Las noches de Paraty son frescas y húmedas, mucho más de lo que insinúan los días de sol y cielos sin nubes, de paseos apacibles en lanchas modestas por el mar tranquilo y salpicado de islas frondosas. En ese pueblo-ciudad de la Costa Verde, el hermoso trecho del litoral entre Río de Janeiro y San Pablo, se hace cada año la FLIP, Festa Literária Internacional de Paraty, a principios de julio. Si la ciudad ya es muy turística durante todo el año, durante los días de la Festa se convierte en un tranquilo desenfreno, con cada charla llena a tope, colas para firmar libros de autores famosísimos o poco conocidos --da igual--, show musicales, restaurantes reservadísimos, fiestas que duran toda la noche y todos los editores de Brasil recorriendo las calles y veredas que conservan los adoquines originales, muy grandes, puntiagudos y tan incómodos para caminar que uno se pregunta cómo las transitaban con sus largos vestidos y zapatitos delicados las damas del siglo XIX.
El año pasado una de las atracciones principales de la Festa fue la presencia de Ney Matogrosso. Anunciado por sus fans que rogaban entrar en la Casa Folha y al final se amontonaron en la calle, Ney llegó etéreo, de borceguíes, buzo azul y jeans, el cuerpo de un hombre de 30 años, la sonrisa de un adolescente, el desafío del que vivió todo y lo hizo con desenfado, tranquilidad e inteligencia. El motivo era la presentación de Primavera Nos Dentes, la historia de Secos & Molhados firmada por Miguel de Almeida. Ney lideró la banda entre 1973 y 1975: en apenas tres años cambió la historia de la música popular brasileña. El libro de Almeida ubica a Secos & Molhados como un grupo revolucionario que se enfrentó a la dictadura a pura desinhibición, sensualidad y altiva juventud. Ney Matogrosso, Joao Ricardo y Gérson Conrad “colocaron en escena ingredientes de un planeta distante”, escribe Almeida después de describir el clima cultural bajo la dictadura, la censura, la persecución, la sanitización de los contenidos. “Estaban en sintonía con galaxias contemporáneas y distantes de aquel ambiente brasileño de estéticas banales, en el que uno estaba a favor o en contra del regimen. Nada que estuviese fuera de esa regla sería tolerado. La banda puso sobre la mesa temas como la antropofagia musical –rock inglés más fado portugués más música brasileña--, la androginia y lo lúdico de la cultura. Y, para eso, se apoyaba en versos de Oswald de Andrade, Manuel Bandeira, Solano Trindade y Fernando Pessoa. Por primera vez en Brasil, en una potente sintonía con lo que sucedía en los escenarios neoyorquinos y londinenses, el espectáculo musical se mezclaba con el carácter dramático del teatro y del cine para darle al público algo que trascendiera lo banal y racional. Ney y compañía se ofrecían como personajes, tipos construídos para importunar a la moral conservadora y también cuestionar los límites de lo que era la política desde una óptica de izquierda”.
El libro, además, es una exploración de la industria musical brasileña en los años 70 y una pregunta sobre cómo este insólito grupo, con su cantante anfibio, el maquillaje osado y glamoroso, logró no sólo saltar el paredón de la censura sino vender un millón de discos y convertirse en, por ejemplo, favoritos de los niños, que esperaban sus presentaciones en la televisión como si se tratara de dibujitos animados. La charla de Ney y Almeida frente a un público adorador y respetuoso –al que se sumó una perra callejera, que durmió todo el evento a los pies del ídolo-- repasó varios puntos: la disolución temprana después del éxito, la confusión de los encargados de la cultura oficial ante estos jóvenes insólitos, ilegibles para ellos, la influencia de la bossa nova y especialmente de Caetano Veloso. “Recuerdo que yo era muy joven y estaba en Brasilia”, contó Ney, “y lo vi a Caetano por la calle todo vestido de rosa. Había venido a la capital a dar un show. Hay que recordar que esta era una época donde una puntita de algo rosa, una media que se adivinara bajo el pantalón, un pañuelito, era considerado poco masculino y destinado a la burla. Y ahí estaba él, todo rosado, hermoso, el pelo largo. Lo vi y pensé ‘este es el artista que quiero ser. No sólo musicalmente sino causar este impacto estético y sensual’”. Poco después él lo haría con su banda aunque, como señaló Almeida, la diferencia consistía en que la bossa fue un fenómeno universitario y culto, mientras que Secos metió la androginia en las casas de los brasileños de todas las clases sociales, porque fueron un fenómeno popular.
En la charla con Ney, Almeida admitió que no pudo encontrar datos certeros que confirmaran la influencia (o más que eso) de Secos & Molhados sobre Kiss (el parecido del maquillaje es pasmoso), pero Ney sí está convencido. “Cuando estuvimos en Los Angeles para una reunión con ejecutivos, aparecieron unos neoyorquinos que no estaba muy claro quiénes eran, a mi tampoco me importaba. Creo que uno era judío”. Se refería a Gene Simmons. Alguien del público quiso saber si no le importó y Ney, sin dudarlo, le dijo: “Yo siempre quise ser un artista para Brasil. No me interesaba y no me interesa el público internacional. Puede ser un límite mío, pero también es una decisión. Eso sí: estoy convencido de que copiaron a Secos, y las fechas coinciden”. (Más o menos: Kiss empezó a tocar con maquillaje a fines de 1972 y su primer disco es de 1973. Pero: es posible). ¿Cómo manejaron la homofobia en 1973?, quiso saber otro fan. Ney, con una sonrisa, respondió: “Yo creo que hay mucha más homofobia ahora. Aquellos años eran más confusos pero también más libres”. La homofobia, eso sí, jugó en la disolución de la banda. Ney aseguró que, a pesar de que sus compañeros lo niegan en el libro, ellos decidieron disolver la banda después de que, en una reunión, le dijeron que debía bajarle el tono a sus presentaciones porque “la gente está diciendo que somos homosexuales”. “Eso sucedió. Les dije que se buscaran otro, entonces. Cuando yo actúo, lo hago para todos los sexos”.
A los 78 años, Ney Matogrosso está de gira por Brasil. Todos los días postea imágenes en su Instagram –la única red social que maneja, porque le encantan las fotos, dice-- y ahí es posible ver su insólita gloria física y su voz todavía intacta. Algunos shows no salen del todo bien, como el que hizo el 25 de enero en la calle de San Pablo, donde el mal sonido no pudo competir con el rumor urbano, las ambulancias, la ciudad viva. Pero en general son shows magníficos, aunque espaciados. Sucede que, como dijo en la entrevista con Almeida, en Paraty: “A esta edad toco cuando quiero. Y lo que quiero”.