La cuestión es: ¿es posible solucionar los desastres económicos, sociales y culturales que dejó el macrismo por medio de una política de diálogo y apelando a la solidaridad de los que más tienen? Tomemos el caso de los dos gobiernos populares que más favorecieron y dieron satisfacción económica y reconocimiento a los que menos tienen. Las clases dominantes que dieron el golpe contra Perón en el ’55 editaron un libro que titularon Libro negro de la segunda tiranía. Establecía una simetría histórica entre los gobiernos de Rosas y Perón. Esa simetría existe e invita a una reflexión profundamente actual. ¿Es posible una redistribución de la riqueza sin tocar intereses, al parecer, intocables?
Rosas gobernó el país durante veintidós años. Menos entre 1833 y 1835 cuando se alejó para hacer una campaña contra los indios. En 1835 asume otra vez y exige la suma del poder público, las facultades extraordinarias y las relaciones exteriores de la confederación. Durante su dilatado gobierno benefició grandemente a los gauchos, a los negros y hasta a los indios. Fue despótico y hasta cruel con las clases altas, con los poderosos del país, de los que él formaba parte, aunque había elegido hacerse gaucho, el gaucho de “Los Cerrillos”, su estancia. Dictó la ley proteccionista de aduanas de 1835 y guerreó contra ingleses y franceses en la batalla de la Vuelta de Obligado, una de las gestas más gloriosas en la historia del anticolonialismo que le mereció que San Martín le legara el sable que lo acompañó en las luchas por la independencia. Es derrotado en la batalla de Caseros en 1852 y se exilia en Gran Bretaña. Falto de recursos, compra un pequeño terreno y ahí tendrá su chacra. Era rico antes de llegar al gobierno y se fue pobre. La historia oficial se ha dedicado a abominar de él. En la novela Amalia de José Mármol se pinta su época con todas sus sombras y algunas de sus luces, que el autor no puede evitar narrar. “Ser federal es que somos todos iguales”, le hace decir a María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación, que fuera su belicosa mujer, su compañera permanente y fiel, y moriría muy pronto. Así, la mujer en la vida del Restaurador habría de ser su hija Manuelita.
Rosas fue claro en sus métodos e intenciones: sólo se puede gobernar en beneficio de las masas postergadas con mano dura. Fue un gran gobernante populista de derecha. Recién habrá de volver al país bajo el gobierno de Menem, que lo trajo para indultar a Videla con la aprobación de todo el establishment nacional que le permitía al riojano esos deslices porque hacía muy buena letra con el neoliberalismo triunfante durante esos días.
Perón se le parece, a Rosas, en muchos aspectos. Para beneficiar a los desposeídos, los migrantes internos, esos morochos a los que Evita llamaba “mis grasitas” o “mis cabecitas negras” (y la oligarquía y toda la partidocracia antipopular –socialistas y radicales sobre todo- calificaban perdurablemente como “negros de mierda”) implementó un orden autoritario con las clases dominantes y generoso y democrático con las clases bajas. No hizo un gobierno anticapitalista, pero sí antipatronal. Nacionalizó los trenes, los aviones y las riquezas del suelo. Dictó el Estatuto del Peón de Campo, los derechos de la ancianidad y les dio a los obreros vacaciones pagas y buenos trabajos con muy buenos salarios. No hizo una reforma agraria, pero creó el IAPI (Instituto argentino promotor del intercambio) por donde habrían de comercializarse los productos de la oligarquía agraria y ganadera. Creó los sindicatos obreros. Tuvo a su lado a Eva Perón, que sería aún más pasionaria que Encarnación Ezcurra y moriría –devastada por un cáncer cruel y doloroso- también muy pronto y muy joven. Fomentaron, ella y Perón, eso que la oligarquía llamó la “insolencia de la plebe”.
Muerta Eva, Perón inicia un segundo gobierno con tendencias aperturistas (visita de Milton Eisenhower, contrato con la petrolera California) y frivolidades varias. Se dedica a visitar la UES, se saca fotos con las chicas, anda en motoneta por las calles de Buenos Aires y manda al arsenal Esteban de Luca (de donde habrán de tomarlas los insurrectos de la “libertadora”) las armas que Evita había comprado al príncipe Bernardo de Holanda para formar milicias populares. No suma poder, no hay organización ni movilización popular y sus enemigos bombardean la Plaza de Mayo en junio de 1955 con saña imperdonablemente sanguinaria. En septiembre del ’55 se levantan, sobre todo, Córdoba y la Marina. El ejército peronista tenía más poder de fuego, pero los golpistas estaban más decididos a luchar. Perón no ofrece resistencia y se embarca en una cañonera paraguaya iniciando un periplo que habrá de terminar en la España de Franco. Inútil y acaso absurdamente, John William Cooke le pedirá que busque asilo en la Cuba de Castro. Fue (Perón) un populista de izquierda.
Así, los dos gobiernos populares de nuestra historia fueron democráticos y generosos con las clases bajas y autoritarios (más aún Rosas) con las altas. No fueron cultores del diálogo ni pidieron solidaridad a los poderosos. Evita le sacó dinero a las empresas por medio de su Fundación. A la fábrica de caramelos Mumú le puso ratas y la cerró por falta de higiene. Se habían negado a colaborar con la fundación que ella apasionadamente presidía.
Hay que esperarlo al gobierno de Alberto, que hasta ahora ha hecho las cosas con cautela y bien. Es un gran político y todo político sabe trabajar con la apropiada correlación de fuerzas, que le es (hoy) poco favorable. El contexto internacional da escalofríos. Tanto Trump como Kim de Corea del Norte no se ven muy responsables. El asesinato del militar iraní con el dron y a larga distancia es, claramente, un acto de guerra. En América Latina están Bolsonaro y los golpistas sanguinarios de Bolivia. En nuestro país sigue el odio de la llamada oposición. Y parte de ese odio de clase se expresó en el salvaje asesinato de Fernando Báez, paraguayo, en tanto le gritaban “negro de mierda”. El rugby es un deporte de clase jugado por jóvenes de músculos excesivos que se ha transformado (no lo era) en un juego en que la brutalidad cunde. ¿Hasta dónde habrá lugar para el diálogo? ¿No es patético pedirles solidaridad con los de abajo a los que más tienen? Caramba, si los odian.
En esta difícil coyuntura habrá que recordar que la iniciativa política puede ir más lejos que el poder concentrado. Y que el poder no se toma, se construye desde abajo. Es un acto de creación. Como hizo el primer Perón cuando descubrió a los migrantes internos. “Ese es mi sujeto político”, se dijo y empezó a organizarlo. Cuando dejó de hacerlo, perdió. Y vinieron días sombríos para el país. Que no ocurra una vez más.