La gira del ministro de Economía, Martín Guzmán, a Estados Unidos tuvo como eje la renegociación de la megadeuda contraida por la gestión Macri.
Las reuniones con funcionarios del FMI, el Departamento del Tesoro e inversores privados fueron los primeros pasos de una negociación que tiene como trasfondo una situación tan simple de diagnósticar como compleja de resolver: la Argentina no tiene los dólares suficientes para poder cumplir en tiempo y forma los compromisos heredados.
Ante esa realidad, hay presiones para que Argentina restructure la deuda con los acreedores privados en un proceso liderado por el FMI en el marco de un duro programa de ajuste. Así deben leerse la cobertura de Clarín respecto a la conferencia de Guzman en el Consejo de las Américas donde supuestos pero anónimos inversores calificaron la reunión como “la peor a la que fui en mi vida”, destacando “que no tiene plan económico”.
En la misma dirección citan declaraciones de un tal Diego Ferro, un señor de nacionalidad argentina que vive hace tiempo en Nueva York al que presentan como “presidente de M2M Capital” (una firma desconocida que ni siquiera tiene página web), donde critica la falta de “un programa de largo plazo.. con la aprobación del Fondo” como “primer paso para cualquier restructuración”.
Ante la corrida cambiaria de mayo de 2018, Macri acudió al FMI acordando un duro plan de ajuste a cambio de un megacrédito para intentar, de esa manera, calmar a los inversores privados. El resultado fue una profunda recesión económica con una fuerte devaluación que hizo explotar los niveles de inflación, exacerbando la incertidumbre de los inversores y agravando la insustentabilidad de la deuda.
El rotundo fracaso de esa estrategia dilapidó el capital político de Cambiemos y favoreció el triunfo del Frente de Todos en las últimas elecciones. ¿Por qué Alberto Fernández se suicidaría políticamente reeditando esa fracasada estrategia?
El fracaso de los programas del FMI se basa en caracterizar la deuda como un tema fiscal y no como un problema de balance externo. El resultado es un ajuste del gasto que incrementa el saldo en pesos del presupuesto del Estado a costa de una recesión. Sin embargo, como los pagos de la deuda comprometidos son mayormente en dólares, ese saldo fiscal en pesos obtenido por el ajuste del gasto público no garantiza que pueda ser transformado a dólares para poder ser girado al exterior. La consecuencia es una presión cambiaria que tiende a desvalorizar la moneda nacional agravando la inflación.
La combinación de ajuste del gasto con devaluación da por resultado una dura recesión con elevada inflación, escenario que técnicamente se denomina “depreflación”.
Para evitar un nuevo fracaso en la restructuración de la deuda, los compromisos de pagos asumidos tienen que estar en sintonía con la baja capacidad de generar dólares de la economía argentina vía exportaciones. Cualquier programa que no considere ese limitante será una ilusión que no termine en una nueva cesación de pagos.
@AndresAsiain