Con el estallido popular chileno de octubre de 2019, y el profundo proceso social desatado, que ya lleva más de 100 días y es noticia cotidiana urbi et orbi, era imposible no preguntarse “¿Qué pensará y dirá de todo esto Armando Uribe?”. Octogenario, se encontraba recluido en su domicilio de la ciudad de Santiago desde hacía unos cuantos lustros, seguía escribiendo, se publicaban varios libros suyos cada año, y según Juan Carlos Ramírez Figueroa en una nota en The Clinic, iban a realizar, para ese medio, desde diciembre pasado, una serie de entrevistas por teléfono que, inevitable, obligadamente, incluiría su apreciación de los públicos acontecimientos; posibilidad malograda por su fallecimiento la noche del 22 de enero.
Nacido en 1933, Armando Uribe Arce era considerado una “conciencia moral” o “crítica” de su país. Autor de varios libros de documentados y profundos análisis y denuncias de la dictadura militar, del rol del gobierno de Estados Unidos, y de Pinochet en particular, este jurista, diplomático, ensayista, poeta y –créase o no– católico practicante (defensor de la misa en latín y literal creyente de la postrera “resurrección de la carne”), fue un feroz crítico del neoliberalismo; y no sólo del proceso económico, que acarrea trágicas consecuencias sociales, sino también de la ideología y la “cultura” que todo lo permea, y que abarca, inéditamente, por primera vez en la historia, a la totalidad del planeta. De ahí que se lo pueda ver protagonizando Pre-Apocalipsis (2010), película de Rodrigo Gonçalves, donde, ya “muerto”, Uribe se mete en un ataúd y pasea en carroza fúnebre por las calles de la ciudad, deteniéndose en lugares emblemáticos: el Congreso, La Moneda, el barrio “Sanhattan”, y luego, desde el Purgatorio, lanzar acusaciones contra Kissinger y Pinochet.
Armando Uribe trabajó para el Ministerio de relaciones exteriores durante dos gobiernos, en Estados Unidos y luego en China, donde fue Embajador del presidente Salvador Allende, hasta el Golpe de Estado de 1973, que lo destituyó de su cargo y lo llevó junto a su familia al exilio en Francia. Pero su historia comienza bastante antes, cuando irrumpe apenas veinteañero en la literatura con su primer poemario, Transeúnte pálido (1954), al que le sucede El engañoso laúd (1956), ambos de enorme calidad, donde ya aparecen los que serán sus temas permanentes –verdaderas obsesiones– a lo largo de toda su obra: el amor, Dios, la muerte, la naturaleza y el ser humano, sus percepciones y sufrimientos.
Integrante de la “Generación del 50” –con Jorge Teillier, Alberto Rubio, David Rosenmann-Taub y Enrique Lihn–, dueño de una vasta cultura, estudioso de la literatura y de diversas teorías como el psicoanálisis (“como lego”, aclaraba), Uribe escribió ensayos sobre Pound y Léautaud, y los tradujo. La cruda y despojada –también risueña– visión de la muerte, proveniente del Siglo de Oro español, convive en Uribe con motivos y procedimientos del surrealismo. En sus versos, Cátulo y Marcial, en su brevedad epigramática, con T.S. Eliot y la influencia de la poesía italiana: Montale y Ungaretti. Como parte de los caminos posibles “posNeruda”, la poesía y concepciones del arte en Uribe combinan fina y eruditamente vanguardia y tradición.
Además de impenitente grafómano –nos deja unos sesenta volúmenes con su firma: entre otros, Pound, Odio lo que odio, rabio como rabio, Las críticas de Chile, A peor vida, El Fantasma de la Sinrazón & El secreto de la Poesía, Desdijo, Insignificantes, Apocalipsis apócrifo, Hastío: o variaciones sobre lo mismo–, Uribe fue profesor universitario; dio clases de Ciencia política en La Sorbona durante su exilio, y también en Chile, dando Derecho. En la década de 1990 será un duro crítico de la Concertación y sus pactos con la derecha pinochetista (Carta abierta a Patricio Aylwin), y dará memorables entrevistas televisivas –que circulan en la web–, fumando y rabiando, indignado, tan tajante como enérgicamente, sobre los temas críticos de la civilización –las guerras y las armas nucleares–, sobre la política local, y por supuesto sobre su escritura constante y sus libros publicados y próximos a publicarse.
Humilde, hablaba de “su oficio” para referirse a la poesía que escribía: eran juegos o divertimentos. En No hay lugar (1970) se puede leer en la contratapa: “Mis poesías no me pertenecen mucho. A veces se parecen a las de uno, a veces a las de otro. Como poeta, me repugno bastante. Mis poesías me aburren”. “En cambio”, agrega, “prefiero algunos de mis informes de abogado. También he escrito cables que me satisfacen. Dejo constancia que soy autor de un Diccionario de leyes penales, y varios estudios de Derecho minero”. Y sin embargo, la enorme obra poética de Uribe no deja de asombrar y deslumbrar, como en Por ser vos quien sois (1989), un poemario religioso o cristiano con ciertos “desbordes heréticos”. Un poema dice: “Padre de piedra el hijo te gritaba/ y tú no le dijiste una palabra/ divinidad desnaturalizada/ le prohibiste al ángel de la guarda/ que haciendo su deber lo acompañara/ para limpiarle siquiera la lacra/ de la mortalidad llaga por llaga./ Estoy sentido contigo, me amarga/ tu prescindencia, metido en el arca,/ y me dan ganas de decirte raca./ Se me acabó la comprensión. Malhaya/ el padre que a los hijos se les calla.”
Y otro: “Tuve hambre y no me diste de comer./ Sed. No me diste de beber./ Estuve solo y no me fuiste a ver./ ¿Y ahora que estoy muerto me quieres convencer?”.
En Uribe siempre conviven la pasión y la interrogación, con una lucidez áspera, crítica y desgarradora. Lejos de “siglos de oro” y “eras de plata” dijo: “yo, poeta del tiempo de la herrumbre,/ no canto: balbuceo en el derrumbe” (De muerte, 2004).
Una secuencia: en 2002, Roberto Bolaño, discutiendo en un artículo en Las Últimas Noticias contra Isabel Allende, posible candidata a recibir el Premio Nacional de Literatura, propone como alternativa a Armando Uribe (también a Claudio Bertoni o a Diego Maquieira: “Cualquiera de los tres me parece creador de una obra con méritos más que suficientes para optar por tan digno galardón”). En 2003 Bolaño muere. Al año siguiente Armando Uribe recibe el Premio Nacional.