Cuando Billy Lynn’s Long Halftime Walk, la nueva película de Ang Lee, se presentó en el New York Film Festival el año pasado, las reacciones no fueron las que el realizador dos veces ganador del Oscar hubiera esperado. Basada en una novela publicada en 2012 por el debutante autor estadounidense Ben Fountain, la película recibió objeciones que no tenían tanto que ver con su temática –el retorno de un soldado estadounidense desde el frente en Irak y sus problemas para enfrentar la histeria del regreso– sino con sus impactantes innovaciones técnicas.

Utilizando resolución de 3D y 4K, Lee y su director de fotografía John Toll filmaron la película a 120 fotogramas por segundo: casi cuatro veces más que la habitual velocidad de 24 por segundo. El resultado de esta mayor tasa de fotogramas le da al film un aspecto casi hiperrealista, magnificando la claridad visual hasta un punto casi  inquietante. Como de algún modo le sucedió a Peter Jackson con sus 48 fotogramas por segundo en El Hobbit, algunos se quejaron por una suerte de “efecto de telenovela”, la indeseable calidad de “suavidad” que algunos modernos televisores de HD puede producir.

“La realidad de las emociones queda superada por la realidad de la imagen”, protestó un espectador en Twitter luego de la primera proyección, haciéndose eco de los sentimientos de muchos otros. En el encuentro para la entrevista en un hotel londinense, el canoso director de 62 años luce algo abatido. “La película apenas fue vista en los Estados Unidos”, suspira. “El estudio no hizo mucho por promocionarla”. En ese país, la película fue un fracaso de taquilla, y recaudó algo menos de dos millones de dólares. No ayudó en nada que solo dos salas –en Nueva York y Los Angeles– tuvieran el equipamiento necesario para exhibir el film en su formato propuesto de 120 “frames per second”.

Aunque la película puede ser proyectada sin este nuevo formato, Lee tiene el derecho de sentirse agraviado. Lee es un pionero técnico: Una aventura extraordinaria (2012) llevó más allá las fronteras del 3D. Sus experimentos significaron que –según definió el periódico especializado Variety– Billy Lynn’s Long Halftime Walk “tiene el potencial para ser una producción revolucionaria”, abriendo la puerta para “un nuevo camino para de vivir la experiencia de ver películas”. Demasiado modesto para decir algo en el mismo sentido, el realizador, de habla calma y serena, simplemente se encoge de hombros. “Trato de hacer una diferencia, pero puedo llegar hasta cierto punto”, señala.

Parte del problema, según dice Lee, es conseguir que el público se ajuste a la novedad. El cree que usar estas nueva tecnologías no debería ser solo para los tanques de Hollywood. “Mi sentimiento personal es bastante contrario a lo que la gente cree que una película en 3D –un film técnicamente avanzado– debería ser: un gran espectáculo dedicado a la acción. En este medio, lo que más conseguís –y es una ventaja– es una intimidad, el modo en que te relacionás, la simpatía con el personaje. Eso es al menos lo que yo he descubierto. Y sé que es una manera difícil de vender, que va contra la convención”.

El realizador taiwanés compara el asunto a los días en que el Cinemascope fue presentado en Hollywood, en los años cincuenta: la innovación de la pantalla extra grande que se utilizó para batallar contra la caída en los números del público. “Es una manera diferente de hacer películas”, dice. “En este momento, toma cierto trabajo decidirse a verlo”. Cita como ejemplo los inmersivos flashbacks de Billy a sus tiempos en Irak. Pero en el futuro, argumenta, no estará limitado a las secuencias de acción. “Cuando te acostumbres, lo verás más y más”, promete.

La película presenta como protagonista a Joe Alwyn, una nueva estrella del show business británico que encarna a Billy, de 19 años, que toma el centro del escenario en un desfile de celebración durante el Día de Acción de Gracias, en el entretiempo de un partido de fútbol americano de los Dallas Cowboys. Ingeniosamente, Lee yuxtapone este festejo casi surreal con los horrores que el joven tuvo que enfrentar en Irak. “En realidad, no la veo como una película de guerra o una película de regreso-a-casa”, explica. “Es más bien un estudio social, una película sobre el crecimiento y la fe, más que una bélica o un film sobre la llegada a la madurez de un joven”.

Aunque Lee niegue que sea “una película de regreso-a-casa”, al ponerla junto a títulos como Stop-Loss y La conspiración (In The Valley of Elah) ilumina y remarca la disparidad entre las percepciones de los civiles y las experiencias de los soldados en los conflictos de Irak y Afganistán. “Entiendo que a los soldados les moleste cuando la gente les agradecen por sus servicios. Porque eso quiere decir que esos civiles no tienen que hacerlo”, dice el director. “Si realmente te preocupan, dales trabajo y dinero. No les agradezcan, denles una ayuda que sea real”. 

Billy Lynn’s Long Halftime Walk (La larga caminata de entretiempo de Billy Lynn) ciertamente entra dentro de la categoría del “canon americano” de Lee: películas como Tormenta de hielo (una historia de los setenta situada en los suburbios), el drama de los cowboys gay en Secreto en la montaña o Cabalgando con el diablo, ambientada en la Guerra Civil. Lee, que vive con su esposa desde hace 33 años Jane y sus dos hijos en Nueva York, reside en los Estados Unidos desde 1980, cuando arribó de su Taiwan natal para estudiar Drama en la Universidad de Illinois y producción cinematográfica en la NYU’s Film School. A pesar de eso, ha regresado con frecuencia a Asia, realizando películas tan impactantes como El tigre y el dragón, que cambió la manera de ver las artes marciales, y Una aventura extraordinaria, que le significó su segundo Oscar al Mejor Director. Con lo que no sorprende que se lo vea tenso con el presidente Donald Trump en los primeros días de su administración. De hecho, Trump ya agitó las aguas al hablar con el presidente de Taiwan, que en la China continental aún es vista como una provincia disidente, fuera de la ley. Aunque es el primer líder estadounidense en hacerlo desde que el presidente Jimmy Carter adoptó la política de “One China” en 1979, reconociendo a Beijing como único gobierno de China, Lee no luce muy convencido del renovado interés de Trump por su tierra natal. “No creo que le preocupe demasiado Taiwan”, dice. “Simplemente quiere provocar a China... ¿y que van a hacer ellos más que patearnos el culo? No creo que le importe Taiwan. Es una de sus gangas, supongo, nada que tenga que ver con que le importemos. Con lo que estamos bajo la presión de dos grandes poderes opuestos: sí, realmente estoy preocupado por mis compatriotas”.

Con su vida firmemente establecida en Nueva York, no hay manera de que Lee se desarraige y retorne a Asia, aunque admite que viene jugando con la creciente idea de hacer otra película en su continente originario. También está ansioso por filmar Thrilla In Manila, un retrato del legendario match de box que en 1975 enfrentó en las Filipinas a Muhammad Ali y Joe Frazier, utilizando nuevamente el sistema de 120 fotogramas por segundo. Debido a sus costosos efectos visuales y las dudas provocadas por el nuevo sistema, está teniendo dificultades para conseguir la financiación necesaria. Aún así, la idea de Ang Lee poniéndose al frente de lo que es usualmente reconocido como una de las más grandes peleas de box de todos los tiempos es algo que estimula las ganas de ir al cine. “¡Es un drama de alto nivel!”, exclama. “Me gusta tratar la acción como si fuera un drama. No es un debate verbal, sino una especie de conversación física. Creo que esos dos consiguieron la mejor pelea de todas. El estilo de pelea, el tipo de cuerpos y lo que representaban cada uno, cómo construyeron su carrera y llegaron allí, qué pensaban cada uno... eran totalmente opuestos. No se me ocurre nada que sea más dramático”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.