Pensar las relaciones de género, las desigualdades, los mandatos culturales y sociales de masculinidad y feminidad es prioritario para abordar las cuestiones de la violencia machista. El bestial asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, pone de manifiesto de la manera más cruel que podamos imaginar, que el machismo patriarcal no sólo es amenaza para las mujeres: lo es también para los propios varones “débiles”, ya sea por el sector social, el color de piel, la orientación sexual o identidad de género, o por otras razones vulnerabilizantes.
Una de las principales causas de muerte de los varones jóvenes son los accidentes de tránsito, el suicidio es mucho más elevado que en mujeres, tienen un 90% más de conflictos con la ley penal y situaciones de encierro carcelario, mayor incidencia de adicciones, una expectativa de vida 7 años menor que las mujeres y sufren mayor cantidad de enfermedades y accidentes laborales. Esta somera descripción de algunas problemáticas, muchas de ellas muy graves, tienen que ver con el cumplimiento -naturalizado, silencioso e invisible- de los mandatos de la masculinidad. El patriarcado les otorga un lugar de privilegio, poder y dominio en la relación con las mujeres, lesbianas, gays, travestis, trans, pero se los cobra muy caro.
Cuando pensamos las áreas del nuevo Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual en la Provincia de Buenos Aires, no tuvimos dudas que debíamos contar con un área que trabajara el tema de los varones, la violencia y la construcción de masculinidades no hegemónicas. Hace algunos años, esto no hubiera estado tan claro. Desde que se comenzó a poner en agenda pública la violencia de género, la mayoría de los debates y dispositivos de políticas públicas estuvieron centrados en las víctimas de esa violencia. Hoy está cada día más claro que ese enfoque es insuficiente.
Iniciamos este verano, esta semana, una campaña de prevención de la violencia y el acoso en los centros vacacionales. Definimos Villa Gesell para el lanzamiento mucho antes de los episodios de estos días, porque lo sabemos un lugar elegido por la juventud. Pensamos en las situaciones de acoso sexual y abuso contra mujeres y personas de la diversidad sexual, pero además incluimos un programa de trabajo con la nocturnidad, que se propone realizar formación en género a las personas que trabajan en bares y boliches bailables.
Los programas de formación ponen el acento en la igualdad de género, no discriminación, resolución negociada y no violenta de conflictos. La propuesta también contempla pensar dispositivos de cuidado y prevención frente al consumo excesivo de alcohol y sustancias, prevenir los abusos sexuales. Son algunos de los temas que aborda este programa, que pretende construir consensos entre el Estado y el sector privado que presta servicios gastronómicos y de recreación. Avanzar en acuerdos para que se construyan sellos de calidad y obligatoriedad para habilitaciones municipales, y que ellas estén vinculadas a la promoción de ambientes sin discriminación, ni sexismo, ni violencia.
Con el programa de nocturnidad solo no alcanza, está claro. Porque el comportamiento en manada, clasista, racista y patriarcal, que llevó a diez u once jóvenes a asesinar a Fernando, no es un comportamiento que nació en Villa Gesell y en las fiestas nocturnas, ni por haber consumido de más. Esta sociedad convive todavía con la formación de jóvenes que son socializados en la naturalización de la crueldad. En ritos de iniciación violentos, abusivos, que les ratifica pertenencia e identidad de “machos”. Con la fuerza física contra las mujeres, pero también contra sus pares que consideran inferiores, cuerpos que feminizan.
Necesitamos cambios culturales muy profundos. Hay muchas herramientas que han sido ley y que tienen implementaciones fragmentarias e insuficientes, que en casi todos los casos fueron desmanteladas por el gobierno saliente. En tiempos de reconstrucción del Estado y de un proyecto popular militante y solidario, se vuelve prioritario volver a impulsar la educación sexual integral en todos los niveles de enseñanza, la “Ley Micaela” de formación en género en todos los poderes del estado, políticas integrales de prevención y atención de las violencias, el deporte y las actividades culturales como herramientas de la inclusión y la igualdad entre los géneros. En definitiva, el cambio es profundo y cultural, y promover masculinidades para la igualdad, es fundamental para vivir una sociedad sin violencia para todos, todas y todes.
* Ministra de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad sexual de la provincia de Buenos Aires.