Hace ya cerca de 100 años un escritor llamado Elías Canetti –años después le otorgaron el Premio Nóbel- empezó a preocuparse por un fenómeno que previamente no se había observado, la presencia de las masas. Fue a raíz de lo que había surgido durante y después de la Revolución Rusa y que adquirió una fuerza destructiva cuando el fascismo primero y el nazismo luego, tomaron forma y ocuparon la escena europea y otras que la siguieron. Masa y poder es el título del libro resultante, de lectura todavía válida y actual, creo que nadie, aparte de él, consideró este tema con la amplitud y profundidad con que lo hizo.
Inquietante fenómeno que, sin embargo, no era una novedad absoluta; simplemente, al menos hasta fines del siglo XVIII, no había tenido entidad histórica: la Historia, como relato de la marcha de la humanidad, tenía como protagonistas a individuos, no a la realidad humana en la que se apoyaban: las masas no contaban, estaban ahí, eran grey, servidumbre, oleadas sin otra significación que el tributo, sin otra voz que el ruido, objeto de explotación, movimiento informe.
Cuando la Revolución Francesa las masas emergieron y ocuparon el espacio, tumultuosas y exigentes, vinieron para poner en evidencia una verdad que monarquías e iglesias habían soslayado, la verdad de su existencia. Más tarde, se trató de “clases” y una de ellas, la que no tenía voz, la clase obrera, parecía destinada a tomar el poder. Pero en ambos casos, el hecho de que habían emergido no por fuerza les daba voz, necesitaron quienes tradujeran sonoramente lo que eran y deseaban y, en una suerte de respuesta inevitable y eterna, como que siempre fue así, parieron individuos que encarnaron esa voz, brotaron de la nada o, mejor dicho, de la masa: los Robespierre o los Danton y algunos más que intentaron dar forma a esa inicial informidad (¿Rosas, Perón?) Surgieron así los líderes y la ecuación que pronto se estableció, de una vez para siempre: masas y líderes.
Pero tampoco esta ecuación funcionó siempre en esta mecánica: si bien los líderes surgidos de las masas, consustanciados inicialmente con ellas, interpretaban con eficacia lo que podían querer, hubo también otras figuras, la de quienes se fabricaron un liderazgo que las masas aceptaron, caso notorio el de Mussolini, seguido por Hitler que, venidos de no se sabe dónde, lograron con sus vociferaciones convertirse en líderes por los que las masas llegaron, voluntariamente o no, a dar sus vidas, menos con el aparatoso italiano que con el patético tedesco.
Tal vez haya que volver al controvertido y perturbador Nietzsche para empezar a comprender algo de la compleja relación que existe, la historia es fecunda en ejemplos de ello, entre masas y líderes, por designarlo de alguna manera. O también, en el plano político, de representación o, por otro lado, de autoritarismo y receptividad. O, en última instancia, entre amo y esclavo o, la inversa, entre esclavo y amo. Sea como fuere, se trata del tema capital de la relación entre líder –el superhombre- y masas –quienes lo siguen- que ha ido cambiando de carácter desde la antigüedad a nuestros días. Desde entonces sigue preocupando aunque en la vida democrática se tiene la ilusión de que ya no es pertinente puesto que se considera que la voluntad, por medio del voto, rige esa relación.
Pero lo es, sobre todo porque ambos términos regresan, ya sea en decisiones “democráticas” –el voto-, muchas veces inexplicable –el apoyo a Macri o a Duque-, ya sea en manifestaciones populares inesperadas e irrefrenables –Chile en estos días-, ya en quienes se creen destinados a asumir la voz de determinados grupos o masas –Bolsonaro en estos días-. Se podría pensar que lo que subyace en esa ecuación, es el choque entre aceptación irracional, hasta sentimental, y rechazo racional, conceptual.
Diversas interpretaciones se han formulado de estos términos. Por ejemplo, la histórica y en principio irrefutable de los intereses de clase, según la cual las masas constituidas por sectores desfavorecidos, insatisfechos, de la sociedad ocupan la escena, o la de la psicología social, que indaga en los comportamientos, tanto de las masas como de los líderes. En una u otra línea se trata de comprender por un lado adónde van o pueden ir las masas y, por el otro, qué sucede cuando llega un líder que las representa o dirige.
Presumimos saber lo que es la “masa” pero, ¿qué es un líder? ¿O un jefe, o un caudillo, o un rey, o un Papa o un Presidente? ¿Cómo, dejando de lado el factor de la “representación”, por qué proceso se llega a ser y a desempeñar ese papel? Como han existido siempre, desde los más remotos tiempos y civilizaciones, desde Moisés a Daniel Cohn-Bendit, pasando por Napoleón y por Duvalier, es posible que, considerando que en los colectivos siempre actúa un principio inhibidor para la acción, esos líderes, en particular los “providenciales”, sean sujetos que se sienten capaces de interpretar lo que el conjunto desea pero que no logra comprender ni formular. Algunos surgen de la masa, otros son elegidos para cumplir esa misión, otros se preparan para hacerlo, fraguan su destino. De ahí, en consecuencia, que se pueda considerar esta figura como un legítimo componente de toda vida social, un factor imprescindible para que ese colectivo pueda salir de la inacción. Eso explica la existencia, mítica o histórica, de algunos nombres pero más todavía de las funciones que han desempeñado y lo siguen haciendo, reyes, emperadores, Papas, Presidentes, caudillos, Secretarios Generales, conductores, jefes de diversa laya y todas las variantes que pudiéramos registrar: en principio, en todos y cada uno se ha depositado y deposita la confianza, o la esperanza, de que lleven a buen puerto la satisfacción de las necesidades o deseos de todos y cada uno que no pueden ejecutar por sí mismos.
El líder, para retomar la primera oposición, está por encima de la masa, se supone que representa y por ello tiende a ser estático; cuando lo logra, o sea cuando llega al final de lo que sería su misión, concluye en el monumento que, por cierto, cuando su poder declina, puede ser, y ha sido, destruido; la masa, en cambio, es puro movimiento, oleadas, un movimiento que no es uniforme ni siempre el mismo, en momentos se acelera, en otros se detiene, también hay límites.
Pero aparte de su dinámica lo que hace a su configuración de masa es que sus integrantes no renuncian a sus respectivos condicionantes aunque comparten una ubicación: la necesidad económica, la dificultad de preparar un futuro, la imposibilidad, gradual o total, de acceder a bienes simbólicos, la marginalidad, la provisoriedad de los elementos básicos para vivir, la inermidad frente al poder y muchos otros elementos en una unidad en la que sus componentes se indistinguen.
Se diría que la historia de la humanidad es cosa de las masas que despiertan de su pesado sueño cuando algo las mueve y requieren de ciertos líderes sosteniéndolos reflexiva y conscientemente en algunos casos, irracional y sentimentalmente en otros, para volver a dormirse habiendo obtenido algo o en determinados casos nada.
Pero también es dramáticamente desconcertante que la masa “popular”, aparentemente decidiendo contra sus intereses fundamentales, construya en ocasiones a un líder que encarna lo contrario del deseo de la masa: lo apoya y lo sigue, le da un respaldo como para que, en casos extremos, lo conduzca a la destrucción. Pensemos en la Argentina y en las inexplicables y recientes decisiones de parte de la masa “popular”, corregidas tiempo después como si en conjunto hubieran reflexionado y optado y hubieran determinado que quien parecía el líder indispensable terminó por desbaratarse. Macri se prometía una larga temporada en el liderazgo y resulta que miles que lo habían acompañado en esa pretensión lo abandonaron a lo que sin duda le espera, una larga oscuridad.