1917 6 puntos
Reino Unido, 2019.
Dirección: Sam Mendes.
Guion: Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns.
Duración: 119 minutos.
Intérpretes: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Richard Madden, Benedict Cumberbatch, Colin Firth, Andrew Scott.
Difícilmente algún ejecutivo del estudio Universal Pictures pensara, allá por fines de noviembre, que 1917 arrasaría con cuanta estatuilla de la temporada de premios de Hollywood le pusieran delante, incluyendo el Globo de Oro y varias de los distintos sindicatos. La cereza del postre sería una coronación en la ceremonia del Oscar del domingo 9 de febrero, a la que llegará con diez nominaciones –entre ellas mejor película y director– y el rótulo de favorita. Pero, ¿qué tiene el último trabajo de Sam Mendes (Belleza americana, Camino a la perdición, 007: Operación Skyfall) para enamorar a votantes tan distintos como los periodistas de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood que otorgan los Globo de Oro y a los productores que votan el PGA? En principio, se trata de la película más clásica y tradicional de todas las ternadas, una producción cuya principal decisión formal –presentarse como un largo plano secuencia, aunque con visibles manipulaciones en la sala de edición– le da el plus de “proeza técnica” que un sector importante de los votantes suele valorar. Pero también porque difícilmente su triunfo resulte ofensivo para alguien: 1917, entonces, como la película que todxs podrían votar sin sentirse escandalizados.
La Primera Guerra Mundial ya era una carnicería a cielo abierto en abril de 1917. Por aquella época Alemania declaraba la reanudación de su política de ataques submarinos sin restricciones, empujando a Estados Unidos a abandonar la neutralidad para sumarse oficialmente al bando aliado. El film de Mendes transcurre en ese contexto pero no le interesa la Historia ni la guerra como acto vívido –cosa que sí ocurría con Peter Jackson en Jamás llegarán a viejos, el extraordinario documental hecho íntegramente de imágenes y sonidos de archivo–, sino una historia. Una pequeña, mínima, puramente cinética: con las líneas de comunicación interrumpidas, dos jóvenes soldados británicos reciben una orden de un superior (Colin Firth, en el primero de varios cameos de rostros ingleses conocidos) por la cual deben adentrarse en territorio enemigo y avisar a un comandante que cancele una ofensiva pautada para el día siguiente, debido a que el sector de Inteligencia asegura que la retirada de los alemanes es en realidad una emboscada.
A todas luces se trata de una misión suicida, pero Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay) aceptan porque el hermano de uno ellos integra el batallón que marcha rumbo a la muerte segura. La figura ausente es una maniobra argumental que opera a la vez como propulsor moral de los soldados y declaración de principios de la película: si a Mendes no le interesa la Historia ni la guerra como experiencia, tampoco el patriotismo o los personajes como encarnación de valores. Blake y Schofield hacen lo que hacen por ese hermano antes que por la patria, Dios o la Reina. Son hombres sin gramaje emocional –lo que distancia a 1917 de la mayor parte del cine bélico– de los que el espectador sabrá poco y nada, ni qué sienten ni mucho menos cómo eran sus vidas antes de hundirse en el barro de las trincheras. En sus caminatas se habla pura y exclusivamente de lo ocurrido dentro de los límites del campo de batalla, como si fueran piezas igual de funcionales para el dispositivo que los micrófonos y las cámaras.
La idea de un par de soldados llevando adelante una misión directa y simple (al menos en su enunciación), sumado a la apelación al plano secuencia, remite a la lógica narrativa y visual de un videojuego de acción en primera persona. Mendes subraya la filiación enfrentándolos a una serie de obstáculos cada cual más difícil que el anterior, desde aguas contaminadas hasta ratas del tamaño de un gato y aviones que podrían ser rezagos de la huida o evidencia de que se avecina una trampa, y cruzándolos con soldados superiores que podrán allanar (o no) el camino rumbo al objetivo final. Como ocurre con videojuegos, la experiencia es tan tensa e inquietante como fría y distante, una aventura de supervivencia hecha con indudable oficio en la que el reloj es un enemigo tanto o más peligroso que los alemanes, pero cuyo efecto embriagador se extiende no mucho más allá del inicio de los créditos.