Cuenta Tomás Eloy Martínez que todo comenzó una tarde de infancia en su tierra natal en los alrededores de la carpa de un circo pobre. Entre risas de payasos, orquestas de desafinados trombones, amuletos de gitanas y promesas de acrobacias nunca antes vistas, ese “todo” –de un lado la ficción, del otro la realidad– se le presentó en forma de tragedia donde una joven dramatizaba su muerte ante la temible tuberculosis. “Me quedé a verla morir de tos y a llorar como si fuera verdad”, recuerda en un texto escrito en 1998 y que leyó al recibir el doctorado de Honoris Causa en la Universidad Nacional de Tucumán, provincia donde nació en 1934.
Esa crónica sobre el descubrimiento y la iniciación en la literatura, cuando aún “desconocía la complejidad del mundo, las pasiones, las intrigas de poder, el miedo a la muerte”, esa crónica sobre el límite impreciso entre la noción de verdad y de ficción (quedarse a ver la muerte para saber si es real), es posible que sea uno de los textos que mejor iluminan la obra de Martínez que, al cumplirse 10 años de su fallecimiento, sigue brillando como un diamante “bajo las luces poderosas de la imaginación”.
El joven tucumano, licenciado en Literatura española y latinoamericana en la citada Universidad y que más tarde obtendría una maestría en la Universidad de París VII, asumió la escritura como un desafío: quedarse a ver lo que otros no querían o no podían, lo que otros se negaban o no soportaban ver. Con esa capacidad de asombro, ojos siempre abiertos, encaró el ejercicio periodístico, primero como comentarista de libros en su provincia, luego como crítico de cine, como jefe de redacción de la inolvidable Primera Plana; como corresponsal en Europa de la Editorial Abril; como director de la revista Panorama (donde se publicaron sus entrevistas a Perón en la quinta de Puerta de Hierro); y como jefe del suplemento cultural de “La Opinión” en el 70.
Nunca bajó la mirada, siempre escribió. Lo hizo durante el exilio en Venezuela cuando fundó El diario de Caracas y también cuando creó Siglo21 en México, y lo volvió a hacer cuando regresó al país y concibió para el entonces naciente Página/12, Primer Plano, recordado suplemento cultural que se editó desde 1991. Su pasión por la tinta lo hizo organizar y delinear los ejes de otras publicaciones recordadas como ADN en 2010 para La Nación, poco antes de su muerte.
Martínez es de esos narradores conscientes de que toda escritura es la historia de una impotencia (ese querer nombrar la verdad que inevitablemente huye) y al mismo tiempo la historia de una conquista. Entre esas dos orillas está concebida cada una de sus novelas: Sagrado (1969); La novela de Perón (1985); La mano del amo (1991); Santa Evita (1995); El vuelo de la reina (premio Alfaguara 2002); El cantor de tango (2004) y Purgatorio (2008). Y también sus relatos reunidos en Lugar común la muerte (1979) y sus crónicas como La pasión según Trelew (1974) y El sueño argentino (1999). Las variables estéticas de la época lo acercaron también al ya tantas veces vapuleado (no sin razón) boom de los 60 (García Márquez y cia.), aunque su vinculo con la verdadera ruptura nacida en Latinoamérica, es en función del llamado Nuevo Periodismo. Martínez escribió algunos textos fundamentales como “Periodismo y narración: desafíos para el siglo XXI”, donde señala: “Indagar, investigar, preguntar e informar son los grandes desafíos de siempre. El nuevo desafío es cómo hacerlo a través de relatos memorables., en los que el destino de un hombre solo o de unos pocos hombres permita reflejar el destino de muchos o de todos”.
Más allá de las anécdotas en tiempos de homenajes, es interesante volver sobre ciertos textos esclarecedores como el que escribió Cristine Mattos en el prólogo a la antología de ensayos y textos La otra realidad (Fondo de Cultura Económica en 2006) donde señala que la sorpresa “de la imprecisión de límites entre ficción e historia”, que seduce al leer los libros de Martínez, se va transformando a medida que se profundiza en su obra, para descubrir que la operatoria de su poética es mucho más compleja que mostrar el cruce “delictivo” entre los géneros (literatura hacia periodismo y viceversa), porque Martínez funda su obra en “la persistencia de la duda, la incertidumbre y la inestabilidad”, de los géneros. Idea sutil, poderosa.
“Si escribo para explorar los límites de lo real y lo ficticio, escribo también desde lo que desconozco, desde lo que no comprendo, desde lo que me afecta (es decir, siguiendo la vieja etimología de la palabra, desde aquello que de algún modo me rehace). Escribo para reconocer esos desconocimientos que están allí, y ante los que no quisiera permanecer ciego”, dejo escrito en aquella reveladora crónica titulada “Entre la realidad y la ficción”.
Para ver y para leer
Hay varios motivos este año para releer la obra de Martínez. Además del anuncio reciente de que en el 2021 se podrá ver la adaptación televisiva de la novela Santa Evita, llevada adelante por Fox y Disney con la producción ejecutiva de Salma Hayek, y la actuación de Natalia Oreiro como Eva y Darío Grandinetti como Perón, desde la Fundación TEM se informó que en marzo el sello Alfaguara lanzará la reedición de El cantor de tangos. Asimismo, en mayo llegará a las librerías otra edición de La novela de Perón. En cuanto a traducciones, se supo que Purgatorio, fue traducida al danés y, actualmente, está en marcha una traducción al árabe. Asimismo, para este año, la Fundación continuará con las tareas en relación a la digitalización del archivo del escritor y a la catalogación e inventario de su biblioteca que consta de más de 10 mil volúmenes.