Fue una explosión y, probablemente, lo único rescatable de Suicide Squad, la floja adaptación del clásico de DC Comics. Esa película salió en 2016 e inmediatamente los eventos comiqueros se llenaron de niñas, adolescentes y mujeres vestidas como Harley Quinn, con sus pelos azules y rojos, maquillajes a tono y martillotes. Aunque el personaje apareció originalmente en 1992 en Batman: la serie animada, recién terminó de conquistar todas las miradas cuando la encarnó Margot Robbie. Y no sólo porque la australiana sea en sí misma una fuerza de la naturaleza: el personaje se impuso por su carisma y demencia. Ahora, “la novia del Joker” vuelve este jueves en Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn) para dejar en claro por qué es la antiheroína predilecta de una generación.
Harley Quinn es “el” personaje de las millennials tardías y las centennials. Explosiva, graciosa, delirante, desde fuera puede parecer superficial y hasta boba. Así la ven, incluso, los otros habitantes de Gotham. Sin embargo, Harley es mucho más que “una versión femenina del Joker” o una encarnación del caos con minishorts. La estética punky garpa, y siempre hay un atractivo en la sugerencia velada de que se aspira, clava y pasa por la garganta cuanto estimulante le pasa cerca. Pero Quinn además es psiquiatra (y a la vez digna del pabellón más heavy de cualquier institución) y eso permite que el personaje suelte en el papel o en la pantalla observaciones agudas de la construcción psicológica que permiten desarmar a otros habitantes de Ciudad Gótica.
Lo que no puede dejarse de lado nunca con ella es la dimensión social de la ¿villana? ¿antiheroína? (valen ambas, según el caso). Eso que la vuelve tan fascinante para esta generación. Porque la cuestión estética funciona, sí, pero es un personaje que está constantemente reafirmándose en un universo que la desprecia, la resiente o la ningunea y que la preferiría despellejada y tres metros bajo tierra antes que saltando alegremente entre explosiones y copas de vermú. Por eso también cala tan hondo en una generación de chicas que, aún con sus dudas, buscan su propia emancipación de una estructura patriarcal que ya no bancan más.
Birds of Prey no será recordada como la mejor película de superhéroes de la historia, pero tiene puntos a favor: entretiene, es muy divertida, tiene unas secuencias de acción delirantes y muy bien coreografiadas, maneja un tono que se puede definir como “camp-trash” y abreva en eso que quienes no leyeron historietas llaman “estética cómic”. De los rubros técnicos, lo único flojo es la música, que durante la primera hora es muy obvia. Ahí está la playlist en Spotify para refrendar que es un festival de lo previsible .
Pero también se nota que disfrutaron haciéndola y que Margot Robbie tiene puesta la camiseta de Harley, tanto que es la productora principal del film. Robbie, quien reclamó más de una vez más compañerismo de sus colegas actrices, hace de Aves de presa casi una declaración de principios: el guión es de una mujer (Christina Hodson), la dirige otra (Cathy Yan) y, salvo el villano (Ewan McGregor), todo el cast protagonista es de chicas. Una película de heroínas sororas para la era del #MeToo.