Tahliah Barnett siente que ya vivió varias vidas. Aunque la palabra que ella usa no es esa sino “rounds”. Es una sensación de vejez mental, igual, no física. Su cuerpo nunca estuvo más fuerte, más apto, más sólido, dice: “Me siento como un árbol”. La primera entrevista que dio en tres años, a raíz de su segundo álbum, Magdalene, fue para i-D, la misma revista que la puso en portada –con hilos de cabello en la frente formando la palabra “amor”– en 2012, cuando era una desconocida, una chica encontrada en un club de Londres que había bailado en videos de estrellas pop, y estaba aprendiendo a componer y producir música –iba a lanzar su EP1–, pero no fue el punto para el fotógrafo y artista visual Matthew Stone, cautivado simplemente por ella, su forma, su estilo. No sería cualquier club donde la vio, tampoco: criada en el condado rural de Gloucestershire, donde ella, su madre y padrastro eran la única gente de color, en Londres se movía entre artistas de cabaret, circo, drags, en espectáculos que tal vez mezclaban a ella cantando jazz con contorsionistas y malabaristas de fuego. “Todavía una cosa underground”, decía dos años después de su producto –EP2 y LP1– tan extraño como directo, sensual y tecnológico: música y video avant-garde en iguales cantidades.
Ganó una popularidad indeseada por la relación con Robert Pattinson, que llamó la atención sobre ella de los paparazzis y de una cantidad de usuarios de Internet que de otra manera seguirían sin conocerla. A la vez, por sus ideas y herramientas, atraía la de músicos, cineastas, diseñadores y etcéteras de artistas y gestores buscando colaborar, entrar o sacar algo de su mundo denso y peculiar. Y Twigs, mujer de tiempos propios, solitaria, con personalidad de aprendiz, en un momento necesitó espacio, silencio. Después de Melissa, el brutal EP visual de 2015 , de los mega shows teatrales de ese año, de la residencia en la bienal internacional de Manchester donde surge la pieza de 35 minutos Soundtrack 7, de la instalación de tres pisos Rooms –Londres, 2016–, donde dirigió actores, bailarines, músicos, dragqueens y modelos. Una alquimista que construye desde cero, imagina desde lo más abstracto hasta los detalles de lo concreto, puede bailar danza clásica, contemporánea, oriental, urbana, tap, voguing; manejar teclados, percusión, autotune. La creencia de que para completarse como mujer necesitaba la compañía de un hombre no fue una limitación sino una guía subconciente: de ahí surgían las acciones y luego las emociones que inspiraban las ideas que hacían necesarias las habilidades. María Magdalena no fue la inspiración total del nuevo álbum, lanzado en noviembre pasado, solo el tren de reflexión –pensar en cómo pasó a la historia una mujer que fue par de Jesús– que la ayudó a terminarlo después de todos estos años, dice.
Durante 2017 se aisló en Los Ángeles. Cuenta que dejó de hablar con todo el mundo: familia, amigos, colegas. Y que en las tiendas vintage encontró los vestidos largos de época que la hicieron sentir cómoda dentro de ese “estado mental de tristeza del que no quería salir”. Esas telas gruesas la protegieron de un sentimiento que la había atrapado por entonces, que ella describe como estar envuelta en celofán. Un estado que se correspondía con un dolor físico real que quiso ignorar. Fibromas uterinos por el tamaño de dos manzanas, tres kiwis y dos frutillas: su ensalada de frutas de dolor, bromeaba. En un momento del año logró bajar aquel sentimiento a una balada, “Cellophane”, con la ayuda del productor Nicolas Jaar, y al mismo tiempo tuvo la idea del video, para el que tenía que aprender pole-dance. El dolor era una presión en los intestinos y la vejiga que la hacía frenar para ir al baño pero no dejar de entrenar, hasta el día en que se despertó y no se pudo sentar. Le extirparon los tumores por el ombligo cerca de cumplir 30 años. “Manzanas, fresas, dolor”, nombra como un fantasma arrastrado en “Home With You”. Ese peso de un embarazo de seis meses que le sacaron, en la vida real se lo generaban sus vínculos, deja ver en la canción. Por eso llega el estribillo y la voz cambia, se dulcifica: “Si me hubieras dicho que te sentías sola habría ido”, como quien aprende que es salud comunicarse sin vueltas, sin especular, en todos los ámbitos: decir sencilla y exactamente lo que se quiere decir. En la segunda parte del video lleva un vestido blanco, un apósito sobre el ojo derecho, y al final cuando suena un clarinete y su voz sola es como un coro soprano, rescata de un aljibe a su versión de niña y juntas descubren un ojo en el ombligo de Twigs.
En el video de “Cellophane”, que dirigió un colaborador de Björk, Andrew Thomas Huang, el caño la eleva hasta enfrentarla con su versión sobrenatural, una criatura metálica con alas, con la que se fusiona y desciende a un plano primitivo, material, donde seres femeninos la bañan en arcilla. Ubicada al final del disco, esa canción fue lo primero que se conoció de Magdalene, y el video llegó a entrar en las nominaciones de los últimos Grammy, donde Twigs además fue invitada a bailar en el tributo a Prince. Se espera el de “Sad Day” por el director de “This is America”, Hiro Murai, donde muestra su más reciente técnica: Wushu, un arte marcial chino de patadas, posturas y saltos, que aprendió a practicar con espada. El tema es triste y triunfal, de los más hermosos de su carrera, en un momento donde el poder de su cuerpo está de su lado, no como en videos pasados donde ese mismo dominio la ponía en situaciones de sumisión –en “Pendulum” , sostenida por sus propios cabellos en posición de ballerina de cajita musical–. La portada es una obra de Matthew Stone, el artista que la fotografió por primera vez. Una imagen suya inquietante que podría representarla como el alien caído que dice ser en una canción casi punk de Magadelane. Mirada de monumento, el cuerpo ancho y la punta del cabello terminada en una mamba negra.