"Estoy dolido por la destrucción de una familia pero no me voy a condenar por esto". "Son mis amigos y nos los voy a dejar morir". Estas frases no las pronunció un integrante de los "grupos de tareas" de los años del terrorismo de Estado explícito, ni el jefe de un operativo punitivo. No, los dichos son solo una parte del testimonio de uno de los jóvenes que participó del homicidio en manada a la salida de un local bailable en Villa Gesell.

En efecto, esas palabras dicen mucho de un clima de época en el cual las subjetividades devastadas por la lógica del individualismo cerril, época en la que el registro del otro aparece en términos instrumentales como secuaz, par o como diferente y enemigo a eliminar. Por supuesto que potenciado por la condición de clase y su ideología supremacista.

En este contexto y con estos elementos conjugados la soberbia y la omnipotencia aumentan el narcisismo.

Agregar a todo lo anterior hábitos violentos que los miembros de esta clase social repudian en otras clases da como resultado una práctica de la crueldad muy frecuente en la historia social de la región argentina.

Alguien que decide condenas, perdones y quiénes deben morir y quiénes no, es portador de mucho más que patologías. Estamos en presencia de la lengua del egotismo, propalada a nivel micro y exhibida obscenamente a nivel macro.

Carlos A. Solero