Desde París
El primero de febrero de 2020 la Unión Europea pierde 66 millones de habitantes y algo más del 15% de su PIB. Tres años y medio después de que Gran Bretaña votara a favor de su salida de los 28 países de la Unión, el Brexit es una realidad. El Brexit cambió radicalmente la mecánica de la construcción europea. Hasta ahora, su principal estrategia consistió en ampliar el polo, no en reducirlo.
Esta vez, habrá no uno más sino uno menos y ese menos no es cualquiera: por primera vez también, un país miembro de la Unión y al mismo tiempo, junto con Francia, integrante del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas rompe sus amarras con sus aliados del Viejo Continente.
Se va un socio y un punzante adversario. Gran Bretaña fue, desde los años en que Margaret Thatcher ejerció como primera ministra (1979-1990) un acerbo antagonista de la visión social demócrata y un no menos empedernido partidario de una Europa liberal. Cuatro décadas más tarde, el euroescepticismo de Margaret Thatcher sacó a Gran Bretaña de la Unión. La ex jefa del Ejecutivo batalló cada segundo para que su país cediera lo menos posible o los protocolos de la Unión. Sus frases y los episodios que acompañaron las negociaciones sobre las formalidades del grupo son una saga política en si misma. Dos de sus proclamas pasaron a la historia cuando se negaba a plegarse a los presupuestos: «No soy el Papá Noel de la Comunidad”, ”I want my money back”.
La idea de una Europa federal asumida por uno de sus adversarios preferidos, el socialista Jacques Delors, ex presidente de la Comisión Europea, le provocaban urticarias verbales. A su manera póstuma, Thatcher es la reina del Brexit. Con sus aliados de Europa del Norte sacudió la noción francesa de la Unión y en su lugar fue destilando los fundamentos de la Europa liberal contemporánea.
Para muchos analistas de la región, la edificación de la Europa de la postguerra atraviesa desde ahora su segunda refundación. La primera intervino luego de la caída del Muro de Berlín (1989) y el posterior proceso de la reanimación de las dos Alemanias, del Este y del Oeste. Este fue emprendido el 28 de noviembre de 1989 por el excanciller Helmut Kohl (plan de 10 puntos), seguido en marzo de 1990 con las primeras elecciones libres en la República Democrática Alemana, en agosto con la firma de un tratado sobre la reunificación y finalizado en octubre de 1990 con la desaparición de la RDA. El Brexit fue un trauma mucho más extenso. Casi cuatro años desde el voto en 2016 (23 de junio) a lo largo de los cuales el voto británico consumió a dos primeros ministros y puso a un tercero en órbita: David Cameron, quien lo presentó cumpliendo con una promesa electoral: Theresa May, quien intentó llevar a cabo el Brexit: Boris Johnson, quien lo condujo hasta el final.
En 1990, tras la reunificación alemana, Europa se reformuló a si misma y elaboró una idea para unir y dinamizar a sus socios: el Euro. La moneda única aparece evocada en el Tratado de la Unión Europea de 1993, pero recién el 15 de diciembre de 1995, en Madrid, esa moneda empieza a contar con un nombre, euro, y una agenda para su circulación: el primero de enero de 2002, primer día de circulación del euro-moneda en los países de la zona euro (19 de los 28 de que cuenta la Unión con los que se fueron agregando después).
La historia inaugura en este 2020 una suerte de año cero desde el cual los europeos deberán reinventarse. Aunque haya sido un miembro importante, el Reino Unido también ha sido un “amigo desestabilizante”. No formó parte del euro, no adhirió al tratado de Schengen sobre la libre circulación de bienes y personas y consumió la paciencia de sus socios europeos con una interminable lista de derogaciones a las reglas comunes. Hay, de hecho, muchas cosas por hacer. La zona euro, por ejemplo, sin la variable británica pasará a representar el 85% del PIB contra el 72% actual. La Europa social tampoco ha desaparecido de los anhelos. Sin el Reino Unido, esta opción pierde un rival al mismo tiempo que dejará a los otros al descubierto. Muchos países se escondían detrás de la cortina británica para no asumir sus posiciones. Ya no podrá ser igual.
El futuro diseña una configuración donde faltará una de los lados del triángulo que antes formaban Alemania, Francia, Gran Bretaña. Las cartas de las alianzas dentro de la Unión se van a mezclar de nuevo: los países escandinavos, Holanda y los países de Europa del Este se quedan sin su escudo y deberán buscar nuevos interlocutores entre los dos principales actores de la Construcción Europea, Alemania y Francia. Ambos están también enfrentados en sus perspectivas: Berlín apuesta por la potencia económica mientras que París aboga por una Europa más integrada e influyente en el mapa geopolítico mundial. Es lícito reconocer que con un Reino Unido apartado de la UE la gravitación geopolítica de la Unión Europea se diluye un poco. Gran Bretaña no sólo era un miembro del Consejo de Seguridad sino también, junto a Francia, la otra potencia nuclear y militar del grupo. La historia se escribe desde el presente y Europa, forzada por las urnas, empieza a remodelar sus geometrías.