Siempre ha habido novelas solo para mujeres. Y, en verdad, muchas de las novelas que se escribieron durante el siglo XVIII estaban escritas especialmente para ellas. El viejo Richardson se dio cuenta de que el sentimiento era una mina de oro y decidió explotarlo; desde su imprenta inglesa produjo las dos novelas sentimentales más explosivas del siglo. Utilizó el sistema de correspondencias, que conocía muy bien: era un escribano de pueblo muy conocido, al que se dirigían todas las muchachas que querían enviar una carta apasionada a sus amantes. En suma, Richardson era el escribiente que ahora se instala en los portales de Santo Domingo en México y escribe cartas interminables, tan interminables como las que escribía Pamela Andrews a su madre, 358 (?) cartas en las cuales relata los asedios de un joven libertino, las trampas de una pérfida ama de llaves y sus fructuosos intentos de liberación. La última carta narra, como debe de ser, el mayor triunfo de la virtud: el casamiento que pone fin al asedio. Mucha literatura libertina se produjo en ese siglo, y John Cleland se dio el lujo de escribir en primera persona las memorias de Fanny Hill, cortesana famosa: también Daniel Defoe, el autor del célebre Robinson Crusoe, escribió una historia escabrosa, la de Moll Flanders, quien deambuló por todos los caminos y ejerció todas las profesiones, aun las más nefastas. Defoe utilizó para sus textos la primera persona.
Estas novelas escritas por hombres adoptan todas un pronombre que les pertenece en la ambigüedad del yo que, como los pantalones, puede parecer unisex. Sin embargo, el yo narrativo es el de una joven que habla de sus peripecias desde la pluma de un varón. Una mezcla de inocencia y perversidad decide el tono de las cartas de Pamela, y el puritano y sentimental Richardson se vuelve la inspiración del libertino, sobre todo con su Clarissa.
LA SOMBRA DEL DIVINO MARQUÉS
El tremendo éxito de Pamela, aunque parodiada por el humorista Henry Fielding, incitó al impresor y escribiente a escribir una novela aún más osada, donde el vicio triunfa sobre la virtud. En efecto, Clarissa Harlowe es seducida por un libertino –Lovelace- quien la rapta, la lleva a Londres, la viola y la instala en un burdel: Clarissa muere de dolor. Aldonso (o Alfonso) de Sade toma el relevo y construye como desafío dos novelas: Justine o los infortunios de la virtud y Juliette, las prosperidades del vicio; más tarde, Los 120 días de Sodoma, que fue adaptada al cine por Pier Paolo Pasolini, hazaña que según muchos de sus críticos le costó la muerte, por su violenta denuncia del fascismo.
Sade escribe a sus heroínas, definidas por el pronombre que pretende igualar pero que enmascara; el yo, que en este caso es femenino, pero explotado por un hombre. Y claro, ese hombre vive de una usurpación. Los autores masculinos que eligieron una heroína y la escribieron, han vivido en general de ella: Richardson murió próspero gracias a Pamela y a Clarissa; John Cleland usufructuó las páginas desde Fanny narra sus picantes aventuras y prosperó a su sombra; Daniel Defoe escribió no solo la vida de Robinson Crusoe, si no las de las cortesanas Moll Flanders y Roxana; el mexicano Federico Gamboa enterró a Santa, la prostituta de nombre casto, pero la reimprimió tantas veces que después de la Revolución pudo sobrevivir gracias a las regalías que el libro le produjo. El divino marqués fue castigado: su encierro perpetuo en lóbregas prisiones le permitió escribir sus más famosas páginas, tan perseguidas como su autor. ¿No fue célebre un proceso en contra del entonces joven editor Jean-Jacques Pauvert, que en 1947 tuvo la audacia de publicar Juliette? ¿Acaso ese proceso no duró cerca de 10 años? ¿y doscientos años después de la muerte de Sade no estuvieron entre sus defensores Breton, Camus, Klossowski, Paulhan, entre otros más? ¿Y no dijo George Bataille en su defensa: “Lo que invocó el marqués de Sade, porque nadie antes de él lo había dicho, es que el hombre halla satisfacción en contemplar la muerte y el dolor… Estimo que, desde el punto de vista moral, es extremadamente importante saber, dado que la moral nos ordena obedecer a la razón, cuáles son las causas posibles de la desobediencia a esa regla”? En 1958 se exoneró tanto a Pauvert como a Sade, quien más tarde pasó a formar parte del más destacado Olimpo de las letras francesas, la colección de la Pléiade de la editorial Gallimard. Sade fue a la vez Juliette y fue Justine, y por ellas recibió el premio de la cárcel. Algunos de sus inmediatos antecesores, vivieron en la prosperidad que el vicio de escribir para mujeres –y usurpando su sexo- les produjo.
EL MIEDO A VOLAR PIERDE SU LIGA
Con Erica Jong, creadora de una célebre novela que fue furor hacia 1975 –Miedo a volar- la persona usurpada intenta rescatarse: esta es de nuevo Fanny (Hill), travestida en Fanny Hackabour-Jones, la heroína de una historia trasnochada. Trasnochada porque, habiendo nacido Erica en el siglo XX, se convierte en una frágil doncella libertina del XVIII, adoptando un lenguaje y una ortografía que no le pertenecen; más aún, adoptando un lenguaje y una ortografía que pertenecen a otro siglo, justamente ese siglo donde se detienen a caballo las costumbres; el siglo que inicia con resquemores y problemas ese puritanismo extremo que fue la época victoriana, puritanismo que inspiró a Freud su teoría de la represión. Erica se instala en Fanny y en una historia cuyos subtítulos aclaran las andanzas de una nueva batalla. Pero antes de continuar, leamos los subtítulos: la verdadera historia y aventuras de Fanny, su iniciación como bruja, sus viajes con los libertinos, su vida en el burdel, su aristocrática vida en Londres, su vida como mujer-pirata, etc.
Erica usurpa condiciones, historicidades, problemáticas, disyuntivas, pero recupera –al enseñar en la portada una liga rosa tirando al bermellón- la primera persona narrativa.
Estos fragmentos pertenecen al libro El texto encuentra un cuerpo de Margo Glantz, publicado por Ampersand, donde la gran escritora mexicana repasa sus lecturas haciendo hincapié en la literatura de y para mujeres, las novelas libertinas del siglo XVIII, los textos eróticos y amorosos.