Los legisladores del Partido Republicano presentaron finalmente un proyecto de ley para sustituir el sistema de salud conocido como Obamacare, una verdadera obsesión del presidente Donald Trump y de la mayoría conservadora en el Congreso.
Trump recurrió ayer a la red social Twitter para celebrar: “Nuestra magnífica ley sobre Cobertura Médica ahora está disponible para su revisión y negociación. Obamacare es un desastre total y completo”. La tarea, sin embargo, podría ser enormemente compleja y exigirá a la mayoría republicana una renovada capacidad de negociación para hacer avanzar el proyecto, por la forma en que funciona el sistema público de salud. “Es tiempo de acabar con la pesadilla”, tuiteó luego Trump.
La demolición será controlada. Los intereses en juego son demasiados para una destrucción masiva. Primero, porque 22 millones de personas ya contrataron un seguro sanitario gracias al Obamacare. Y segundo, porque una liquidación súbita de la fiscalidad que lo sustenta aumentaría el déficit federal en 353.000 millones de dólares en diez años. A este peligro se añade el miedo de los republicanos a arrasar zonas de su electorado que se benefician de la reforma. El mismo Trump, tan beligerante en las redes, señaló en los debates que no quiere que nadie pierda la cobertura y siempre se mostró evasivo a la hora de explicar cómo reformaría el sistema.
En Estados Unidos la cobertura de salud es fundamentalmente un mercado privado, ya que el país es uno de los pocos que carece de un sistema universal y gratuito de atención médica. Alrededor de la mitad de los estadounidenses posee una cobertura privada a través de su empleador, de acuerdo con la Fundación Kaiser Family. Apenas un tercio de la población aproximadamente tiene acceso a un sistema público, reservado a los ciudadanos más pobres (el programa Medicaid) y a las personas de más de 65 años (Medicare). El resto de la población queda sin cobertura médica y debe buscar un plan privado individual o mantenerse fuera del mercado. Estos últimos deben pagar precios exorbitantes cuando precisan atención médica y, según estudios de mayo del año pasado, sumaban nada menos que 29 millones de personas.
En el 2010 el entonces presidente Barack Obama, apoyado por el Partido Demócrata, negoció e hizo aprobar una importante reforma del sistema de seguros de salud para reducir el número de personas sin cobertura médica, entonces estimado en 16 por ciento de la población. La ley (que rápidamente pasó a ser llamada Obamacare) modificó los límites máximos de ingresos para permitir a más personas beneficiarse del sistema Medicaid y estableció ayudas financieras tales como reducción de impuestos para personas que adoptaran un plan privado. Para facilitar el proceso, el gobierno creó un mercado único de ofertas en el que los interesados podían adquirir esos planes privados a un precio reducido. En contrapartida, la ley impuso multas a personas sin cobertura de un plan de salud.
Entre otras novedades, Obamacare determinó que los jóvenes podían estar incluidos en los programas de salud de sus padres hasta los 26 años. Asimismo, las aseguradoras de salud no pueden rechazar una cobertura a causa de enfermedades preexistentes. Estos dos detalles que fueron mantenidos en el proyecto de ley de los republicanos. Con la reforma de Obama, la tasa de personas sin seguro médico cayó a menos de 9 por ciento en 2016, de acuerdo con datos oficiales.
Pero el proyecto generó pesados costos para el Estado y además los propios seguros elevaron los precios de sus mensualidades, ya que este sistema se tornó para las empresas aseguradoras menos lucrativo de lo previsto. Los republicanos, para quienes cualquier idea de un sistema universal de salud huele a “socialismo”, pasaron a criticar el Obamacare por el costo para el Estado y el aumento de los seguros. Fiel a las bases del Partido Republicano, el proyecto de reforma se apoya en la idea de retirar al Estado federal del negocio, liberar el mercado de seguros, suprimir la obligatoriedad individual de tener un plan y eliminar algunas de las multas. Pero el desafío es enorme: llevar adelante esa reforma sin que las personas pierdan su cobertura médica.
En el último mes, legisladores republicanos que participaban de reuniones con electores fueron hostilizados precisamente por el temor de que una reforma del sistema los deje sin cobertura médica. Por ahora, el proyecto de ley mantiene la idea de créditos en la forma de descuentos en los impuestos, pero los valores son mucho menos generosos que antes, especialmente para las personas de salarios más bajos. Al mismo tiempo, desean reducir la cobertura de Medicaid al establecer límites a los gastos del Estado federal.
Sin embargo, el problema puede surgir con la endeble unidad de los propios republicanos, ya que el ala más ultraconservadora del partido ya criticó el proyecto inicial de reforma. Para esos sectores, el nuevo proyecto de ley, apadrinado por el líder republicano en la Cámara baja del Congreso, Paul Ryan, es demasiado parecido al sistema actual, al punto que lo llaman Obamacare 2.0. “Si la dirección (de los republicanos) insiste en reemplazar Obamacare con Obamacare Light, no habrá ningún cambio”, alertaron el lunes varios de esos legisladores, anticipando una batalla feroz en el Congreso.