"Ay nena, te vas a quedar pelada". "¿Cada cuánto hay que retocarlo?" "¿Lo hacés en tu casa?" Las preguntas y sus respectivas respuestas se repiten y se han vuelto una rutina diaria para una generación que incorporó la fantasía capilar como modo de vida. “Me encanta tu pelo”, escuchamos sin parar en baños de fiestas, por la calle, en eventos de todo tipo. Es, sin dudas, una de las formas de acercamiento más reiteradas en la actualidad. La pregunta más anacrónica: “¿y por qué te lo hiciste?”, como si en el color mismo no estuviera presente una declaración de principios que rompe con los ideales de belleza y elegancia establecidos por la heteronorma. Sería posible una catarata interminable de respuestas, sabemos que no hay una sola y que la búsqueda de la autoconstrucción es infinita como infinita es la gama de colores.
LADY PELUQUERISMO
Con su piano en forma de motocicleta, Lady Gaga tocaba la única balada de su inolvidable “Born This Way”: Hair, un himno de guerra preadolescente y queer. “Soy libre como mi pelo” cantaba acompañada de alguna marica de cabellera flamante y ojos llenos de lágrimas que ella misma se encargaba de elegir del público cada noche. Rozando o no los lugares comunes que ubican el pelo como una metáfora para libertad de expresión, la mother monster fue una de las pocas jóvenes cantantes pop que en ese entonces incorporaba sistemáticamente el discurso LGBTIQ+ en sus conciertos. Multifacética, conquistó a la generación del 2000 encarnando una multiplicidad de personajes y peinados, con cuernos incrustados en la frente o la cara entera tapada por una máscara de encaje rojo, creando sus propias versiones de sí misma. Nunca olvidaremos la aparición de Joe Calderone, su alter ego masculino, antítesis total de su imágen de mostra femme que encarnó con fluidez en videoclips y entregas de premios, dándonos por primera vez la idea de que el género lo podíamos armar como quisiéramos. Convertirse en una diva del inframundo con pelo rubio en forma de moño gigante era tan posible como ser un chongo motoquero, y ninguna de estas opciones limitaba la otra. Gaga parió a una generación de monstruxs que encarnaría sus declaraciones de orgullo capilar de alguna forma u otra.
La elección del color fantasía, como su nombre lo indica, es la de vivir en un estado de performance y de juego constante. La misma generación hipnotizada por Gaga es la que se sumerge en el mundo del cosplay, asumiendo cuantas identidades fuera posible, coleccionando trajes y pelucas, cambiando de género, especie y edad. Hasta que en algún momento las pelucas vuelven a la cabeza de telgopor y es el propio pelo el que se transforma en parte de esa identidad mutante.
UNA BIOGRAFIA CAPILAR
Bife, ese dúo queer local que se apropia de los ritmos del tango, el bolero y la cumbia y los revisita con letras actuales que nos interpelan desde el humor y la ternura, siempre tuvo un ritual antes de sus shows. Así lo cuenta Ivo Colonna (nuestro modelo de tapa): “Con Javi nos teñíamos y nos maquillábamos entre nosotres antes de salir a tocar. Con la misma tintura nos teñíamos diferentes partes del pelo. Fucsia, verde, turquesa, fue mutando”. y así es: llegaban mimetizades a sus shows, con la tintura fresca.
Ivo asocia su pelo con una parte fundamental en la construcción de su identidad y en su manera de percibirse. “Mi pelo fue expresando mucho en mi disidencia. Tuve muchos peinados diferentes y representaban lo que sentía en ese momento. Es la parte que más siento mía, y me siento con derecho a cambiarla todo lo que quiera. Cada pelo lo relaciono con un momento de mi vida, con un tipo de vínculo, con un estado de ánimo”.
De a poco, Ivo, desenreda una maraña de recuerdos capilares: los mechones rubios que se hizo en medio de su despertar erótico a los doce años, en un afán por imitar a las Spice Girls; el pelo rojo que su escuela cheta censuraba por “no ser natural” mientras permitía los claritos que se hacían las rubias, que llegaban casi al platinado. Siempre fue la persona que le cortaba el pelo a las demás, dice que nunca supo hacerlo pero siempre se animó, le rebajaba el pelo a sus compañeras con una gilette.
En quinto año recibió su diploma con una babucha brillante y una camisola, pelo rojo con flequillo brushineado. Su primera novia, que se planchaba el pelo y le enseñó a planchárselo, “etapa de lesbianismo y pelo planchado”. La primera relación paki con un hombre cis que lo presionaba a dejarse el pelo al natural, marrón, largo, y enrulado: “soltate el pelo y sonreí”, le exigía. “Excepto esas relaciones mega paki y manipuladoras, siempre me mimeticé con la persona que más pasaba tiempo conmigo, que más me gustaba o que más amaba. Y me mimeticé varias veces. Hay algo muy fuerte en la mimetización”. También hubo etapa punk de platinado, crestas y peleas familiares. Un corte de pelo “entre Jim Morrison y Amelie” que abandonó frente al agobio que le producía ese nivel de feminidad. Rapadas a un costado en degradé, “súper coqueto”, flequillito y rulos. Los primeros mechones fantasía, que en ese entonces no eran tan accesibles: “había que ir a la Bond o a Prana, que sabemos que no es más el lugar que solía ser. Mi primer mechón rubio me lo hice ahí, cuando era una gorda femme que usaba vestidos a rayas”. La rapada total llegó con Bife. “Siempre estaba pendiente lo de pelarse, pelarse, pelarse. Un día no sé cuánto habremos manijeado. Javi me insisitía: te quedaría re bien pelade, te quedaría re bien pelade... y nos pelamos media hora antes de ir a probar sonido a Brandon. Fue impresionante la sensación de la peladez, se la recomiendo a todo el mundo, sobre todo a personas socializadas mujeres. Es un encontronazo con tu cara. Entender la forma de tu cabeza, aceptar tus ojos. Un gran momento. Me llevó a ese larvismo de sentirme agénero. De repente, se me reseteó el género. Fue un reseteo absoluto del género”.
ORGULLO PELADO
En un gesto inverso al de Gaga en sus shows de 2011, que en medio de su dramática Hair decidía ponerse la peluca turquesa que apoyaba sobre el piano, muchas drag queens hoy en día eligen sacarse la peluca en sus perfos, quedándose, a veces, peladas. Decisión actoral que si bien algunes critican por “obvia” y retierativa, otres festejan al considerarla disruptiva. No vamos a detenernos a hacer juicios de valor performático, pero sí a preguntarnos: ¿qué las lleva a desprenderse de esas pelucas larguísimas y bien peinadas que alguna vez supieron atesorar? ¿es una renuncia a los estereotipos de belleza femenina que incluso subsisten en el mundo drag? En los últimos años, la idea de que hacer drag es “vestirse de mujer” (y de la mujer más femenina y hegemónica posible), ha comenzado a disiparse, dando paso a propuestas nuevas, menos enfocadas en esa propuesta inicial que cada vez más mostras acusan de binaria. A la vez que caen estos viejos paradigmas, vemos caer pelucas deslumbrantes al suelo de distintos escenarios nocturnos.
Gucci, artista de Uv studios, eligió la despedida que la galería le hizo a su emblemática casa en villa crespo para pasear por toda la fiesta (y con correa) los restos de su antigua y característica melena, tan adorada que le puso nombre: Tusa, como el último éxito de Karol G y Nicki Minaj. Secuencias de imágenes aceleradas se reproducen en nuestra mente al pensar en el desarraigo del pelo: Simone de beauvoir, los turbantes y pañuelos que escondieron eternamente su cabellera. Una Britney en pleno breakdown de 2007 rapándose la cabeza entera para que la dejen en paz.
LA RAPADA ME CONDENA
Como todo indicio claro de lesbianismo, la rapada a los costados incomoda. Lo sabía Rocío Girat cuando su novia era sentenciada a dos años de prisión preventiva, condena movida por un lesbo-odio ferviente: “la condenan por ser la lesbiana visible de la relación”. El 2 de Octubre de 2017, la policía agredía a Marian Gomez con el supuesto motivo de estar fumando dentro de la estación de Constitución. Sabemos que no incomodaba el cigarrillo, incomodaba el pelo rapado a los costados, los besos, su estética chonga, el lesbianismo visible, a plena luz del dia. El broche de oro: la fiscal encargada del caso acusó a Marian de haberle arrancado el pelo a una de las policías que la detuvo, hecho que figura en la causa como “lesiones graves”. Frente a un tribunal lleno de lesbianas rapadas porque así lo desearon, la fisical dijo sin ninguna verguenza: “es grave el arrancamiento del pelo porque toda mujer sabe lo que nos cuesta que crezca”.
Hace tiempo que la rapada a los costados es, ante el mundo y en los espacios de pertenencia, un distintivo lésbico. El corte de pelo favorito entre chicos trans, lesbianas y no binaries confluye estéticamente con ese mismo “corte fierita” que popularizaron los wachiturros con su llegada a la fama en el 2011. En cualquiera de estos casos, en los últimos años la rapada aparece como una señal de alerta tanto para la policía como para otros dispositivos de control. Esta señal de alerta no responde a todos los cuerpos por igual, la rapada no habita cada cráneo de una misma forma. Las barberías de moda se llenan de hombres heterosexuales, blancos y de clase media. La rapada a los costados, ya asimilada en el mainstream, no constituye ningún peligro para esos cuerpos que alguna vez llamamos hipsters, no suena la alarma, es un simple hit estético para las barberías de Palermo.
LABORATORIO DE DIVERSIDAD
Frente a este panorama de espacios donde reina y se construye la masculinidad cis, la Mariquería (@lamariqueria) aparece como un oasis en el desierto. Vic y Lucía, sus dueñas, solían cortarle el pelo a amigues trans en sus casas escuchando sus historias de violencia y humillación. Muchas veces ni siquiera dejaban que entren a las peluquerías. Entre amigues hicieron todo: “estuvimos rasqueteando, pintando, armando la electricidad”, y hoy en día la Mariquería funciona como una barbería y peluquería donde también se hacen tatuajes. Lucia, la tatuadora estrella, se encarga de tatuar diseños con temáticas transfeministas. El clima de “La Mari” es de hogar y de fiesta, no hay jerarquías laborales y todes trabajan por igual. “Imaginate que estás en tu casa y podés hacer lo que quieras: charlar, tomar cerveza, sidra, jugos. Podés montarte, salir con brillos, el pelo un fuego, con un tatuaje. Yo creo que la Mariquería es un espacio y los demás son un comercio”, cuenta con orgullo Vic. Y agrega: “cuando nosotras abrimos cortábamos el pelo por doscientos pesos, ahora no podemos mantener esos precios pero siempre tratamos de conservar un precio popular porque sabemos que a la mayor parte de la gente que nos elige le cuesta conseguir trabajo”. Sus propuestas favoritas son los cambios de look que se hacen las personas que comienzan a transicionar. “Nos encanta ser parte de ese cambio. Primero me siento súper responsable, es muy fuerte. Cuando les voy cortando elles van cambiando su forma de verse frente al espejo y siempre terminan con una sonrisa, se sienten más segures. También lloran, están super felices. Un día llegó Felipe, un niñe trans de cuatro años que vino con toda su familia a hacerse un cambio de look. Estábamos muy expectantes, todes reímos y lloramos. Eso nos hizo dar cuenta de que habíamos logrado crear un espacio con el que veníamos soñando hace mucho tiempo, el espacio que nos hacía falta.”
FANTASIAS ANIMADAS: ¿DONDE ME LO PUEDO HACER?
En Buenos Aires, Prana (@pranapelu) y Salón Pompadour (@klemhaus_salonpompadour) son las primeras peluquerías en llevar el color fantasía fuera de los circuitos alternativos, acercándolo también a un público que solemos nombrar como normie: con el pasar del tiempo y la incorporación de los colores fantasía a la moda mainstream, esas chicas heterosexuales que se limitaban a hacerse mechas californianas perdieron el miedo a volcar color sobre su pelo alisado.
Pero esas no son las únicas opciones para aquellxs que desean experimentar con su peinado. Existen emprendimientos autogestivos en busca constante de desafíos estéticos. Ese es el caso de la peluquería Slay (@slaypeluqueria). Gashe, su dueña, escribe en instagram: “el color fantasía llegó para quedarse, y es para todes”. “Slay peluquería nace de forma autogestiva en 2018, cuando yo termino de cursar peluquería en mi barrio. Empecé por mi lado haciendo domicilios, y hace dos años que trabajo en Hula beauty Salon” cuenta Gashe, especializada en colorimetría: el color fantasía, el blanco, el gris. Su propuesta tiene que ver con “aprovechar la individualidad de cada une, que salga a flote y puedan tener eso que siempre soñaron”.
Hasta ahora, su clienta más osada fue Valentina Brillantina (performer de Club 69 y mostra de la noche porteña), que llegó con la idea de hacerse un color fantasía y terminó haciéndose una capa arcoíris en medio. La mayoría de adeptxs a la pantonera capilar, sin embargo, suele aventurarse en un viaje de experimentación doméstica, de prueba y error casera. Así fue como todxs empezamos: tutoriales de youtube, tips virtuales, consejos de amigas y de desconocides. Hay saberes que ya se han vuelto colectivos: Antes de volcar el color en nuestro cabello, hay que decolorarlo para que llegue a un tono blanco, que solo consiguen las cabelleras rubias naturales. Para la mayoría de les mortales, la decoloración atraviesa una gama de amarillos pajizos o naranjas calabaza hasta perder el color original. Pero es recomendable que el decolorante no permanezca más de 45 minutos en nuestra cabeza, porque entonces sí comenzamos a correr ese riesgo tan temido por tías y abuelas de “quemarnos el pelo, quedarnos peladas”. Esto no impide los intentos desesperados por lograrlo. Cuanto más fuerte sea el color de tintura, más tiempo durará en el pelo. Pasado uno o dos meses el color se lava y muta a gamas que generan neurosis pero terminan siendo valoradas. En el error y en el supuesto desastre han aparecido los mejores hallazgos capilares, nuevas ideas se materializan, se hacen posibles. Toneladas de memes hablan del cambio de color de pelo como un recurso terapéutico frente la depresión, los colapsos nerviosos o la ansiedad. Podría decirse que ahí reside la épica del peinado posmillenial: en la fantasía como vía de escape frente a un mundo asfixiante, inventarse y reinventarse sin fin.