Una imagen primera. Podría decirse casi definitoria. Lo que pasa allí: “El Príncipe” salta la soga en la playa. Hay sol y una felicidad iracunda que parece no caberle en ese cuerpo espigado. No hay fecha de referencia. Se podría aventurar: fines de los ochenta. O mediados de los noventa. O casi los dos mil. En definitiva, lo mismo da: porque Príncipe era eso. Su vida fue eso. Sus canciones también.

Gustavo “El Príncipe” Pena (1955-2004) fue un músico uruguayo exquisito que en vida apenas llegó editar dos trabajos (Amigotez, junto a Nico Davis , 2002 y El Recital, 2003 ). Y, como Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans, su reconocimiento fue creciendo después de muerto. Y también, como a ambos, siempre se lo consideró y pensó como figura de culto. A las ediciones oficiales rescatadas y publicadas luego de su muerte (por ejemplo, La fuente de la juventud, 2005 o Amor en el zaguán , nuevamente junto a Davis, 2006) hay que agregar, sobre todo, el trabajo de edición y divulgación que Eli-u, hija de Pena, mantiene desde hace varios años. Ella misma editó su propia relectura de algunas canciones de su padre en el disco Creo en los elefantes (2008) . Y el año pasado se publicó Fuselaje Púrpura (Los Años Luz discos), bajo la firma del propio Pena y Herman Klang, donde se reúnen algunas canciones que ambos grabaron hacia mediados de los noventa. Pero vale volver sobre ese otro camino que viene haciendo Eli-u desde imaginandobuenas.com.uy : allí sube y publica material inédito o demasiado poco conocido de Pena totalmente liberado para su descarga. Lo que se dice: oro en polvo. O en megabytes. “El Príncipe” es a la vez teoría, carta de navegación y derrotero de su propia obra. Define el comienzo y el final de un mundo propio: el de su cancionística. Exquisito, raro, encendido. Y prolífico. Súper prolífico.

Foto: Sergio Jacomino

El documental Espíritu inquieto, escrita y dirigida por Matías Guerrero y Eli-u (se estrenó comercialmente a salas llenas hacia diciembre de 2018 y actualmente está proyectándose en todo Uruguay) trabaja, sobre todo, con material de archivo (incunables públicos y joyas familiares), canciones conocidas, músicas inéditas, reportajes radiales o grabados en casetes perdidos y encontrados, registros audiovisuales de sus presentaciones en vivo (el del trío La Ranaraka en un jardín o ese mini recital de madrugada en Cabo Polonio son, simplemente, hermosas), algunas entrevistas actuales. Al día de hoy el antecedente más inmediato era La Cocina (2010, documental dirigido por Guillermo Villalobos). El desfiladero de personajes en Espíritu Inquieto es una medida justa: su hija, la tía que lo crió, el primo, su ex compañera y madre de Eli-u, su hermana que financió la grabación de La fuente de la juventud (aquel disco editado en 2005 pero registrado durante 1991 en Estudios Panda de Buenos Aires) y aportó tres mil dólares al comienzo y terminó en quince mil, músicos que tocaron y compartieron proyectos y más que eso con él (Nico Davis, Martín Morón, Herman Klang, Jorge Sadi) y también amigos y amigas, contemporáneos y compañeros de la bohemia y del filo de las ciudades de esos años, desde fines de los setenta en adelante. Hay un breve texto que acompaña aquel disco: El agua chorrea sobre un ardiente deseo. Y queda todo atrás como los pasos en la arena. A no ser que camines para atrás. Entonces todo vuelve. Recuerdas. (…) Entonces te alejas de tu futuro. Y el futuro te viene a tocar del mismo modo. Pero vos no estás preparado y te asustás. Escuchame Alberto -dice una voz tranquila- ¿ya estuviste en la playa de la vida? Alberto estira su dedo índice y se toca el ojo derecho sacándose una lagaña. Decime Margarita –con tono irónico, pregunta- ¿te bañaste en el mar de la ignorancia? Hay cierto hilo cronológico. No hay fichas ni fechas: más bien todo intenta apuntalar lo holístico de la vida y obra de Pena. 

Allí se suceden, por ejemplo, los proyectos colectivos y de banda: Buraco Incivilizado, La Ranaraka, Autobombo. De alguna manera, el documental trata de darle cierto orden al cosmos caótico pero hermoso que fue por momentos su vida. Hay un pequeño recorrido por su infancia y sus primeros derroteros en la ciudad para luego sí centrar el relato en la obra. Y en su vida mientras tanto. Por ejemplo, él recordándose por las tardes abrazado a la radio familiar, la canción que improvisó, siendo niño, no bien se enteró de la muerte de su madre, el debut en la Alianza Francesa de Montevideo en 1979 y su posterior y casi inmediato viaje a Brasil donde comparte noches con los Novos Baianos. “A mí me descubrieron los brasileros” dirá. En definitiva, y Espíritu inquieto revalida ese punto, la alegría y la vitalidad eran incontenibles en Príncipe. En ese cuerpo cada vez más quebradizo, en esa incontinencia compositiva por momentos a contrarreloj –quizás por el hecho de saber y sentir que su salud daba cada vez menos tregua-, en esas músicas y esas canciones cada vez más frágiles. Y por ello, irrompibles. Vaya si Pena bebió, se embriagó de aquella fuente de la juventud. De ese combustible difícil de conseguir, él tenía mucho. Su obra es inconmensurable. Quizás desordenada, algo errática. Pero enorme.

Foto: Sergio Jacomino

También el propio Príncipe cuenta durante el documental: “La noción del tiempo y el espacio en mi mente no es igual al de otra gente. Puedo estar en lugares imaginarios”, “No fui consecuente, estoy en un lugar y cuando se convencen que me que quedo ya me fui”, “Mi instrumento es la música, hago música porque no puedo parar de hacerla”, “Un instrumento es un instrumento. El tipo es responsable de su sonido, nada más”, “¡No! No tiene nada de malo tocar una nota sola” le dice mientras improvisa junto a un acordeonista desconocido que fue a visitarlo. Y algunos de los que aparecen allí: “Parecía Billie Holiday” dice Alberto “Mandrake” Wolf. “Tal vez ibas a verlo y durante dos o tres días podías tocarle timbre una hora y no salía. Y de repente te abría y hacía un día que no comía pero te mostraba un tema recién hecho. Trabajaba para Dios” dice el trombonista Martín Morón (compañero en Autobombo) conmovido y emocionado. “Mirá, sino le gusta al pizzero vamos a tener que grabar todo de nuevo” dice Nico Davis que solía decir Príncipe cada vez que terminaban de grabar alguna canción en esas jornadas largas y salían de madrugada a divagar por la ciudad. “Va directamente al corazón. ¡Tá! –dice su primo- Eso era Gustavo”.

 

Cierto es que ese halo de vitalidad y júbilo que se encuentra en su vida es el mismo que habita en sus canciones. En un pasaje de la película, en referencia a la dictadura uruguaya él dice: “Era una época muy oscura. Pero mi música no es oscura. Es como si estuviera mirando entre los brillos de la niebla”. Esa alegría, ese júbilo no era naif. O liviano. Era celebratorio. Puro ritual de vida, Príncipe. Allí el documental no deja margen de interpretación. Espíritu inquieto traza su parábola vital. Por último eso que, como un deseo colectivo, dijo y cantó: suerte y amor.