“¡Ninguna mujer nace para puta!”, escupe Sonia Sánchez en Latinoamérica, uno de los manifiestos hechos canción rapera de La vagabunda original (2015), el tremendo segundo disco de Kris Alaniz: “La prostitución no es un trabajo: es la violación de los derechos económicos, sociales y culturales”, dispara la ex prostituta chaqueña –que terminó siendo “comprada” por el dueño de un telo que la terminó salvando de que la maten– en la intro de una canción en la que la joven Kris Alaniz, nacida en 1989, le canta a ese “mercado latinoamericano de mujeres” al que es hora de desenmascarar.
“No había muchas posibilidades para hacer música en Santa María de Catamarca, el pueblito en el que vivía, así que de muy chica empecé a viajar: viví en Salta, Tucumán y Córdoba antes de venirme a La Plata”, reseña. Hija adoptiva de Juana Alaniz, una enfermera tan valiente como generosa, que crío y educó solita a seis mujeres, Kris ya hizo dos discos potentes e inevitables: su debut había sido Conexión natural (2013), un disco de rap muy cancionero producido por El Líder.
“Me parecía raro ser la única de la familia que hacía música, pero se ve que era algo genético: a los 8 años me contaron que era adoptada y, ya de más grande, cuando hacía música me enteré de que mi mamá biológica había sido cantante en un cabaret. Creo que saber que mi mamá había sido prostituta me llevó a hacer música feminista y comprometerme con eso. Más aún estando en un ambiente tan machista como el de la música rapera argentina.”
Además de reconocer a su madre adoptiva (“Una luchadora que nos dejó el ejemplo de ayudar y dar todo el tiempo”), Alaniz rapea, canta y es también una talentosa productora: ella misma, junto a Santi Ordoñez, se encargó de las bases y de darle un marco intelectual a Malas Lenguas, el primer compilado de rap argentino, con 17 mujeres haciendo rap de calidad, sin género pero con la intención de lograr una unión entre las mujeres del hip hop.
“Primero hice reuniones para ver si todas teníamos el mismo pensamiento. Junto a un disco que se hizo en Perú, son los primeros que se hicieron en América latina. En general, cuando aparece una rapera siempre estamos en un grupo con veinte raperos hombres. Y cuando aparece otra siempre vienen y te dicen: ‘Che, te salió competencia’ Y acá demostramos que no, que podemos unirnos y hacer un muy buen disco”, dice la piba que tiene tatuado en su hombro derecho a J. Dilla, genial productor del palo fallecido en 2006, que colaboró con The Pharcyde, A Tribe Called Quest, De La Soul y Erykah Badu.
Resulta injusto saber que este compilado de 2016 quedó eclipsado por la extensa cobertura que tienen las insidiosas Peleas de Gallos. “No me gusta que venga una multinacional –se refiere a Red Bull, organizadora– a llenarse de guita con talento de acá. He tocado en esas fiestas, pero ahí te das cuenta de que no sirven de mucho, porque los pibes solo escuchan freestyle, ni saben quién es Tupac. Hay colegas como El Código o Sony que tienen un talento increíble y se merecen ese reconocimiento: yo los veo y creo en el freestyle, son educadores. Pero después ves esas batallitas que son denigrantes, y los pibes pagan 200 pesos para ver a gente racista y súper agresiva bardeándose. Antes capaz que El Tory, Mala Junta o Núcleo –productor de su segundo disco– hacían un freestyle más cómico, y te morías de risa. No era algo tan guaso ni hiriente, era algo más lúdico. Ahora es todo sangre, sangre y sangre”.