Si la historia del fútbol hubiera estado protagonizada por mujeres, Mónica Santino quizá hoy tendría una estatua, un mural o peñas con su nombre. Por lo que hizo en la cancha, pero también afuera. Referente social en la Villa 31, el barrio donde se construyó La Nuestra Fútbol Feminista, periodista deportiva, profesora de educación física y directora técnica, la ex número 5 de All Boys que hoy tiene 54 años hizo del fútbol su vida, con una particularidad: desde siempre lo pensó como una militancia que uniera el deporte y el género como un camino de justicia social.
"El fútbol es un camino posible de libertad", dice Mónica, que desde que nació peleó para romper moldes y ser una Antiprincesa: "Siempre me rebelé a lo establecido. Con mi vieja tuve discusiones fatales por la vestimenta. Mi estilo es éste, no le doy importancia. El pelo me lo peino una vez que me lavo, no estoy mirando el aspecto personal y las camisetas de fútbol que uso tienen que ver con eso".
En la cancha Güemes, donde juega La Nuestra, se forman futbolistas que no desean muñecas: quieren botines, hacer goles, que los maridos cuiden de los hijos mientras ellas están ahí. Se sueñan futbolistas, problematizan los destinos marcados para las mujeres. Santino camina el barrio desde 2007, construyendo con compañeras empoderamiento y tejido de redes contra la violencia machista, los embarazos tempranos y el conocimiento de los derechos de las 120 mujeres y pibas que asisten los martes y jueves a patear una pelota (y algo más).
"Nos fuimos agrupando en La Nuestra, nos juntó la vida, la lucha, los ideales, las ganas de estar juntas. No podemos concebir la heroicidad de otra forma que no sea la colectiva. Lo aprendimos en el barrio junto a las pibas. Ellas nos enseñaron que nos paramos en la cancha como en la vida y que en esa misma cancha entramos todas. Ninguna afuera. Ningune", resume Moni y nombra a sus compañeras: Juliana Román Lozano, Enriqueta Tato (que hoy conforman la dupla técnica de Huracán), María José Figueroa, María José Berardi y Jimena Aon.
En tiempos de redes sociales y liderazgos que se edifican desde ahí, Santino y La Nuestra accionan desde un perfil territorial sin pose. Ella afirma que lo que hacen no es caridad ni asistencialismo: eligieron al fútbol para transformar la realidad desde el barrio.
"Lo que necesitamos es recursos y una pata del Estado para que el proyecto tenga más alcance del que tiene. Necesitamos que esa tarea tenga una remuneración, que hoy no la tiene. Todas tenemos trabajos por afuera. A La Nuestra lo sostiene la militancia, el amor inconmensurable por el fútbol, el feminismo y el vínculo que tenemos con las pibas. El objetivo no es sacarnos 80 mil fotos de la vida personal. Queremos tener un club, que sean las pibas las que lo banquen", dice.
Hay fotos que aparecen como señales en la vida de Santino. En una en la que se la ve vestida casi de monja, el día que tomó la comunión; en otra, en una versión rocker, con campera de cuero y jeans apretados, en los ‘90, cuando militaba en la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) y se plantaba en Plaza de Mayo con un cartel que rezaba "Nuestra libre elección sexual es un derecho humano". O la actual, con la misma cabellera frondosa, ahora con canas, y las bermudas y remeras con insignias futboleras o políticas. En todas aparece la Mónica que se rebeló: la piba que luchó para jugar al fútbol pese a estudiar en una escuela de monjas privada, en San Isidro; la lesbiana que peleó para ser eso que deseaba cuando su familia se enteró de que tenía novia y la echó de la casa; la que sigue pateando las puertas de la AFA cuando hay una injusticia.
–¿Cómo era hablar de feminismo y deporte cuando las dos aristas no se cruzaban?
–Era duro. Sufrí un montón con aquel feminismo blanco, académico y conservador que discriminaba. En mi caso porque integraba una organización mixta como la CHA. Siempre pensé que nuestras batallas son con los compañeros y que la política transforma cuando laburás con ellos, excluyendo a los violentos, pero no a los que quieren trabajar para deconstruirse y hacer un mundo más justo.
–¿Pensaste que ibas a ver un fútbol femenino profesional alguna vez?
–No lo podía imaginar ni de casualidad. Era impensando que en los Encuentros de Mujeres se armaran espacios de fútbol. Desde Trelew para acá lo logramos y fue el resultado de un montón de batallas. Cuando el feminismo en Argentina se populariza –y pongo como mojón el 3 de junio de 2015, el día de la marcha Ni Una Menos–, todo ese movimiento se trasladó al deporte como un reclamo fuertísimo. Antes de eso influyó la recuperación de la política que se logró con el kirchnerismo. Empezamos a ser de a cientas, de a miles, empezaron a aparecer equipos de pibas, hinchas con conciencia de género, futbolistas. Pensá que podés morirte sin ver esos cambios sociales por los que peleaste siempre. Tengo entre orgullo, felicidad, agradecimiento, y pienso también en cómo mantenemos vivos estos desafíos. Está la responsabilidad de que esto que se está construyendo tenga cimientos firmes, y para eso hay que redoblar la militancia y el compromiso.
Hincha de Vélez por herencia de su abuelo Carmelo y su papá, Raúl, Santino no siguió a la familia en la política. Cuenta que desde siempre fue peronista. La emocionaban las imágenes del 17 de Octubre, la gente corriendo por la calle, las patas en la fuente y los demás símbolos. En la década de 1990, con un gobierno que no la representaba (el de Carlos Menem) apoyó los movimientos por los derechos humanos y participó activamente en la CHA. Se comió represiones. La foto en la que aparece con campera de cuero fue tomada en una marcha para repudiar los dichos de Monseñor Quarracino, quien había propuesto enviar a los gays y las lesbianas a una isla.
Dice que volvió al peronismo el día que Néstor Kirchner bajó los cuadros de los genocidas Jorge Videla y Reynaldo Bignone de la ex ESMA. Nunca militó en una organización política partidaria. Actualmente es asesora de Claudio Morresi en la Legistatura porteña, donde trabaja para concretar proyectos vinculados al deporte y el género. Además, formó su familia: con su compañera, Cecilia, son mamás de Sarah y Alicia.
–¿Qué reacción te generó la designación de Macarena Sánchez como titular del Instituto Nacional de la Juventud?
–Quiero que le vaya maravillosamente bien. Es histórico, una futbolista en un área de gestión del Estado. Maca es una piba que quiso llegar adonde está, tiene esa voluntad. Tenemos que estar ahí para apoyarla y que haga la mejor gestión del mundo. Se animó a romper el molde en el momento justo y contó con el feminismo como red, para lograr que el fútbol femenino sea profesional.
–Si bien se lograron muchos avances en el fútbol femenino, todavía se repiten situaciones de destrato que ocurrieron en otros momentos históricos. ¿Qué falta?
–Fijate que hoy vemos situaciones que vivieron las Pioneras del Mundial ‘71: jugadoras que se lesionan y no tienen médico, que van a entrenar y les apagan la luz de la cancha, que no tienen agua para tomar o para bañarse. Hay muchas cosas que faltan. Son clave las divisiones inferiores, que tengamos directoras técnicas, que haya mujeres dirigentes con perspectiva de género. Esos son los desafíos, cómo ocupar más espacios en los clubes. Sigo pensando que una AFA paralela no sirve. La AFA es más dura que el Vaticano, pero hay que seguir peleando. Hoy existe la Coordinadora de Fútbol Feminista, los espacios feministas en los clubes, tenemos que seguir trabajando para resolver cómo una nena chiquita se sienta alojada y contenida en un club.
–¿Y a La Nuestra qué le falta?
–Jugamos el fútbol que nos gusta, cada vez somos más. El otro día tuvimos la visita de la Ministra Eli Gómez Alcorta, una compañera que celebramos que esté en ese lugar. Nosotras nacimos y seguimos en el barrio con el macrismo en la Ciudad. Llevamos años de resistencia sin renunciar a ningún principio y articulando con organizaciones del barrio como la Casa Trans Villera, la Asamblea feminista de la 31, los talleres de El Galpón, el Club Mujica. Deseamos, con la prepotencia del trabajo, que La Nuestra tenga un club. Y por qué no con nuestro club entrar a AFA a defender nuestras posiciones.