Ediciones en Danza publicó el año pasado en Buenos Aires el libro de poemas y microficciones "Celda". Es el cuarto poemario del artista plástico, dibujante, crítico de arte, curador, gestor cultural y poeta Rubén Echagüe (Rosario, 1948). La foto de tapa por la artista plástica y fotógrafa rosarina Marita Guimpel (amiga e interlocutora válida de Rubén desde siempre) registra uno de sus assemblages (un rinoceronte posado sobre antiguos tomos encuadernados en pasta) cuyo espíritu de humor negro, disparatado y patafísico, está en plena consonancia con el tono de muchos de los textos del libro. 

Al comienzo se añora el preciosismo exquisito de sus libros "La casa en llamas" (2013) y "Fin de la edad de oro" (2016), rasgo modernista de estilo que ha signado también su generosa y brillante producción de escritos para otros: textos curatoriales, reseñas, presentaciones y toda una cornucopia que es urgente reunir. Echagüe dirigía la Biblioteca Argentina, donde la dedocracia local lo arrinconó hasta que se autoeyectó de allí. El retiro doméstico lo confrontó con fantasmas familiares a los que fue poniendo en su lugar por vía de la esgrima poética, susto y amargura que sus lectores agradecemos.

Y así, relata: "Esta madrugada, me topé con mi madre en una playa de estacionamiento. Intempestivamente, porque no era una conducta habitual en ella, me salió con que me invitaba a tomar un café. Ni en los anillos de hielo de Saturno, ni en el núcleo impensable de los átomos, que yo sepa, hay cafeterías. Tampoco en la humedad de las paredes ni entre los huesos de mi cráneo, o en las hendijas del piso de madera de mi dormitorio...". La ironía elegante deja paso, en estos textos mucho más urgentes que los anteriores, a la elegancia de la broma. El humor se ahonda más allá del ornamento y deviene humor estructural. Echagüe achina los ojos cuando ríe: risa de bromista fino.

No ignora este poeta del collage y pionero del objeto residual artístico, que viene mostrando arte contemporáneo avant la lettre desde 1975, la moda actual de hacer poesía con la basura cósmica de cada día. Entonces comienza: "El dólar cerró a 41,50/ y hace 3 semanas/ que no para de llover..." pero enseguida acude la hipérbole al rescate del poema recién nacido que ya se hunde. "Todo indica que se acerca el temido/ Fin de los Tiempos/ cuando las tortugas gigantes abandonarán/ lentamente el lecho/ de los océanos". (Tomé el término "basura cósmica" de una carta de 1929 por Helena Roerich).

Ni Buda se salva de esta carcajada fundamental, redentora, filosófica de Rubén Echagüe. Sus tres parodias de sermones budistas son, en el fondo, budistas. La risa irreverente se detiene ante lo que finalmente resulta un koan zen. En cada poema, el Maestro alerta a sus monjes sobre lo que cada día "hoy ronda la casa" y, en su discurso, "demuestra la transitoriedad de". Hasta ahí, la parodia. ¿Transitoriedad de qué? "...de todas las cosas" (Sermón I); "de todo lo que existe, / y de lo que/ no existe también (Sermón II), y "de lo que existe, / de lo que no existe/ y de lo que/ ni existe/ ni deja de existir" (Sermón III).  

Cuando habla del desgaste físico y la muerte, el poeta se convierte en un equilibrista que transita la fina línea entre el humor, el horror, el asombro y nuevamente el humor: "La radiografía/ fotografió mi impúdica/ mortalidad (la oculta, / la que llevo adentro/ como único patrimonio/ incorruptible) / con elegancia parisina... (...) 'El instante decisivo' / fue cuando una voz/ me ordenó: ¡No respire! (es decir, muérase por/ un momento, muérase/ en este preciso momento)". El verdadero humorista se identifica aquí con el filósofo estoico, y el estoicismo se presenta como una forma excelsa del humor negro. 

Esto tiene que ver con el "gallows' humour", el humor patibulario. Ante los desastres del día a día, sale el poeta a lucir su erudición como un clochard: el austero preciosismo de sus nuevos poemas tiene algo de catastróficamente post-apocalíptico, de cosa valiosa llevada en un changuito o del bello caos de sus collages, que siempre fueron una forma de literatura así como sus textos no cesan de expresar fabulosas imágenes: "Compacta como una gruta de ámbar, la luz que inunda la habitación es cálida pero temerosa". 

Por alguna razón, abundan los puntos suspensivos en un grado casi excesivo. Eso no empaña el tesoro y la alquimia de imaginación, memoria y lenguaje que hace a Echagüe transmutar lo hogareño en extrañamente siniestro y lo cotidiano en joya maravillosa de cuento de hadas, logrando un reencantamiento del mundo. "Todos marchan por la calle aferrados a sus celulares, como las beatas se aferraban a sus misales negros". O: "La recorren ríos/ ínfimos de sangre/ fría, mientras/ indaga la nada/ a través de dos ojos/ tallados en gélido azabache. / Luego se anima y/ huye, pudorosa, / como una ninfa del/ séquito de Diana... / (Así fue como/ escapó de mí una/ gentil lagartija)", escribe en un poema, titulado "Pudor", donde la piel traslúcida de un gekko evoca antiguas mitologías.