Las investigaciones realizadas por el Equipo Argentino de Antropología Forense dejaron al descubierto el laberíntico camino, plagado de vicisitudes, que implica la búsqueda de personas y la identificación de cadáveres que sin identidad. Mariana Segura, coordinadora de capacitaciones del EAAF, señaló que “un problema compartido con varios países de Latinoamérica” es que los cadáveres inhumados como NN, al no tener un deudo que pague por una sepultura, quedan allí por el tiempo determinado mínimo -cuatro o cinco años, según el municipio- y después los restos se levantan y pasan a osario común o se incineran. Esto implica que, si eventualmente hubiese una identificación por una huella remota, “el cuerpo ya está perdido”.
En ese caso, el EAAF plantea dos caminos posibles. El óptimo sería contar una ley nacional de cementerios que establezca que un porcentaje de éstos debe estar “destinado a personas sin identidad hasta tanto se identifiquen”. Una opción intermedia sería “una acordada entre fiscales” para que en las causas donde haya cadáveres sin identificar pongan “orden de no innovar en la sepultura”. Aunque muchos fiscales lo desconocen, por el momento ésta es la única medida para preservar los restos de las personas enterradas como NN.
Por otra parte, la activación de mecanismos para búsqueda de una persona viva “hace que durante bastante tiempo se siga esa línea de trabajo. Muchas veces, en todo ese camino no se ve la posibilidad de cruzar, por ejemplo, con los cadáveres hallados recientemente en zonas cercanas”, detalló Segura en diálogo con Página/12.
En general, las búsquedas de cadáveres sin identificar se hacen por el perfil biológico que se les da, por sobre la zona o el lugar de hallazgo. La asignación de un “pésimo perfil biológico”, como en el caso de Mariela Tasat, Luciano Arruga y tantos más, se debe a que esos datos -sexo, edad y descripción general- se le piden a la persona que encuentra el cuerpo y son tomados como certeros para la búsqueda.
“El primer personal de las fuerzas que se reúne con ese fenómeno desconoce que lo que haga en ese momento puede hacer a la diferencia en la identificación de ese cadáver. Entonces, lo hace de manera burocrática, siguiendo un protocolo que desconoce para qué, sabiendo que va a ir a no sé dónde y no va a llegar a nada, en cuyo caso por eso, quizás, no se esfuerza tanto en tomar la huella, en describir el grado de putrefacción o no es austero en decir un dato. Porque cree que decir de 25 a 30 años no le va a importar a nadie, cuando en realidad eso hace que después una persona no sea identificada”, explicó la investigadora.
Segura es gráfica en sus descripciones: “Seguimos buscando un cadáver de una mujer de 25, cuando era una niña de 13. El forense se dio cuenta que no era una mujer de 25, pero para cuando hizo la autopsia, la entregó al juzgado y ese dato apareció en la causa, no se vuelve a replicar”. De las investigaciones realizadas por el Equipo se desprende que en “más de diez casos” se eliminaron las hipótesis más obvias por lugar y fecha, a causa del perfil biológico. Ante esta situación, el EAAF comenzó a trabajar, junto con el Ministerio de Justicia, en programa de criminalística para brindar jornadas de capacitación.
Así como la descripción de los perfiles, las entrevistas a familiares también deben mejorar. Se trata de una instancia útil para recabar información, como sexo, edad, tatuajes, lesiones y toda una serie de datos contextuales que ayuden a armar una hipótesis de identidad. Son las descripciones las que pueden llevar a una conexión inmediata, que luego deberá corroborarse contra un universo finito.
Otro sesgo es creer que existe un software para cruzar todas las huellas de la población argentina contra todos los cadáveres donde se pudo obtener huella. Lo cierto es que sistema funciona con una fuerte impronta uno a uno, es decir, con una hipótesis de identidad.
El panorama se complejiza aún más cuando los cadáveres están putrefactos, quemados, esqueletizados o las huellas fueron mal tomadas. De allí se desprende la importancia de, aún habiendo huella, extraer una muestra y contar con un “banco nacional de datos forenses que incluya datos genéticos”. Pero el ADN no es todo, hay otras evidencias que conducen a la identificación.
A esta altura, los senderos se bifurcan y algunos conducen a pasadizos sin salida. ¿Qué ocurre con todos los perfiles de los restos que no fueron las personas que se buscaban? ¿Dónde están? ¿Quiénes son? El peso de la respuesta es demoledor: “No se los busca más y quedan en la causa de la que no son, en un limbo”. No están ingresados en ningún sistema y sólo el juez a quien le tocaron esos restos y quienes tomaron la muestra saben de su existencia, por lo que las chances de identificación son prácticamente nulas. La larga lista de errores pone en evidencia el problema de base: la falta de un sistema de identificación. “Como país, nos lo merecemos y lo podemos hacer”, concluye Segura.