El contraste en las pocas imágenes de archivo audiovisual pone en evidencia las diferencias estéticas, filosóficas. Ahí está YouTube: Juan D’Arienzo es un delgado y aparatoso arlequín que arenga a la fila de bandoneones con firmeza, puño cerrado y pulso anfetamínico; Anibal Troilo es un buda somnoliento –pura economía gestual- que parece conducir a su orquesta por los secretos del mejor tango. Sony Music acaba de lanzar sendos vinilos de la serie For Export que fueron, en su momento, antologías de la RCA Víctor. La edición se monta oportunamente al furor del vinilo y viene a refrescar la tremenda rivalidad -¡la grieta!- que existió en la época de oro del tango entre los adeptos de Troilo y los de D’Arienzo. Los muchachos de antes usaban gomina, provocaban bataholas e invadían territorios.
Como suele ocurrir –del Indio Solari vs. Gustavo Cerati para atrás- la inquina tenía que ver con el público más que con los creadores. Los dos directores convocaban multitudes. Una sentencia de la época aspiraba zanjar cualquier dicotomía: “Si no te gusta bailar a D’Arienzo no sos milonguero; si no te gusta escuchar a Troilo, no sos tanguero”. La popularidad de D’Arienzo fue arrolladora y su estilo acelerado reinó por décadas en los bailes más populares. Tanto instrumentalmente como a través de sus cantores –especialmente el inefable Alberto “el Tarta” Echagüe – apuntaba al corazón del pueblo con vehemencia, humor y picaresca. De alguna manera recuperó orquestalmente la esencia marginal del tango en tiempos en que Gardel había llevado al género a una sofisticación irrepetible. Como si la historia hubiese sido guionada, la orquesta de D’Arienzo empezó a rodar en 1935, el año de Medellín.
Era, además, una locomotora comercial que traccionaba al resto de las orquestas. Cuando los músicos de Troilo se burlaban del tango fogonero de D’Arienzo, Pichuco los frenaba en seco sabiamente: “Más respeto, que gracias a él laburamos todos”. Troilo había tocado fugazmente con D’Arienzo: se llevaban 14 años, los suficientes como para que se desplegara entre ellos una relación asimétrica. No es descabellado pensar que el bandoneonista partió de la plataforma popular de D’Arienzo para luego, sí, desarrollar su extraordinaria capacidad de síntesis, esa manera de condensar elegancia, economía e introspección, y también su maestría para elegir y formar cantores. El estilo de Troilo lo tenía todo. Por supuesto, también se lució en la milonga. Justamente en la pista de los salones y de los clubes es donde más lejos llegó la rivalidad. Hay narraciones orales –sobremesas de alcohol de veteranos que ya partieron- empeñadas en atravesar las décadas. Una de ellas, cuenta que una noche, mientras la orquesta de Troilo tocaba en un salón, ingresó un grupo de hinchas de D’Arienzo. Todo indicaba que iba a haber violencia explícita, pero no: el grupo se limitó a golpear al unísono los tacos de los zapatos contra el suelo, con ritmo frenético. Es todo lo que hicieron. Luego de un par de tangos “intervenidos”, se fueron en paz: fue la manera sutil de acusar a la orquesta de Troilo de aburrida y lenta, como contrapartida del estilo rápido y cuadrado del Rey del Compás.
Jorge Palacios, más conocido como Faruk, humorista gráfico y tangófilo, solía contar de primera mano que las hinchadas más pesadas eran la de D’Arienzo y la de Osvaldo Pugliese. Una estaba conformada mayormente por peronistas, la otra por comunistas. Uno de los sitios donde había más trifulcas era en los alrededores de Radio El Mundo, ubicada donde hoy está Radio Nacional. Sobre la calle Maipú estacionaban los micros que transportaban a los fans de las barriadas más lejanas. “Siempre terminaban a las piñas”, recordaba Faruk. La de Pugliese destacaba porque su gente se uniformaba de una manera extraña: llevaban pegada en la mejilla una curita, como recién afeitados. Tal vez una manera de expresar virilidad.
Hoy los vinilos lanzados por Sony se disfrutan fuera de ese contexto pasional. La ausencia del clima de época es la que abona la teoría tan drástica como polémica de Rodolfo Mederos: el tango, repite el bandoneonista y compositor, está muerto porque ya no existen las condiciones sociales que lo llevaron a ser una de las músicas populares más ricas del planeta. Con el audio masterizado de las cintas originales de ¼ de pulgada, el elepé de Juan D’Arienzo tiene un repertorio que combina Guardia Vieja (“Derecho viejo”, “El entrerriano”…) con clásicos transitadísimos como “El choclo”, “A media luz”, “La puñalada”, “La cumparsita”, “La morocha”. El de Aníbal Troilo sirve para revisitar un repertorio instrumental que se hizo fuerte en su última época. Grabado en abril de 1963, de los doce temas cuatro (dos por lado) pertenecen llamativamente a Julián Plaza: “Nocturna”, “Nostálgico”, “Danzarín” y “Melancólico”. Arreglados por el mismo Plaza, destacan junto al emblemático “Lo que vendrá”, de (y con arreglos de) Astor Piazzolla.
El encargado de las notas de la contratapa fue Luis Pedro Toni. Con una prosa engolada, antigua como el formato de vinilo, cuenta por qué RCA Victor eligió en los años 60 a “El Rey del Compás” y al “Gran Pichuco” (las comillas y las mayúsculas son de Toni) para esta primera tanda. Los For export fueron un éxito de venta, una excepción dentro del período de repliegue del género, un intento de poner freno al éxito de El club del clan. Pronto surgiría Julio Sosa –como un insospechado ídolo pop del tango, con un manejo magistral de las cámaras de televisión- para equilibrar los tantos. Astor Piazzolla comenzaba a repartir y recibir a diestra y siniestra, al frente de su propia guerra. El tango ingresaba en su anteúltimo período de reconversiones, con la novedad de que ya nunca volvería a ser masivo.
Troilo vs D’Arienzo queda como una foto sepia y tardía de los tiempos de oro. Volver a escuchar estos tangos en vinilo constituye un monumento a la melancolía y, en el mismo gesto, un acto de justicia poética. Esa música insiste en sonar gloriosa e irrepetible.