Trump, aprovechó para recordar el incumplimiento del Acuerdo de París y la falta de medidas concretas para evitar el colapso ecológico.
Si durante años se asociaban las consecuencias del cambio climático a la ciencia ficción, hoy las noticias de incendios de territorios cada vez más vastos nos llegan como imágenes de un presente distópico. En Australia se está quemando una superficie equivalente a la mitad de la Ciudad de Buenos Aires mientras el partido liberal en el gobierno y los medios monopólicos de información le echan la culpa a los “verdosillos” por no dejar talar suficientes árboles a lxs bomberxs.
A las recetas de lavado que lxs líderes globales se prestan entre ellxs, habría que sumarle una que aún no nombramos como tal: la retórica de quienes dicen preocuparse por la desigualdad cuando llevan años impulsando la concentración de la riqueza. Muchxs de lxs que ahora están dispuestos a pagar más impuestos, fueron lxs que se beneficiaron con el recorte de impuestos a la riqueza de los últimos veinte años, cuando el paradigma dominante repetía sin cesar que era la forma de impulsar el crecimiento económico. En los países que integran la OCDE, la alícuota de impuesto a las ganancias que pagan las empresas se redujo del 32 por ciento al 24 por ciento entre el 2000 y el 2018. Como lo demuestran cientos y cientos de estudios, hoy los billonarios americanos pagan menos impuestos que sus empleadxs. Muchxs de ellxs, como la nieta de Walt Disney, descubrieron que sus fortunas se basaban en el pago de salarios miserables y exenciones impositivas absurdas. Ahora apoyan como candidata para reemplazar a Trump a Elizabeth Warren, no vaya a ser que a Bernie Sanders se le ocurra pedirles algo más que una suba en los impuestos.
Si tuviésemos que elegirle un nombre, podríamos decirle lavado de oro. No sólo por ser un símbolo de la fortuna sino también por representar un podio: quizás sea el mayor triunfo de quienes se aferran a los privilegios.
Números rojos
La titular del FMI, Kristalina Georgieva, fue la encargada de transmitir las primeras malas noticias. En el último de los pronósticos de su organismo, tan acostumbrado a errar en las predicciones, tuvieron que corregir: para este año no se espera un crecimiento del 3.4 por ciento sino uno de 3.3 por ciento. Según el informe, se debe a la emergencia climática y a las políticas comerciales proteccionistas. Los desastres ecológicos relacionados con el calentamiento global, continúa, podrían generar problemas en áreas que aún no sienten el efecto directo: estrés financiero de las aseguradoras de riesgo y fuertes crisis migratorias. También redujeron de 3 por ciento a 2.9 por ciento el pronóstico de crecimiento para 2019 y la caída la adjudican especialmente al desempeño de la India. En el país más populoso del mundo después de China, la semana pasada tuvo lugar una huelga de 250 millones de personas. Reclamaban contra un paquete de medidas del gobierno nacionalista y fundamentalista hindú que se parece mucho a las recomendaciones del FMI: se trata de un ajuste fiscal que incluye privatizaciones y despidos.
La misma semana, la Organización Internacional del Trabajo, organismo que pertenece a Naciones Unidos, publicó un informe en el que alerta sobre la imposibilidad de construir mejores vidas a través del trabajo. Después de nueve años de estabilidad, proyectan el aumento del desempleo a escala mundial, combinado con la falta de “empleo decente”. En los años entrantes no se crearán suficientes nuevos puestos para absorber a quienes ingresan al mercado. En 2020, habrá dos millones y medio de nuevxs desempleadxs.
Haz lo que yo digo
Los líderes conservadores como Trump, Bolsonaro o el primer ministro australiano confirman día a día la alianza entre antifeminismo, anti-ambientalismo y políticas de enriquecimiento de los ya multimillonarios. Al costado, los organismos internacionales y la Unión Europea insisten retóricamente con políticas que al menos frenen la tendencia a la concentración y la contaminación ambiental. Entre dimes y diretes, ninguno reconoce responsabilidad alguna en la crisis actual.
Del lado de enfrente, y por estas pampas, el feminismo local teje redes duraderas con el ambientalismo y consigue frenar la contaminación del agua en Mendoza y la minería en Chubut.
A pesar de que los resultados de sus políticas de años saltan a la vista, lxs ricxs siguen considerándose lxs indicadxs para definir el rumbo de un capitalismo cada vez más salvaje. Son los mismos que pretenden dar lecciones sobre política ambiental después de haber contaminado y saqueado al resto de los países durante siglos. Cómo llegamos hasta acá, sigue siendo un gran tabú. Las potencias no asumen sus responsabilidades como tampoco la asumen lxs super ricxs. La propiedad es eso que nunca se toca, sólo se ejerce. Mientras tanto, algunxs no pierden el tiempo. Black Rock, el principal fondo de inversiones del mundo, que en Argentina apostó al proyecto macrista y se encuentra entre nuestros principales acreedores, anunció su primer fondo de inversiones para “infraestructura sustentable”. Invertirán en proyectos de energías renovables en mercados emergentes. Nos sacan con una mano y nos vuelven a sacar con la otra. Coherencia y sustentabilidad. Hasta que no nos quede ni el viento.