Estas líneas contienen breves reflexiones personales motivadas por un veloz zapping estival a través de los canales incluidos en la grilla del cable. En este movimiento de tocar sucesivamente la tecla del control remoto, el azar me detuvo en un programa donde un grupo de participantes cocina recetas diversas que son evaluadas por un jurado de chefs profesionales. En esa emisión presentaban a las/los nuevos cocineros amateurs. La conductora mencionaba los nombres, la edad, ocupación y algunos datos de color sobre la vida de cada participante. Esa información se sintetizaba con un zócalo textual.
Antes de avanzar, vale la aclaración de que no se trata de criticar a un programa de televisión o a quien escribe los zócalos, sino de aportar a la comprensión de ciertas formas, naturalizadas podríamos decir, de categorizar trabajos y profesiones. Se busca llamar la atención sobre la forma en que se marcan límites entre las ocupaciones. Límites que van más allá del tipo de contratación laboral o del ingreso alcanzado, sino que hunden sus raíces en aquello que el historiador inglés Edward P. Thompson llama economía moral y que refiere al modo en que se producen, circulan y usan los sentimientos morales, las emociones, los valores, las normas y obligaciones en torno al trabajo en el espacio social.
Volviendo al programa, al aparecer hombres y mujeres de edades diversas, los zócalos nos dicen que uno es estudiante, la siguiente ama de casa y abuela, otro es emprendedor, luego hay un jubilado, unos cuantos empleados y una empleada doméstica.
¿Qué nos llama la atención en esta serie? Si sacamos las primeras categorizaciones, nos queda un conjunto difuso de empleados y una empleada doméstica. Y acá aparecen las preguntas: ¿por qué se decide marcar esa diferencia entre empleos? ¿por qué se incluye esa aclaración, esa referencia a lo doméstico del ámbito laboral? O al revés ¿por qué no sería necesario comentar en el caso de los demás participantes empleados que se trata de administrativos o de comercio? ¿qué distingue a ese tipo de empleos que en un caso parece adecuado marcar esa distinción?
Tal vez alguno/a se pregunte si no es exagerado prestarle atención a estas observaciones. Se podrá decir que es una tontería, una pavada o que no hace falta hacer tanto lío por un zócalo, por una palabra que aclara el tipo de trabajo que tiene una persona.
Pero sí, justamente esa palabra que aclara, que especifica el trabajo de esa mujer es el límite, la marca de la diferencia, entre unos y otros. Esa marca de la otredad es la que exhibe las relaciones de clase vigentes y operando a las que hacía referencia Thompson. Es esa distinción la que se pone en relieve y va organizando un proceso de jerarquización social. Un proceso donde se establece la desigualdad, se le da forma, se la hace aceptable y también legítima. Si ese zócalo no nos llama la atención es porque está dentro de los discursos habituales que orientan nuestra vida social y estructuran un tipo de orden particular -no universal ni natural- que establece distinciones, no sólo económicas sino morales, entre las ocupaciones de las personas y que se percibirán como adecuadas, necesarias o incluso banales.
No retuve la expresión de la participante al ser nombrada, sólo recuerdo el énfasis que ponía al decir lo mucho que gustan sus comidas en la casa de sus patrones.
* Profesora UBA/UNAJ/UMET. Coordinadora del Departamento de Comunicación del CCC.