Después de la huelga consensuada por los futbolistas profesionales y su gremio a partir de las deudas que muchos clubes mantienen con ellos, el Gobierno metió la cola y presionó a la AFA para que articule la reanudación del juego, aún a pesar de que la FIFA siempre “amenaza” con desafiliar entidades intervenidas políticamente. La “salida” hallada, más que escape, era un empuje al abismo del ridículo: los clubes podían promover a Primera a valores ignotos de Divisiones Inferiores para burlar la medida de fuerza que los profesionales impulsaron no sólo para defenderse a sí, sino también al futuro laboral de esos juveniles que seguramente mañana padecerán el mismo manejo esclavista de los clubes y del negocio turbio que sus dirigentes encubren y sostienen.

Aunque algunas instituciones anticiparon que no jugarían, otras echaron mano a la opción de los juveniles con el pretexto de “no perder los puntos”, cuando en verdad lo que se esperaba de ellos era más bien que “pusieran los puntos”: la huelga es un derecho consagrado por la Constitución y nadie debería dudar de su preponderancia por sobre cualquier disposición coyuntural.

El sinsentido explotó el sábado, cuando se supo que Defensores de Belgrano, de la Primera B, iba a alistar para enfrentar a Deportivo Español a un arquero de 14 años porque los dos disponibles (uno de Cuarta división y otro de Quinta) estaban suspendidos o lesionados. El círculo del muchacho, preocupado por la decisión, pidió que cuidaran de exponerlo a la tormentosa presión de cargar con la expectativa de todo un pueblo futbolero que arrastra pasiones y contradicciones como un reptil lo hace con su cuerpo en un desierto: desasosegado y sin rumbo fijo.

El reclamo del entorno del pibe era tan sensatamente obvio que la pregunta es cómo no lo hizo nadie antes. La respuesta es simple: el fútbol anda en otra. Mejor dicho: anda en cualquiera. Es la dimensión donde ocurre lo inentendible, con jóvenes corderos forzados a ser carneros de un circo romano que pide, devora y, como en toda digestión, al final siempre termina cagando.

Pero la infame coartada se estrelló ante un detalle imposible de ignorar: muchos pibes que concentraron la noche anterior con un plantel que no volverán a ver y un técnico que jamás los volverá a dirigir no poseían aptos médicos al día porque sus dirigentes –los mismos que los incitaron a jugar– no se los habían gestionado. La mínima lesión expondría a los clubes a nuevos problemas jurídicos y económicos.

Después de un fin de semana insólito con partidos llenos de asteriscos y situaciones surrealistas, la Comisión (des)Normalizadora de la AFA encontró la solución para suspender todo abrazando su libreto original: pinchando las pelotas, para que el fútbol argentino siga desinflándose un poco más con su sordina desafinada.