Cuando tenía 10 años, vi por primera vez un pene en la vía pública. Me lo mostró un tipo apoyado en una moto, en la esquina de la avenida Hipólito Yrigoyen y Loria, a media cuadra de mi casa, en pleno centro de Lomas de Zamora. Había cruzado la avenida para ir al estudio de un abogado amigo de la familia, a llevar unos papeles. Un mandado. Y ahí estaba el tipo, impune, mostrando su pene erecto con intención de asustar a una niña. Y me asusté. Todavía recuerdo esa sensación en mis piernas, flojas, el corazón latiendo a mil, las lágrimas que se escapaban, sin entender demasiado por qué tenía que mostrármelo. Y recuerdo mi corrida, hacia el lugar seguro. Entregué los papeles, contuve las lágrimas. No me animé a contarle a la persona que me recibió lo que me había pasado. Y volví a mi casa, apenas cien metros eran, pero tenía que volver por donde estaba aquel "exhibicionista", como supe luego que se denominaban a esos acosadores callejeros. Me animé a volver por la otra vereda. Ya no estaba. Mi mamá me abrió la puerta, y me largué a llorar. Le conté. Me abrazó. Me contuvo. Como siempre. No fue más que una "exhibición obscena", pero suficiente para conocer que había hombres que con solo eso, mostrar una parte de su cuerpo que yo no quería ver, podían hacerme temblar de miedo. Ese día supe que nunca más lo iba a permitir. La calle no puede ser territorio hostil, para ninguna niña, para ninguna mujer. Ese día, sin saberlo, dije basta. Hoy miles, millones de mujeres en el mundo, nos vamos a unir para gritar un basta que hará temblar la tierra, contra las violencias machistas y los femicidios, que son el último eslabón de una cadena de desigualdades que nos afectan en nuestras vidas cotidianas, en nuestros trabajos, en nuestras casas, ahí por donde pretendemos transitar libremente. Hoy me sumo al paro internacional de mujeres, porque a mi hija no la dejan jugar al fútbol en el recreo en su escuela y a los varones sí, porque somos nosotras, las mujeres, las que asumimos mayoritariamente el trabajo doméstico y de cuidados, y esas tareas, que hacemos con amor pero obligadas, no son reconocidas y nos quitan tiempo para nosotras. También paro para reclamar la despenalización y legalización del aborto, y porque su criminalización afecta a las mujeres más vulnerables y empobrecidas; paro contra la trata de mujeres para explotación sexual, contra las políticas que criminalizan a las migrantes, contra las violencias que se desatan frente a las disidencias sexuales, y porque en un contexto de ajuste y aumento de tarifas, las más golpeadas somos las mujeres: sin autonomía económica es más difícil para una mujer víctima de violencia salir de esa relación. Paro porque falta presupuesto para políticas integrales para prevenir los femicidios y porque la herramienta más potente para impulsar el cambio cultural que desarme la matriz del machismo, que es la educación sexual integral, está siendo acicateada por la gestión macrista. Pero también paro porque imagino que es posible una sociedad con igualdad de oportunidades para mujeres, varones y personas trans, y porque estoy convencida de que en el encuentro entre mujeres se expresa una fuerza revolucionaria, que quiere sacudir al patriarcado y se opone a las políticas neoliberales y a la explotación capitalista. Razones nos sobran. Por eso hoy paro.
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