Se publicó en Buenos Aires en marzo del año pasado, pero a tal punto pasó inadvertida que la página web de la editorial Mardulce no consigna ningún artículo referido a El sueño de una cosa, la extraordinaria primera novela de Pier Paolo Pasolini que todavía puede conseguirse en librerías porteñas, en una excelente traducción de Guillermo Piro. Hay en este texto una belleza contenida, una emoción auténtica, una verdad profunda que hacen de esta novela un mojón a partir del cual es posible volver a Pasolini –una vez más: siempre se vuelve a Pasolini-- desde una perspectiva distinta, que ordena buena parte de su obra posterior, tanto en la literatura como en el cine.
Escrita entre 1948 y 1950, cuando su autor no había cumplido todavía los 28 años, El sueño de una cosa es una novela de iniciación en varios sentidos. Es la primera de su autor, relata de un modo tan sencillo como conmovedor los pasos iniciales en la vida adulta de tres muchachos de la región rural del Friuli, en el noreste de Italia, y está ambientada en la inmediata posguerra, cuando un país devastado necesitaba refundarse desde sus cimientos. Procedentes de distintos pueblos de la zona, el Nini, Milio y Eligio se encuentran y se hacen amigos en una fiesta callejera de Pascua en Casale, a donde llegan en carro o en bicicleta. “Esos eran los días de la esperanza”, escribe Pasolini. “La guerra ya parecía lejana y para la juventud comenzaba la vida”.
Los tres comparten la pasión por la música, el baile, las chicas y el vino, pero también un difuso compromiso político con el comunismo, que los empujará a uno de sus primeros fracasos. Ante la falta de trabajo y la pobreza extrema que los acorrala, el Nini y Eligio deciden cruzar ilegalmente la frontera y, en un viaje azaroso, marcado por los infortunios, probar suerte en la incipiente Yugoslavia de Tito, en la que tienen la esperanza de ser recibidos como camaradas. Pero la barrera del idioma y el hambre que también impera en esa otra tierra diezmada por la guerra, los devuelve aún más flacos y cansados a su país.
Aunque mejor comido, a Milio no le irá mejor en Suiza, donde la extrañeza y la nostalgia lo corroen y resolverá también a volver. Sus vidas paralelas se encontrarán de nuevo, los tres luchando --junto a decenas de campesinos hambrientos-- contra los terratenientes del Friuli, que convocan en defensa de sus privilegios a la policía y el ejército, en unas escenas que recuerdan a las de Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci, amigo y admirador de Pasolini desde su primera juventud.
Una escena en particular de la película de Bertolucci parece salida directamente de las páginas de El sueño de una cosa. Escribe Pasolini, inspirado en datos de la realidad: “Cuando el carro blindado tiró abajo el muro que rodeaba la mansión y entró en el jardín llevando encima a los policías apuntando con sus armas, una mujer, luego dos, luego tres, luego cien se sentaron en el suelo, sobre el barro, bajo la densa lluvia que caía. Y allí se quedaron, acostadas, ¿y quién podría moverlas?, gritándole a los policías: -¡Avancen si tienen coraje, hijos de puta!”
Aunque por la época en la que fue escrita, que coincidió con el nacimiento del neorrealismo cinematográfico, pueda parecer fácil asociar a El sueño de una cosa con ese movimiento, el futuro cineasta sin embargo ya era por entonces un poeta consumado, con varios volúmenes publicados, y su novela tiene un vuelo lírico que indica que ya entonces Pasolini iba en otra dirección de sentido. Inspirado en hechos reales y en un trabajo de campo casi documental --que la exhaustiva biografía de Nico Naldini atestigua, con entrevistas a quienes Pasolini frecuentó en aquella época— la novela sin embargo aspira a ir más allá del mero realismo. Se diría que, como sus tres coprotagonistas, también tiene “el sueño de una cosa”: de un ideal de justicia y de felicidad, pero también de una belleza y una poesía que trasciendan la realidad.
En cualquier caso, Il sogno di una cosa refleja el período inicial, la etapa campesina de Pasolini, de sus personajes y del autor mismo, que por entonces militaba con discrepancias en la rama del PCI friuliano, al que no tardaría en abandonar. Es el momento de sus lecturas de Antonio Gramsci: “Yo pensaba con Gramsci que se podían realizar las grandes obras nacionales y transformarlas en populares, destinadas a un pueblo naturalmente idealizado”, confesaría luego Pasolini en una entrevista. “Pero este pueblo idealizado gramsciano ha desaparecido”.
Con la llegada a Pasolini a Roma, en 1950, esos muchachos simples de campo de El sueño de una cosa se convierten –con otros nombres-- en el subproletariado que va poblando la periferia de la ciudad y que da pie a los relatos de Historias de la ciudad de dios (circa 1950-1957), a las novelas Ragazzi di vita (1955) y Una vida violenta (1959), y a la película Accatone (1961), su primer largometraje como director, donde sigue latiendo el sentido trágico, la indecible tristeza que ya prefigura El sueño de una cosa.
No parece casual que recién entonces, más de diez años después de haberla escrito, Pasolini pudiera ver impresa la primera edición en italiano de su primera novela, que antes de llamarse Il sogno di una cosa tenía por título provisorio La mejor juventud, título que luego el autor reservó para su antología de poesía friulana. En castellano, hubo una versión anterior de una editorial venezolana (Tiempo Nuevo, Caracas, 1972), pero esta reaparición de El sueño de una cosa en un sello independiente argentino, con una traducción impecable y eruditas notas al pie, debe ser saludada –aunque más no sea tardíamente-- como un auténtico acontecimiento.