Rescate al otro lado del charco
Portadas de vinilos y libros, afiches de obras de teatro, películas y conciertos, sellos postales, logotipos; pequeñas maravillas que reúne Gráfica ilustrada del Uruguay , web recientemente lanzada que oficia de archivo digital con bienhechora misión: rescatar y salvaguardar piezas emblemáticas del diseño charrúa. No cualesquiera, dicho sea de paso: se trata de icónicas obras creadas entre 1950 y 1980, “un tiempo donde el diseño recién se convertía en una profesión y donde los diseñadores gráficos eran llamados los dibujantes, una época que se ha vuelto referencia y que para nosotros es una obsesión”. Palabras de los ilustradores Francisco Cunha, Martín Azambuja y Juan Palarino, del estudio Mundial, con sede en Montevideo. Que rinden loas a referentes del campo --Antonio Pezzino, Leonilda González, Horacio Añon y Hermenegildo Sábat, entre ellos-- con su admirable iniciativa recopilatoria, que además de avivar el interés por trabajos pioneros de antaño, facilita el acceso, deviene estimulante espacio de consulta. “Con un uso espectacular de las limitaciones tecnológicas (no existían los programas de diseño ni las computadoras de escritorio), estos creadores trabajaban de manera artesanal pero eran reconocidos en anuarios de diseño internacionales por sus potentes y originales trabajos”, destacan vía Instagram. Y en charla con el periódico uruguayo La Diaria, explican que “estaban creando un oficio y logrando un nivel de personalidad y efectividad a la hora de comunicar que cuesta comprender. Además de que nos siguen sorprendiendo, porque son muy contemporáneos y siguen siendo muy efectivos”. Subrayan, por caso, la obra de Carlos Palleiro, que trabaja “desde el color y la fuerza, dialogando además con toda la época psicodélica”. O la de Ayax Barnes, “un artista mucho más cercano a la sensibilidad, al trabajo de la línea y la ilustración, con dibujos muy simples que logran una identidad muy clara y mucha emoción”. En fin, hacedores de perlas de la gráfica uruguaya, puestas en valor gracias a esta propuesta en autos, que merece sus buenas visitas.
En misa, desnudar algo más que el alma
Si los caminos del Señor son inescrutables, han tomado giros aún más misteriosos en un pequeño pueblo rural de Virginia, Estados Unidos. Sucede que en la capilla de White Tail, los feligreses veneran a Dios como Dios los ha traído al mundo; o sea, libres de ropita, autodefinida la comunidad como “familiar”… y “nudista”. “Cuando nació, Jesucristo estaba desnudo. Cuando resucitó, dejó sus vestiduras en la tumba y salió desnudo”, argumenta el mister a la cabeza de los servicios, párroco Allen Parker, que celebra ceremonias cristianas con la biblia en la mano y el culete al aire, ausente cualquier atisbo de pudor. Predica, después de todo, acerca de las bondades de llevar una vida simplísima, carente de lujos (incluida cualquier forma de ropita, al parecer). “Si el Señor nos hizo a su imagen y semejanza, ¿cómo puede ser malo celebrarlo desnudos?”, esgrime el clérigo con afición al naturismo, que entiende que estarse sueltitos de pilcha pone a todos en pie de igualdad. Los fines de semana, más no fuera: de lunes a viernes, da sus sermones cubierto, y cubiertos están quienes asisten, escuchan, rezan, se arrodillan, cantan y demás. En charla con la señal NBC, por cierto, contó un devoto, un tal Robert -sí, sí- Church, que allí se casó con su señora, y dieron el sí acorde a la costumbre de White Tail: ahorrándose la vestimenta; contentísimos de ahorrarse en postureos. “Aquí estamos más abiertos a escuchar la palabra de Dios. La desnudez es un gran ecualizador: es imposible que alguien te juzgue por lo que llevás puesto, porque sencillamente no tenés nada encima”, dice el pletórico varón. Para el pastor Parker, por cierto, todo el asunto “es un regalo y un privilegio divinos”, que se entiende puesto en contexto. Después de todo, en Estados Unidos, hay de todo como el botica: iglesias móviles, iglesias para ciclistas, iglesias tipo autocine… Como la Christian Drive-In Church de Daytona Beach, donde los creyentes se acercan en coche y sintonizan el sermón vía radio, escuchando la misa mientras comen donuts y beben café.
Una imagen para los hombres del futuro
Es la ilustración de Venecia más antigua que se conoce hasta la fecha, y ha sido recientemente hallada por Sandra Toffolo, historiadora de arte de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, experta en Renacimiento. Examinando un manuscrito del fraile Niccolò da Poggibonsi, dio con el antiquísimo dibujo, del siglo 14, bosquejado por el mentado franciscano en su relato en primera persona de un extenso, extenso peregrinaje. Y es que, entre 1345 y 1350, ávido por recorrer algunos parajes de Tierra Santa, partió Niccolò desde Venecia, aventurándose a Jerusalén, Damasco, El Cairo y Alejandría, tomando pormenorizadas notas de sus travesías. Lo hizo tras lanzar una sentida oración al cielo pidiendo a Dios y a todos los santos que “le otorgaran su gracia” y le permitieran describir con mimo los lugares sagrados “en orden y sin dar pasos en falso”. Al parecer, durante sus casi 5 años en tránsito, no hubo día en que no apuntase alguna observación. Cuando regresó a la ciudad tana, se decantó por lengua vernácula, no latín, para escribir la versión final de su Libro d’Oltramare, registro inusualmente rico en detalles, donde describe las vistas, las distancias, las carreteras, los poblados… Pluma en mano, se animó además a hacer una rudimentaria representación visual en tinta de Venecia, donde presentes están algunos de sus edificios e iglesias, sus característicos canales, sus góndolas… Una ilustración que, revisando el manuscrito de la obra, a resguardo en la Biblioteca Nazionale Centrale de Florencia, encontró la susodicha Toffolo. “El descubrimiento de este paisaje demuestra que la ciudad suscitaba gran fascinación en aquel entonces, entre contemporáneos”, resalta la especialista, pronta a aclarar que se trata de la imagen más vieja de Venecia de la que hay registro, con excepción --claro-- de los mapas de navegación (el más antiguo de los cuales también fue hecho por un fraile franciscano, Fra Paolino, y data de 1330, según la Universidad de St. Andrews). Por lo demás, Sandra dio también en las vetustas páginas con dibujitos de elefantes, de la Cúpula de Roca y el Templo de Salomón de Jerusalén, por citar otras ilustraciones del fraile. Del que poco se sabe, pero sí se intuye que o era muy ocurrente o tenía demasiado tiempo libre: las primeras letras de cada capítulo de su Libro d’Oltramare forman un acróstico de su nombre, menuda manera de identificarse como autor.