Con pies, sin cabeza
“¿Qué vemos cuando miramos más allá de un rostro?”, se pregunta el fotógrafo alemán Wolfgang Strassl en una de sus más recientes series, Underground Portraits. Aunque reside buena parte del año en Múnich, se trasladó el varón a una ciudad que le quita el aliento, Londres, para intentar “revelar algo más del carácter particular de sus habitantes”. “Desafiando el retrato tradicional”, según explica, realizando imágenes que capturan las piernitas de la gente que viaja en metro en la capital inglesa a diario. Torso, brazos y piernitas, en honor a la precisión, omitiendo -eso sí- las cabezas de los anónimos pasajeros. Después de todo, cree el germano que “lo que encontramos en un rostro es, en gran medida, lo que nosotros mismos proyectamos”, y él busca que sus espectadores se sacudan prejuicios, atentos a detalles campechanos, a “los mensajes conscientes e inconscientes que transmiten la pilcha y el lenguaje corporal”. Detalles que demuestran la enorme diversidad que coexiste en el metro de la urbe: “Londres probablemente sea la ciudad más cosmopolita del mundo, y acaso el underground sea su espacio social más democrático”, desarrolla el señor, que invita a “una lectura genuina y sin distracciones de la rica, variada, diversa población británica”, con imágenes “que desafían nuestra manera de reconocer y comprender otras realidades”. O más no fuera, que entretienen la imaginación, invitando a suponer historias. A pensar, por caso, cómo es la cotidianidad de la muchacha de botas vaqueras enfundada en gastado abrigo verde; o la del joven de coqueto traje azulado que, sentado con las gambas abiertas, exhibe involuntariamente dos reveladores agujeros en peligrosa zona de costura. Pensar a qué se dedica el chico que privilegia el confort de joggineta y zapatillas, y un abrigo y una remera con estampados que no necesariamente combinan. O empatizar con la ¿madre? que -en hora pico- carga sobre su falda a una niñita lectora, de acharoladas botitas rosas…
Los favoritos de NY
“Los neoyorkinos crearon esta lista; nosotros solo hicimos las cuentas”, ofrecen desde la Biblioteca Pública de Nueva York al dar a conocer cuáles han sido los 10 libros que más veces han prestado en sus 125 años de historia. Colosal tarea contabilizar tamaño registro, que llevó seis meses a analistas y bibliotecarios de la institución. Tanto así que Andrew Medlar, que dirigió al equipo a cargo de la faena, dijo que “hay algo de arte en la ciencia de lograr un conteo de este estilo”. Conteo en el que, curiosamente, ganan por goleada los relatos infantiles. Sin más, las primeras posiciones del top ten van a The Snowy Day (1962), de Ezra Jack Keats, historia ilustrada de un niñito afro que disfruta la magia que trae la nieve, seguido muy de cerca por otro clásico entre peques: The Cat in the Hat (1957), de Dr. Seuss, que lleva añares cautivando a purretes con sus ocurrentes rimas. Otros títulos en la lista, también asociados a chiquilines: el precioso Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, sobre las aventuras de Max, rey de ciertas criaturas; Charlotte’s Web, de E.B. White, con sus entrañables animalitos de granja; The Very Hungry Caterpillar, de Eric Carle, con su muy, muy hambrienta oruga. Y Harry Potter y la piedra filosofal, primer libro de la saga de J. K Rowling, editado en el ‘98, la gran sorpresa del listado. Sorpresa porque -según advierte Medlar- “tiene poco más de 20 años publicado, mientras el resto de títulos le lleva varias décadas de circulación”. Lo que no da el tiempo lo suple la popularidad, vale suponer… También hay libros para adultos entre la decena más prestada, claro está: 1984, de George Orwell; Matar a un ruiseñor, de Harper Lee; Farenheit 451, de Ray Bradbury. Y un libro de autoayuda de los 30s, de Dale Carnegie: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, con sus consejitos para hacer amigos, ser más popular, generar más ingresos, manejar quejas y evitar discusiones, entre otros temas que prometen convertir al lector en una persona más agradable, feliz, exitosa y blablablá. Si -tal cual anota el proverbio- “libros, caminos y días dan al hombre sabiduría”, habemus pormenorizado detalle de los tomos que han enriquecido el bocho de los neoyorkinos en los últimos 125 años. Pavada de data.
Prospect Cottage en peligro
“El paraíso ronda los jardines, y algunos jardines son paraísos. El mío es uno de ellos”, dijo cierta vez el singular cineasta británico Derek Jarman (Caravaggio, The Garden, Eduardo II, Blue, Sebastiane, entre tantos films), también pintor, escritor, escenógrafo, director de videoclips… Y obstinado jardinero, todo sea dicho, porque -a fuerza de empeño y contra todo pronóstico- Jarman conjuró “un oasis improbable” en la aldea Dungeness, en Kent, donde ni el clima hostil ni la cercanía a una planta nuclear fueron rivales para sus amapolas y coles marinas, sus jacintos y varas amarillas, sus viboreras, retamas, tojos… “Los límites de mi jardín son el horizonte”, anotó quien lograse ese Edén imposible en Prospect Cottage, la petite casita victoriana de pescadores que compró en 1986, negra de ventanas amarillas, adornando una de sus paredes con The Sun Rising, poema de John Donne. Una cabaña que se ha convertido en parada obligatoria para adeptos en peregrinaje, que a 25 años de la muerte del artista inglés hoy temen por la suerte de este santuario espontáneo. Prospect Cottage corre peligro: los administradores del patrimonio de Keith Collins -compañero de Jarman que heredó la propiedad y que falleció en 2018- barajan la posibilidad de venderla si no reúnen los fondos que necesitan para mantenerla abierta al público antes del 31 de marzo. De acabar en manos privadas, podría dispersarse su contenido y perderse su legado artístico. Para evitar semejante estropicio, empero, artistas, actrices y cineastas han aunado esfuerzos en una iniciativa organizada por la benéfica Art Fund, que busca reunir los 3 millones y medio de libras que se necesitan para convertir casa y jardín en monumento permanente y desarrollar allí un programa de residencia artística. Tacita Dean, Jeremy Deller, Wolfgang Tillmans, Isaac Julien, Tilda Swinton, entre ellos; también Maria Balshaw, directora del Tate. Muchos, además de oficiar de portavoces de la campaña, han donado piezas, a la venta a través de la web de la organización. “El placer que le dió crear esta cabaña es incalculable”, manifestó su amiguísima Swinton, que participó de varios de sus films. Y recordó cómo, caminando juntos, vieron la petite casa y su cartelito “A la venta”. “Al cabo de unos meses, Derek ya estaba abriendo la primera tapa del millón de galones de pintura negra con la que ungiría su nuevo reino”. “La cabaña siempre fue una suerte de ser vivo, una práctica caja de herramientas para su obra”, agregó evidentemente conmovida, pidiendo que la gente done cuanto pueda, para así completar la suma requerida, de la que -de momento- solo se ha recolectado la mitad.