Las tratativas en el Congreso por la ley de “Restauración de la sostenibilidad de la deuda pública externa” volvieron a definir dos campos dentro de Juntos por el Cambio. Los perdedores en todas las elecciones de 2019, que no gobiernan en territorio alguno y los gobernadores e intendentes que triunfaron, debiendo dar la cara a diario ante sus representados.
El ex presidente Mauricio Macri y la ex gobernadora María Eugenia Vidal son los “sin tierra” más renombrados, entre muchos, como el diputado cordobés Mario Negri, la ex ministra Patricia Bullrich y una turba de personajes de reparto. Apelan a los gritos, los exabruptos, los insultos y los tuits berretas a fin de mitigar la propia invisibilidad. Critican sin ambages, rigor ni, a menudo, vergüenza.
Los gobernadores afrontan retos cotidianos, acuciantes, para los que sirve poco la diatriba anti oficialista. No sorprende que hayan pugnado para incluir a las provincias en la “Ley Guzmán” aceptando discutirlo más adelante, ni que los diputados que les responden hayan votado a favor. Con urgencias para atender, se impone articular con el oficialismo nacional y navegar en el mismo barco frente a los acreedores externos.
Los “sin tierra” extreman la locuacidad para ver si en dos años empiezan a salir del llano que es frío, inhóspito. Se pierden interlocutores, los celulares suenan menos, los grupos de WhatsApp se marchitan.
El ingreso de Macri a la Fundación FIFA se inscribe en ese cuadro de carencias, un premio consuelo trucho. Un ámbito ostentoso y elitista, compuesto por pillos que viajan en primera clase, se albergan en hoteles chiquicientas estrellas, moran a años luz de la gente común, evaden y lavan con asiduidad.
Un regreso al útero por dos lados (el fútbol y su praxis en el mundo de los negocios) tras haber sido desalojado del poder político por el plebiscito del año pasado.