Ale, Nacho y P juegan al básquet en un club de Bahía Blanca, y el día anterior al último partido del campeonato organizan un festejo al cual invitan a Rocío, una adolescente que trabaja en el club. Esa misma noche, los tres amigos la violan y la matan. Y ese femicidio -nacido de la ficción- trae a la reflexión la magnitud de la problemática de la violencia de género en la Argentina.

Un tiro cada uno es la pieza que narra esa historia creada por el grupo de escritura colectiva feminista Cabeza, formado en 2015 por Laura Sbdar, Mariana De La Mata y Consuelo Iturraspe, en el marco de la Beca a la Creación 2016 otorgada por el Fondo Nacional de las Artes, y que podrá verse hoy a las 21, mañana a las 20 y el jueves a las 21, en el marco del 13º Festival Internacional de Buenos Aires, en Roseti (Roseti 722). Allí, las dramaturgas que se conocieron estudiando en la EMAD (Escuela Metropolitana de Arte Dramático) se prestan a dirigir su propio texto y a ponerse en el cuerpo de los femicidas.

“Nos enamoramos un poco de nuestros trabajos y supimos que teníamos que hacer algo. Queríamos explorar algo novedoso para las tres, entonces nos juntamos a conversar sobre qué temáticas nos interpelaban. Y lo que nos interpelaba era la violencia de género, así que empezamos a investigar casos reales que habían sucedido en nuestro país”, cuenta Iturraspe.

El trabajo de investigación fue el primer paso. Las autoras, intérpretes y directoras indagaron en las coberturas periodísticas que recibieron algunos casos emblemáticos de femicidio, y para eso siguieron de cerca los casos de Marita Verón y Paulina Lebbos. Y como suele suceder con estos proyectos escénicos, la ficción se reactualiza y es superada por la realidad. En ese aspecto, las creadoras encuentran que el caso expuesto en su obra dialoga con el crimen reciente de Fernando Báez Sosa, asesinado por un grupo de rugbiers en Villa Gesell.

“Si bien nosotras construimos una historia de ficción, hay muchas cosas que hacen espejo con casos reales”, comenta De La Mata, quien advierte que en los deportes de equipo hay un “pacto de la grupalidad”. “El deporte es un lugar interesantísimo como espacio donde se constituye el grupo y aparecen supuestos valores de comunidad y solidaridad entre machos. Y por eso es una de las grandes estructuras patriarcales”, amplía Sbdar.

- En el teatro es usual ver historias sobre violencia de género narradas desde el lugar de la víctima. ¿Por qué decidieron trabajar la dramaturgia desde la perspectiva de los victimarios?

Laura Sbdar: - Esa es una de las grandes preguntas que deviene en otras preguntas que vinimos conversando en este tiempo y que son cómo narrar la violencia y cómo representar la crueldad. En los medios toman la voz de la víctima y hablan por ella, entonces nos preguntamos qué pasaría si el procedimiento fuera a la inversa y nosotras tomáramos la voz y el cuerpo de los asesinos. Y su vez pensamos también cómo hacer para que la víctima aparezca en su desaparición. Y ahí aparece la idea de que las tres, con la fuerza que da la voz colectivizada, podamos ser la voz de Rocío reivindicando su lugar desde lo invisible.

Mariana De La Mata: - Ponerle el cuerpo a la voz de estos varones que hemos creado es algo que sirve para ver que esto forma parte de nuestra sociedad y que no es un caso aislado. Narrar los momentos previos al asesinato, cómo es la convivencia entre estos varones y cómo piensan y cómo actúan, hace que pueda verse el contexto en el que sucede un femicidio. Quisimos mostrar a hombres que todo el tiempo tienen una complicidad machista, caldeando una violencia que primero nos parece inofensiva, hasta que después vemos los números de los casos.

- ¿Y cómo es ponerse en la piel de un femicida?

Consuelo Iturraspe: - Ni Laura ni yo somos actrices, y no tenemos tanta formación en este aspecto como Mariana, y entonces ya era un desafío entrar a ese campo. Y en mi caso me gustó ver esto como la puesta de un cuerpo político en escena y como un compromiso mío de estar ahí sin importar lo que me pase, sino dándolo todo para poder contar este trabajo y la reflexión que hacemos.

L.S.: - Se produce algo muy interesante en esa transición. Cuando entrás al personaje hay un momento de mucha incomodidad, y una vez que estás adentro ves que hay algo de esa corporalidad que de alguna manera la tenemos cargada por haber observado en otros varones el movimiento y la prepotencia que aparece en estos personajes. Hay algo de esa comodidad del macho que en la escena nos aploma. Y es muy terrible ver lo divertido que es ser machirulo, porque te das cuenta que lo pasan bien.

M.D.L.M.: - Hay una impunidad en estos personajes e interpretarlos tiene su lado divertido desde el juego expresivo. Al principio con el público se genera una empatía, para después mostrar la contracara de eso.

- ¿Cómo es el proceso de actuar, dirigir y escribir de forma colectiva?

C.I.: - Pienso que fluyó muy bien desde el primer momento. Cada una hace por fuera trabajos muy diferentes, y a la hora de juntarnos a pensar un proyecto compartimos nuestras experiencias y eso enriquece el material. Entre nosotras hay mucho debate, mucha reflexión y mucha birra (risas). Esta obra fue un trabajo muy complejo, y llevó mucha dedicación, esfuerzo y angustia, pero por otro lado fue muy simple porque todas queríamos hacer esto.

M.D.L.M: - El teatro siempre es un trabajo colectivo. El tema que tratamos es difícil, y a veces eso nos asfixiaba, pero siempre tuvimos mucha afinidad y no hubo grandes cosas para discutir. Fue mucho trabajo, pero muy gozoso.

L.S.: - Nos juntamos porque queríamos pensar y atravesar la escritura de manera colectiva. Ese fue el primer deseo y es interesante ver cómo eso se llevó a la escena del mismo modo. Desde el primer momento pensamos que nuestra potencia estaba en unificar nuestras poéticas. Y en la obra se ve eso.