La escena es épica. Las luces del José Amalfitani están encendidas, lo que permite apreciar el espesor del diluvio que cae sobre la cancha. Los músicos de Tears for Fears ya debieron huir a refugiarse en camarines, dando su show por terminado al quinto tema. Una parte del público ya no utiliza las lonas del piso para guarecerse: dándose cuenta de que es inútil, ahora las llevan como si fueran banderas y dan una vuelta olímpica sobre el césped. Con el feliz absurdo de las grandes ceremonias, desde las tribunas baja el grito de “Dale campeón, dale campeón”. Y de pronto, el cántico cambia y se convierte en un rugido: “Olé, olé olé olé, Só-dá, Só-dá”. Hay poco más veinte mil personas empapadas (muchos se fueron al terminar el show anterior), pero el estadio de Vélez Sarsfield es una fiesta. Es el 23 de enero de 1990: bajo un aguacero bíblico, acaba de comenzar el Año Animal.
Cantando bajo la lluvia
“Hay toda una mitología alrededor de Soda en los ’80, pero yo siento que los logros más importantes de Soda Stereo no fueron en los ’80 sino en los ’90”, le dijo Gustavo Cerati a este cronista en 1997, cuando acababa de anunciar el final de la banda. El concepto encuentra su primer pilar en el repaso de ese año bisagra, no solo por la cuestión cronológica sino por el giro estilístico que dio la banda. “Cuando terminamos la última etapa de la gira de Doble Vida pensamos que ya no queríamos más brasses ni más funky, queríamos replantearnos y refrescarnos”, recuerda Zeta Bosio. “Nos dijimos ‘ahora viene el próximo disco, limpiemos todo’, le habíamos dado muchas vueltas a eso y estábamos como saturados. También se había ido (el tecladista) Daniel Sais, y en una zapada en la sala con la nueva banda salió ‘Mundo de quimeras’, que decidimos incluir en el EP Languis como presentación de la nueva formación de Soda Stereo.”
Esa nueva formación era la que debutaba en el Derby Rock Festival junto a Tears for Fears (a 13 mil australes el campo): ahora, a Cerati, Zeta y Charly Alberti se sumaban Tweety González en teclados y programaciones, y Andrea Alvarez en percusión y voces. En la noche del diluvio también estuvieron Gonzo Palacios en saxo y un invitado de lujo, David Lebon, en “Lo que sangra (La cúpula)” y “Terapia de amor intensiva”. Roland Orzábal y Curt Smith debieron irse antes de tiempo, aunque dejaron el impacto de una versión notable de “Woman in chains” con Oletta Adams; para Soda, lo sucedido en ese estadio fue un empujón clave para lo que vendría.
–Nosotros nos acabábamos de separar de Ohanian, la productora que nos acompañó durante un gran proceso de crecimiento y despegue –recuerda Zeta–. Estábamos tratando de organizarnos, un poco a la deriva, cuando cayó el ofrecimiento de Daniel Grinbank, que pensaba que éramos los que podíamos terminar de volcar la balanza. Porque Tears for Fears solo no le daba para hacer un estadio, Obras le quedaba chico, y se les ocurrió hacer un festival en el que Soda podía sumar la gente que faltaba. Fuimos con una sensación rara, un estadio de fútbol era... si bien habíamos tocado en festivales grandes, muchas veces cerrando, eran muchas bandas que cortaban tickets. Nos iba a servir para medir un poco cómo estábamos. Fue muy loco llegar a la cancha y pasar cerca de la platea y que la gente nos fuera aplaudiendo a medida que se daba cuenta de que estábamos pasando por ahí, tuvimos un recibimiento muy cálido. Incluso algunos gritaban que se iban a ir después de nuestro show y nosotros decíamos “están locos, ¿cómo se van a ir? ¡Toca Tears for Fears!”.
Lo cierto es que esa noche Soda fue local. Tanto, que hasta el mismo Daniel Melero, que fue el primer artista de la cita y poco después viajaría con la banda a Miami para registrar el nuevo disco, sufrió otra vez la intemperancia del público: “Pegada al escenario había mucha gente con la remera de Languis que me gritaba ‘¡Hueco!’ y tiraba esos pitutos plásticos que sujetaban las lonas al piso...”, rememora. “Pero en ese Vélez hubo muy buen camarín con los muchachos, hasta se disculpaban del trato que me dieron sus fans. Ese día cerramos hermosas utopías”, dice. Aunque Cerati ya estaba trabajando en las canciones que integrarían Canción Animal, esa noche no hubo ningún estreno. Los quince temas que arrancaron con “Juego de seducción” se concentraron en Doble vida y Signos, con solo un par de referencias más a un pasado más lejano, como “Danza rota” y “Sobredosis de TV”. El trío ampliado recibió un auténtico baño no de agua sino de fervor popular, y Bosio reconoce su significado. “Más allá del mal momento que pasaron los Tears for Fears, entre nosotros quedó una sensación como de triunfo. Ya habíamos pasado por buenos discos, pero semejante manifestación de apoyo nos dio una seguridad... fuimos a grabar con un agrande que ni te explico, agrande en el buen sentido. Y fue también una motivación para organizar algo tan monstruoso como la Gira Animal.”
42 días en Miami
En junio de 1990, la banda se instaló en los estudios Criteria para grabar su nuevo disco, con Mariano López como ingeniero de grabación y mezcla. Tanto Tweety González como Adrián Taverna, responsable del sonido en vivo de la banda y de velar por el audio de las guitarras durante la grabación, recuerdan por dónde pasaron las claves de Canción Animal: “Gustavo tenía todos los temas en unos demos que había hecho con una máquina Tascam de 8 canales. No hubo algo pensado muy de antemano, salvo rescatar mucho de lo que estaba en esos demos”, dice Tweety, y Taverna recuerda que cuando escuchó esos demos “quedé alucinado, me entusiasmaba mucho que fuera tan guitarrero y tan rockero, veníamos de una cosa más latina y funky en Doble Vida... al estar los temas tan claros, hubo un espacio importante para la experimentación, nos dimos varios lujos, probamos muchas cosas. Gustavo se compró un equipo VOX AC30 que fue el audio central de ese disco. Se trató de experimentar con el sonido y no tanto con la estructura de las canciones”.
Además del VOX, Gustavo, Zeta y Tweety le sacaron el máximo jugo al flamante AKAI MPC 60, que permitía secuenciar y jugar con loops, algo que Cerati profundizaría poco después en Colores santos junto a Melero. “La máquina te permitía un sistema de composición muy interesante”, dice Zeta. “Podíamos grabar todos los teclados de Tweety en la casa de Gustavo, secuenciados como si los grabáramos vía MIDI, y después los disparábaamos en el estudio para no tener que depender de lo que saliera en las tomas y quedara en la cinta. Podíamos trabajar los solos en la máquina, o las voces que hizo Pedro Aznar en ‘1990’, disparar eso cuando quisiéramos.” Pero a pesar de tanta maquinaria y nueva tecnología, Canción Animal fue tomando una forma muy orgánica, con un sonido por momentos rabioso. “A mí escuchar el disco hoy me produce placer, y el orgullo de haber sido parte de semejante evento”, señala Andrea Alvarez. “Para mí es uno de los mejores discos de rock argentino, lejos. Y es el que más me gusta de Soda, no porque yo haya participado del proceso sino porque es el que más se acerca a la música que más me gusta. Es muy orgánico, muy sexy, muy rockero. Es moderno tocando la raíz. Es genial, sin vueltas.”
Para la cantante, baterista y percusionista, la realización del disco fue un momento de puro disfrute: “Me compré mi bongó blanco, que aún tengo, para grabar en ‘De música ligera’... era la primera vez que tocaba el bongó y Gus me dijo: ‘tocalo así, todo el tiempo, como te parezca’, me dio esa libertad y así quedó. También hice toda una parte de percusión que se borró, y por eso en el disco se la menciona como ‘percusión fantasma’... fue muy divertido, disfrutable, parábamos en un departamento todos juntos. Yo no tenía mucha idea de lo que se estaba gestando en ese momento, lejos estaba de darme cuenta. Eramos parte de algo grosso sin saberlo; sí, sabíamos que no era cualquier cosa, pero no registrábamos la magnitud de lo que estábamos haciendo”.
A Tweety, que inauguró en el primer disco de la nueva década una larga relación con el universo Soda, Canción Animal le produce hoy “un mix por partes iguales de nostalgia, orgullo, placer, admiración hacia un compositor del carajo. Lo siento como un disco más jugado armónicamente, con temas más oscuros, más rockero y menos funky que Doble Vida, más cerca de Spinetta que de alguna influencia anglosajona, que también las hay pero en los detalles, no en la materia prima de las composiciones”. Melero recuerda la grabación como “agotadora, tensa, excitante... la idea fue nutrirnos, buscando la vara más alta por sortear. Es un disco que todavía me emociona, y no por los recuerdos”. Para Zeta, “aunque el disco tiene una parte muy coherente, muy uniforme, de forma algo subterránea es bastante heterogéneo, hay temas que disparan distintas situaciones, distintas puntas. Es un disco variado, no es tan compacto como parece”.
El 7 de agosto de 1990, Canción Animal desembarcó en las disquerías. En algunos países hubo protestas por los leones fornicando en la tapa, lo que motivó una tapa alternativa con una foto del grupo. Soda ya había dado sobradas muestras de su talento, pero el nuevo disco realimentó el fuego. Fue, de algún modo, el anuncio de que los ochenta se habían acabado: desde la urgente batería y las guitarras que hacían temblar los vidrios con la apertura de “(En) El séptimo día”, el grupo recibía los noventa con un ropaje sonoro que iniciaba un nuevo libro en su carrera. Son solo diez canciones, y la gran mayoría integran el corpus clásico del grupo: “Un millón de años luz”, “Canción animal”, “Sueles dejarme solo”, “De música ligera”, “Hombre al agua”, “Entre caníbales”, “Té para 3”, “Sale el sol”. Hasta “1990”, con su tempo liviano y de divertimento, que no integró el setlist en vivo, tiene el aire de un momento único.
Porque, claro, una vez que pasó la grabación, la mezcla, la edición, llegó el momento de trasladar esas canciones al escenario.
Y entonces llegó la Gira Animal.
Leones en la carretera
“Fue increíble, una epopeya, una apuesta muy fuerte”, dice Taverna sobre el tour que arrancó el 26 de octubre en Santa Fe, y que recorrió una treintena de ciudades del país, varias de ellas dejadas de lado en los recorridos habituales del rock. “Los escenarios se hacían con andamios, con estructura de caños; no era como ahora que armás un escenario en diez horas, iban como una semana antes a cada lugar. Y había dos juegos completos de escenario, el backline era el mismo pero lo más grosso era montar escenarios gigantescos en lugares que por ahí no tenían esa capacidad de gente... era como llegar con un ovni gigantesco. La idea era que en Trenque Lauquen, Pergamino o San Nicolás vieran el mismo show que en Buenos Aires.” Zeta señala que “ese era el deseo de la banda: los conceptos para cada espectáculo salían de nuestra imaginación, las puestas las hacíamos con Alfredo Lois o Eduardo Capilla o con quien la hiciéramos en su momento, pero en noches en que nos sentábamos a pensar a partir de la música, la banda iba proponiendo y los artistas resolviendo. Eran creaciones nuestras y queríamos llevarlas a todos lados; sentíamos que había un retaceo, como un desmerecimiento cuando uno iba al interior y que por cuestiones de organización o del dinero, para que fuese rentable, no se encontraba la vuelta para poder hacerlo. Si hacíamos un show en Obras queríamos llevarlo al resto del país igual, e incluso mejorarlo. Igual fracasamos en el intento, porque no ganamos plata en esa gira (risas)... pero aprendimos cómo hacerlo para las siguientes oportunidades”.
La Gira Animal cumplió con su título: fue una animalada. El debut de los varilites, luces móviles de diseños lisérgicos, le agregó magia visual a una lista de temas impactante, que hacía desfilar todo el disco salvo “1990” y tenía momentos especialmente intensos. “Para mí, como ingeniero fue un lindo desafío; era el desembarco en estadios de fútbol como Vélez, o Mar del Plata o Córdoba, y aunque Soda siempre fue potente acá hubo que redoblar la apuesta”, cuenta Taverna, que solía hacer el check final con el Black Album de Metallica “porque me servía como brújula, a ver cómo estábamos, aunque los estilos no tuvieran nada que ver”. Pero también, dice el ingeniero, era un desafío en términos estilísticos: “Es difícil hacer sonar un hit como ‘De música ligera’ en vivo, porque todo el mundo lo conoce, todos lo tienen en la cabeza, hasta saben en qué plano está cada cosa y tenés menos margen de error. Dentro de un disco que tiene muchos temazos, que es un gran disco, a mí me gustaba mucho el momento de ‘Hombre al agua’, con toda esa intro, la entrada de batería, el bajo, toda esa sucesión muy climática de instrumentos que se iban sumando. Tenía mucha magia”. La magia, según recuerda Tweety, incluso podía ser demasiado literal: “Una vez en el sur, creo que en Neuquén, había tanto viento que el escenario se levantaba de cinco a diez centímetros del suelo cuando soplaba fuerte...”
Los recuerdos de los músicos que tomaron parte del Año Animal dejan constancia del disfrute y la sensación de algo único. “Había una cierta emotividad tácita porque todos sabíamos que eso que estaba pasando no había pasado nunca con ninguna banda”, señala González. “Pasaba de todo, era Spinal Tap y glamour al mismo tiempo, nos moríamos de risa por eso”, recuerda Alvarez. “Pasamos mucho tiempo fuera de casa, mucho ensayo, problemas a veces como la pérdida de equipos, o micros que se rompían y nosotros quedábamos en el medio de la nada. Pero era todo genial. No quiero que suene como una tontería, pero ese era un equipo maravilloso, y aún hoy somos todos parte de eso. No sé muy bien cómo explicarlo, pero aún sin vernos, estamos conectados, relacionados. No sé si con un código, o como si fuera una hermandad, pero estamos unidos por eso para siempre.” En el medio de los recuerdos, Zeta hace una pausa y dice: “Es lindo recordar todo esto, pasaban cosas importantes pero no teníamos la idea o la dimensión de que iban a tener tanta trascendencia”.
Y faltaba diciembre.
Vélez otra vez
El 22 de diciembre de 1990 no llovió. Fue un día de sol radiante, y una noche en la que Soda Stereo coronó el Año Animal con su propio estadio lleno. Era la primera vez que un grupo argentino se animaba a tanto. “Si no hubiéramos hecho el Vélez de enero con Tears for Fears y la Gira Animal, no hubiera sucedido lo de diciembre”, dice Zeta. Durante la tarde, en lento y sostenido goteo, 42 mil personas abarrotaron el Amalfitani; esa noche, Soda brilló, arrasó, puso en práctica todo lo aprendido en los 25 shows que ya llevaba realizados. De “(En) el séptimo día” al final con la repetición de “De música ligera” (que aparecía en la primera hora de show, entre “Sueles dejarme solo” y “La cúpula”), Cerati, Zeta, Charly, Andrea y Tweety fueron un buen ejemplo de lo que Melero define hoy como “un espíritu de conquistadores, de arrasadores gigantes”. A esa altura, Cerati ya había convertido en costumbre la cita al “Genesis” de Vox Dei en “Sueles dejarme solo”, un vínculo que descubrió zapando en vivo y que vino a demostrar que Soda también podía filtrar en su ADN rasgos de las raíces del rock argento.
El último acto del Año Animal abrió la puerta de los ’90: en 1991 el trío haría catorce funciones en el Gran Rex y terminaría actuando gratis para 250 mil personas en la 9 de julio, pero eso ya es otra historia. Hace 30 años, bajo un cielo amenazante, Soda Stereo empezó a afilar nuevas garras. Cuero, piel y metal: canción animal.