A Jimena Barón le gusta provocar, generar polémica. Es parte de su negocio para promocionar su trabajo y promocionarse. Es una laburante. Ella, que se muestra con ese cuerpo escultural, a fuerza de entrenamiento, y se ofrece en ese lugar de objeto sexual, en tanguitas diminutas, con el discurso del derecho a hacer con el propio cuerpo lo que una quiera, incluso cosificarse, y le habla a millones de pibas que la adoran, con una imagen de una mujer que con sacrificio y bastante sola –criando a su hijo, que tuvo con el futbolista Daniel Osvaldo—va construyendo su carrera artísticas, ahora como cantante, y mete éxitos con un mensaje de empoderamiento femenino, feminista, contra la violencia machista, contra los machitos que maltratan a las chicas, ella el lunes se metió con un tema sensible.
Por eso su nombre fue tendencia en redes. La criticaron y mucho, quienes sintieron que había pasado un límite, al publicar en su cuenta de Instagram imágenes de los afiches que pegó en la vía pública, por Palermo, donde se la ve posando con medias de red y sosteniendo un pancho, sin más información que un número de teléfono, con una estética que imita a la de los cartelitos que redes de proxenetas y también mujeres que se definen como trabajadoras sexuales o están en situación de prostitución, se promocionan para conseguir clientes-prostituyentes.
Al llamar al número del afiche, se escucha la voz de la actriz, pero no aporta demasiada información: "Hola, soy Jimena y te cuento que estoy en algo increíble, estén atentos". Lo mismo sucede al escribir por WhatsApp.
Gran campaña de marketing. Pero con un tema que divide aguas en el movimiento de mujeres y disidencias: la prostitución. Con esa elección estética, para generar expectativa seguramente en torno a su nueva canción, Jimena Barón planta posición: expresa que está a favor de la prostitución como trabajo sexual. Y reivindica esa postura al publicar, con el correr de las horas, también en su Instagram, una foto junto a la dirigente de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), Georgina Orellano.
Regulacionismo o abolicionismo
El tema enfrenta posiciones irreconciliables en los feminismos: desde el movimiento abolicionista –donde me siento más cerca después de haber escuchado tantas veces a grandes referentes como Lohana Berkins, de cuya muerte mañana justo se cumplen cuatro años—se define a la prostitución como lugar de explotación, violencia y sometimiento a violaciones recurrentes, se considera que aun cuando la mujer decide por propia voluntad entrar a un prostíbulo, esa decisión está condicionada por la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra su vida, probablemente sin otras alternativas para ganarse un mango. Es lo que cuentan mujeres y otras identidades con cuerpos feminizados que han estado en ese lado oscuro de la vida y no quieren volver. La regulación del trabajo sexual desde el Estado, para AMMAR, significaría mejorar las condiciones en las cuales ejercen la prostitución quienes la “eligen”, --antes que otras formas de explotación laboral, como un empleo mal pago en una fábrica-- para garantizarles derechos laborales. La discusión puede ser infinita: hay argumentos a favor y en contra, de cada postura.
¿Por qué despertó tanto enojo la elección estética de Jimena Barón para vender su música y venderse? Porque investigaciones judiciales han detectado que esos cartelitos, que se pueden ver diariamente en columnas de luz y marquesinas de publicidad, en los alrededores del Palacio de Tribunales, por ejemplo, son pegados por redes de proxenetas, donde la explotación sexual de las mujeres en situación de prostitución suele ser moneda corriente, lejos de la romantización de esa actividad que parecía mostrar la promo de Jimena Barón. Las redes de trata se chupan pibas. Algunas entran tentadas por algún fiolo que se les hace el novio, otras porque no tienen más alternativas, o caen engañadas con ofertas laborales imposibles.
Ojalá cada mujer, cada piba, cada adolescente, pueda efectivamente seguir su deseo, elegir su destino, trabajar en un proyecto que la empodere, pensar en construir una carrera profesional y ganar dinero para mantenerse. Para algunas –las más pobres, migrantes, afrodescendientes, de pueblos originarios— ese horizonte está más lejos todavía, es casi inalcanzable.