¿Por qué cuesta tanto establecer algún vínculo entre hechos de extrema violencia como el asesinato de Fernando Báez Sosa con la masculinidad? La idea no es llegar a una generalización del estilo “todo rugbier es violento y asesino”. No. Se trata de analizar el fenómeno social, de unir puntos que parecen no tener ninguna relación entre sí y que al hacerlo pueden decodificar mensajes que hasta ahora permanecían incomprensibles.
¿Qué es eso que sabemos que está presente pero que se nos escapa cuando intentamos comprender la violencia ejercida por varones (presuntamente cis y heterosexuales)? Hablar del “mandato de masculinidad” puede ser una alternativa que nos lleve por un camino novedoso. Esta idea sostiene que la masculinidad es un atributo que debe ser conquistado mediante determinadas acciones y que está sujeto a la aprobación de sus pares y a su permanente reafirmación. Un aspecto central de este mandato consiste en soportar situaciones con distintos grados de violencia y humillación. La contracara de este proceso, lo que mide el nivel de “aguante” de cada uno, es el silencio. La vergüenza y la humillación son necesarias para el sometimiento y la complicidad. Consecuentemente, se produce el silencio que se toma por lealtad y pertenencia grupal.
Cabe preguntarse cómo negarse a transitar los ritos de iniciación, rechazar el estatus masculino, desobedecer el mandato y qué costo se paga por ello. Los riesgos son la violencia física, psicológica o la más temida: la exclusión total del mundo de los hombres. Ese apátrida se llama "puto" y fue muy bien sintetizado por Juan Branz en su artículo publicado en Revista Anfibia al analizar la construcción de masculinidad en el mundo deportivo: “compartir un espacio deportivo con otros varones es exponerte a la medición de cuán “puto” sos. Esto no implica –necesariamente- que te gusten tus compañeros o algún otro pibe extragrupo. No. Esto significa cooperar en un espacio donde no se admite “lo otro”. Convertir al otro en puto es convertirse uno mismo: la constitución propia a partir de nombrar al otro. Perpetrar al otro mediante violencias (simbólica y física) es la celebración de la propia masculinidad que no acepta otro modo de vincularse con otro varón”.
El mandato de masculinidad no admite otras formas de vínculo entre varones y por eso reserva categorías para quienes traicionan su lógica: puto, maricón, trolo, gay, etc. En cambio, para quienes sí participan de él, pone a disposición un universo de sentidos que permite que los actos de violencia no sean percibidos como tales siempre que se lleven a cabo en contextos donde sus pares tengan la certeza de que quien intente nombrarlos de otra forma, estará en falta respecto del grupo y sus normas. Por eso es que, cuando la fuerza y humillación como manera naturalizada de vincularse quedan expuestas, asoma a la superficie esta red de sentidos que es rápidamente objeto de intentos de ocultamiento. En su afán negador como mecanismo de supervivencia y reproductor, el pacto se rompe y sacrifica a algunos de sus miembros haciéndolos depositarios de conductas individuales que nada tendrían que ver con los valores y comportamientos habituales del resto del grupo.
El modus operandi cruel se repite con variaciones de medios y grados en toda clase de instituciones masculinistas además del deporte: la policía, el ejército, el clero, la mafia. No atraviesa sólo a los varones de elites o que pretenden serlo o a quienes sencillamente les gusta el rugby como práctica deportiva. Si bien es necesario atribuir responsabilidades concretas que reproducen estas prácticas el problema en definitiva son los valores identitarios del varón. ¿Cómo criar varones no violentos? En realidad, ya conocemos la respuesta. El feminismo tiene una tradición en identificar actos físicos y verbales. Se les dice a los niños: "no seas maricón", "no seas nena", "no seas buchón" desde la infancia más tierna.
Desde 100% diversidad y derechos queremos contribuir a este cambio. Consideramos que el feminismo, al denunciar la violencia machista, no se agota en una defensa sectorial de las mujeres y LGBTI+ sino que llama a erradicar la crueldad cotidiana en todos los ámbitos y en todos los vínculos. Se trata de otro orden posible donde el cuidado, el contacto, el registro de las emociones, la regulación pacifica de los conflictos, la reflexión sobre cómo, cuándo y hasta dónde es legítimo el uso de la fuerza sean elemento y sustancia constitutivas de todas las relaciones sociales. ¿No es acaso este un elemento necesario de cualquier democracia que aspire a mejorar? Nuevas formas de masculinidad son posibles y necesarias para la consolidación de un nuevo pacto social.
* Activistas de 100% Diversidad y Derechos.