Desde su hogar en Toronto, Michael Ondaatje resume lo que alcanza a ver por su ventana en una sola palabra: “Invierno”. Luego de una pausa, y tal vez por educación, se extiende sobre el tema, pero no demasiado. “Tormentas, hielo… y todo eso”, intenta enumerar.
La imagen de un hombre canoso al teléfono mirando de frente al invierno por la ventana de su hogar podría ser el punto de partida para una novela, al menos en el caso de que su autor siga la técnica del escritor canadiense —nacido en Sri Lanka hace 76 años, por entonces llamada Ceilán—, que ha confesado más de una vez que comienza a escribir sus libros a partir de una imagen.
“No todas mis novelas empiezan así”, aclara Ondaatje. “Pero ciertamente algo como El paciente inglés comenzó con la imagen de una enfermera hablando con un paciente. No sabía quiénes eran ninguno de los dos, apenas tenía un pedazo del diálogo que se iniciaba entre estas personas tan diferentes. Así es como comencé aquella novela: con casi el pequeño esbozo de una relación”, dice del libro con el que, según explicó recientemente, se ganó su libertad, porque le permitió —primero al ganar el prestigioso premio británico Booker, y luego con su exitosa adaptación al cine— dejar su trabajo como docente y dedicarse exclusivamente a escribir.
Pero Ondaatje elige enseguida ir un poco más atrás en sus recuerdos al ampliar los ejemplos de su big bang creativo, y explica que el punto de partida de la que es considerada como su primer novela, El blues de Buddy Bolden, no fue una imagen sino que escuchó una anécdota sobre el recordado músico de Nueva Orleans cuyo nombre titula la traducción —el libro originalmente se llama Coming Through Slaughter—, que decía que se había vuelto loco durante un desfile. “La idea de que suceda algo tan extremadamente personal en un lugar tan público me pareció al mismo tiempo algo horrible e irremediablemente fascinante, al menos para lo que quedaba entonces en mí del fan del jazz que había sido en mi adolescencia”.
En todas tus novelas siempre hay alguna referencia musical más o menos escondida…
—Es verdad. Es que soy un músico muy fallido. Siempre quise tocar el piano, ser un músico de jazz como Fats Waller, pero nunca tuve ese tipo de talento. Soy uno de esos escritores que envidian otras artes, ya sea música o, no sé, pintura…
¿Podés escribir escuchando música?
—Nunca. El problema de escuchar música es que perdona lo que no está bien en la escritura. Todo parece bueno si tenés buena música detrás, ya sea Bach o Ry Cooder. Pero además lo que me pasa es que cuando escribo soy muy quisquilloso. No puedo escribir si tengo cerca alguien que conozco. Ni siquiera mi perro.
LUZ DE GUERRA
Aunque el autor de El paciente inglés se entusiasme hablando sobre el guitarrista norteamericano Ry Cooder (“Amo la variedad de su talento”) e incluso el malogrado cantautor Warren Zevon, al que escondió en los agradecimientos finales de El viaje de Mina —una forma de completar la velada cita de un verso de su único hit, “Werewolves of London”, incluida en la novela—, no ha levantado su teléfono en la invernal Toronto para hablar de sus músicos preferidos, sino por la flamante traducción de su último libro, el celebrado Luz de guerra. Se trata de una fascinante novela de iniciación que se aventura durante su segunda parte en una oscura trama de espionaje, que justamente no comienza con una imagen sino a partir de una frase contundente, en la boca de su narrador, el adolescente Nathaniel: “En 1945 nuestros padres se fueron y nos dejaron al cuidado de dos hombres que quizás fuesen delincuentes”.
TRES ANTEOJOS PARA MIRAR
Aunque su nombre es mundialmente conocido por El paciente inglés, Ondaatje es autor de siete fascinantes novelas y un extraordinario libro de memorias, escritos en el transcurso de cuatro décadas, una carrera literaria que comenzó quince años antes como poeta, poco después de dejar Inglaterra para instalarse en Canadá. No deja de ser paradójico que un autor preocupado por las palabras al punto de insistir en construir sus novelas remedando la libertad estructural de la poesía, sea más conocido a partir de los argumentos, o más precisamente de un argumento en especial: el de la novela que en la adaptación de Anthony Minghella —y protagonizada por Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas, William Dafoe y Juliette Binoche— terminó convirtiéndose un suceso internacional, coronado por nueve premios Oscar, incluyendo el de mejor película y mejor director.“Soy una de esas personas que creció viendo películas, no leyendo libros. Y los que leí, lo hice porque antes los vi en el cine. Así que no tengo ningún problema con que la gente llegue a mi trabajo de la misma manera”, asegura. “Pero, al mismo tiempo, no estoy interesado en escribir para una película. Porque lo que me gusta hacer está basado en el lenguaje, los personajes y sus pensamientos internos, y hasta el argumento es algo excitante de concebir cuando lo estoy haciendo para una novela. Tener que hacerlo para el cine me resulta algo tan invasivo como que haya alguien dando vueltas en mi casa mientras estoy escribiendo”.
Además del lenguaje, ¿hay algo de la novela que extrañes en la película?
—Creo que no. Trabajo tanto en los borradores de mis novelas, que nunca las vuelvo a leer después de que se publican. Pero me obligué a releer dos de ellas, En una piel de león y El paciente inglés, que comparten algunos personajes, así que tengo muy claras las diferencias. La trama original de la novela es más pesada, amplia e intrincada, especialmente en lo que se refiere al pasado de personajes que en la película son secundarios, como Hana, Kip o Caravaggio. Pero es que filmar una película es tener que tratar con una clase de criatura muy diferente. Lo que fue muy interesante es estar en contacto con Minghella mientras estaba escribiendo el guión, fue una maravillosa experiencia de aprendizaje. Me explicó, por ejemplo, que en una película los flashbacks tienen que ser de un solo personaje, porque sino todo se vuelve demasiado confuso, y es difícil saber de quién es cada recuerdo. Me decía que el problema con mi libro era… ¡que todo el mundo tenía un flashback!
Una de las frases mas admirables de la novela, y que no está en la película, es cuando el personaje de Kip, el soldado indio dedicado a desactivar bombas, abandona todo al enterarse del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, porque considera que nunca hubiesen arrojado esa clase de armas sobre una población blanca… ¿Te trajo muchos problemas esa frase?
—Claro que si. Recuerdo que cuando el libro salió estaba teniendo buenas críticas, pero de pronto empezaron a salir artículos y editoriales diciendo que ese concepto era escandaloso, que nunca nadie había pensado jamás nada parecido. Sin embargo, tiempo después, finalmente se supo que el Primer Ministro canadiense de la época, Mackenzie King, cuando escuchó la noticia de las bombas atómicas sobre Japón escribió en su diario: “Gracias a Dios no fueron lanzadas sobre una población blanca”. En realidad, mi intención era que Kip dijese eso en el libro, pero al final quien lo termina diciendo no es Kip sino Caravaggio, el ladrón canadiense.
Decís que en tus libros siempre terminás hablando de las familias alternativas, pero también todos ellos reflexionan sobre el fin del colonialismo y el imperio británico, de una u otra manera…
—Si, pero tampoco es que sea algo consciente, sino que sale de los personajes. Ya sea en el caso de Kip, o como en mi memoria Cosas de familia, donde aparece de manera muy irónica. Pero es que son cosas que no salen de las escenas sino de los personajes. Es a través de ellos que vienen las ideas y los conceptos, y nunca al revés.
Vivir en Canadá te permitió de alguna manera seguir estando dentro del imperio británico, pero también poderlo ver desde afuera, ¿no es cierto?
—Creo que tuve mucha suerte. Porque crecí en Sri Lanka, me eduqué en Inglaterra y luego terminé en Canadá. Así que es como que tengo tres pares de anteojos con los que puedo mirar el mundo. No estoy atrapado en un solo punto de vista. Y también creo que si me hubiese quedado en Inglaterra jamás hubiese sido escritor, porque resultaba una idea demasiado pretenciosa cuando tenés encima a Keats, Yeats y tantos más. En ese sentido, Canadá me liberó de ese peso.
Tu libro anterior, El viaje de Mina, cuenta la travesía de un niño de once años que viaja solo en barco para juntarse con su madre en Londres, como hiciste vos. Luz de guerra es una historia de iniciación ambientada justamente en Londres… ¿Será el turno ahora de una novela sobre un aspirante a escritor recién llegado a Canadá?
—¿Te parece? Creo que esa historia ya está en la poesía que empecé a escribir en Canadá cuando llegué con 17 años. Estaba en ese particular estado emocional de quien encara una nueva vida, es verdad. Pero todo eso ya está contado en aquellos poemas.
DEMASIADOS ESCRITORES PARA CANADÁ
Cuando la escritora canadiense Alice Munro recibió el Nobel en 2013, el comentario dentro del mundo literario era que la más afectada por la noticia debió haber sido su compatriota Margaret Atwood, porque equivalía a saber que nunca se lo ganaría, ya que… ¿cuáles eran las posibilidades de que se lo otorgasen a otra escritora blanca canadiense? Sin embargo, seis años más tarde Atwood volvió a figurar como candidata al premio, por la simple fuerza de una renovada apreciación sobre su obra, y la demostración cabal de que sigue activa. ¿Qué esperanza le queda entonces al tercer canadiense de la hipotética lista, a pesar de ser un escritor que puede sumar también credenciales tercermundistas? “Oh, no”, responde enseguida Ondaatje. “Por favor sacame de esa lista”, agrega. “Debe haber algo poco saludable en el Nobel, mas allá del hecho de que debe ser muy difícil escribir cuando tenés que dar mas entrevistas que las que diste durante toda tu vida. No se que decir ante eso, salvo que no es algo que me preocupe”.
Hacia el final de Luz de guerra, los protagonistas se ven involucrados en una trama de espionaje que anticipa el conflicto de los Balcanes, y justamente el Nobel otorgado a Peter Handke se vio opacado por su posición política al respecto…
—Cuando yo empecé a escribir, amé sus novelas: El miedo del portero al penal, Carta breve para un largo adiós. Entonces quedé muy impresionado por ellas. Si bien no me parecían grande novelas, eran obras importantes. Después casi ni leí ni escuché nada sobre él durante años. Así que descubrir su posición ante los Balcanes me resulta algo perturbador. Son como dos personas diferentes: el tipo que escribió aquellos libros y la persona que defiende estas posiciones políticas. No los puedo poner juntos.
¿Como ves el estado actual del mundo desde Canadá?
—Por momentos parece que todo el mundo estuviese gobernado por dictadores. Ya sea Inglaterra, Norteamérica o Europa. Y Canadá también tiene lo suyo, no vayas a creer. Los peores parecen haber llegado a la cima, así que no estamos ante lo que se pueda considerar como una era muy esperanzadora.