Es difícil imaginar a una intérprete tan explosiva y generosa como Marina Otero en la inmovilidad. Pero a esa instancia la condujo una hernia de disco por la que tuvo que ser operada recientemente y por la que sufrió cuatro internaciones el año pasado, además de largos períodos de reposo absoluto. Estaba en el ambicioso proceso de continuar con la creación de una obra “a lo largo del tiempo”, que expresara la evolución del cuerpo y las marcas que guarda. Planeaba la última parte de una trilogía que siguiera a Andrea y Recordar 30 años para vivir 65 minutos. El mismo día en que fue seleccionada por las autoridades del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) para una coproducción del proyecto se quedó dura. Aunque no estática: el proceso creativo continuó en marcha, y Fuck me se hace eco de la experiencia que vive a la vez con angustia y aceptación. 

“Siempre me imaginé en el centro de la escena, como una heroína, vengándome de todo. Pero el cuerpo no me dio para tanta batalla. Hoy dejo mi lugar a los intérpretes. Voy a mirar cómo ellos le prestan su cuerpo a mi causa narcisista”, declaró Otero para el catálogo del festival. Esta vez también estará en escena, aunque sentada. La dramaturgia y la dirección son suyas y los performers son todos varones: Augusto Chiappe, Cristian Vega, Fred Raposo, Juan Francisco López Bubica y Miguel Valdivieso. Las funciones son este sábado, el domingo y el martes en el Teatro Regio (Avenida Córdoba 6056).

Dice la creadora de 200 golpes de jamón serrano –celebrada obra que hizo junto a Gustavo Garzón- que este nuevo material tiene que ver con “el dolor”, con “cómo el cuerpo empieza a tener fallas”. “Siendo bailarina siempre me sentí muy bien, muy fuerte. Un cuerpo entrenado hace que uno se sienta joven, saludable. Mi vida se dio vuelta. Pero no porque no podía bailar, pasaron un montón de cosas más trágicas: no podía salir de la cama. No había forma de sacar el dolor y la hernia se fue agravando cada vez más. Me inyectaron morfina”, relata la performer, autora y docente de 35 años.

Plantea a Fuck me como una suerte de “despedida” de cierta manera de vivir la danza. Aunque con la operación, que fue en diciembre, “el dolor bajó un montón”, todavía no tiene precisiones sobre cómo evolucionará. “Es una despedida de un tipo de fisicalidad extrema. De una manera personal es una despedida de la danza. No sé si no voy a poder bailar más. Pero siempre tuve una fisicalidad extrema, que tiene que ver con cosas que voy contando en la obra. Es una forma de expresar mi ira. Los acontecimientos de mi vida los linkeo a los de la profesión en la obra, desde la autoficción”, cuenta Otero, que siempre pretende universalizar las propias vivencias.

Respecto de las causas de su problema de salud, no puede precisar si es una consecuencia de haber bailado tanto y así: “Hay cosas que ayudan, puede ser hereditario, genético… todo el mundo tiene hernias, pero no a todo el mundo le tocan los nervios de tal modo de llegar a la parálisis. Es muy personal lo que puede pasar”.

Sobre la estructura de la pieza, adelanta que contiene “danza, textos, documentos”. El movimiento está en el centro y también hay “momentos más conferenciales”. “El tipo de dramaturgia tiene que ver con lo performático”, resume. La decisión de contar con intérpretes todos del sexo masculino responde a un afán de “venganza”, reconoce entre risas: “Es un vínculo con la obra anterior, en la que convocaba a tres hombres para aludir a tres hombres de mi vida, y todos se llamaban Pablo. En este caso, ellos son los que se entregan, a modo de sacrificio espiritual, por las mujeres. Se desnudan y lo dan todo”.
--¿Cómo transitás la idea de la despedida?
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Angustia hay, como en todos los procesos de muerte y transformación. La obra tiene que ver con la muerte de algo. Y como cualquier muerte, y lo irreversible, genera mucha angustia. Pero también implica reubicarse y aceptar lo que pasa. No sabemos adónde vamos. Es como cuando te separás o muere alguien. Ahora estoy llorando, pero no sé para dónde voy a ir. Es un camino incierto el que se abre.
--¿Por qué te obsesionaste con la autoficción?
--Bueno, no sé si por megalómana (risas). Siempre me obsesionó la intimidad, desde pequeña. También tengo la obsesión de observar cómo el cuerpo puede mutar a lo largo del tiempo. Soy una persona muy romántica y melancólica de todo lo que se deja atrás. Por eso mi estética es muy retro, muy de los noventa; tiene que ver con la infancia.
--¿Qué es el cuerpo para vos?
-- Donde se aloja la historia, el presente y lo que vendrá. Es lo único. Sobre todo después de lo que me pasó tomé conciencia. Siempre pensaba “me la doy contra el piso, total el cuerpo sale adelante”. Bueno… la juventud. La obra habla de la pérdida de la juventud. Pensás que el cuerpo se regenera, “pum”, te lastimás y a los dos meses estás bailando de vuelta. Capaz este año tomé conciencia de la finitud. Cuando no podía caminar directamente, dije “listo, se me acabó la vida”. Ni siquiera podía hacerme un mate. El cuerpo es el presente, lo esencial, lo finito. La vida.
--¿Qué imaginás para después de Fuck me?
--Me gusta mucho la adrenalina, tendré que trasladar la física a otro tipo de adrenalina. En la obra digo “nunca me voy a calmar”. Sólo que el cuerpo no me da. Es terrible, igual: adentro tengo un fuego, no sabría cómo sacarlo. Soy de ese tipo de persona. Estuve por llamar a Irazábal (Federico, director del FIBA) para suspender el estreno, pero el equipo me contuvo y decidí continuar. Soy de virgo, controladora, pero no puedo controlar todo. La obra me va guiando. Que me tire para otro lado implica salir del yo, del ego, y ver para dónde va. Porque no depende sólo de mí, sino también de la vida, el entorno, las personas. Prefiero que la vida me siga llevando, no decir cómo me veo en el futuro. La dirección es un lugar posible, como la interpretación desde otro lugar. En la obra estoy sentada. También es una forma. No todo tiene que ser extremo.