Esta extraordinaria película con la insuperable actuación de Casey Affleck , ganador del Oscar al mejor actor protagónico en el papel de Lee, nos ofrece  la posibilidad de proponernos y proponer a los lectores las siguientes preguntas:

¿Es culpable de sus actos quien los realiza bajo el consumo de sustancias psicoactivas?

¿Cuál es la diferencia entre la culpa y la responsabilidad?

¿Qué diferencia la responsabilidad legal de la subjetiva?

¿En qué momentos  se ponen de manifiesto una y la otra?

Lee, el protagonista, es presentado como alguien que no parece pasarla bien con su vida. Trabaja de “encargado” de varios edificios. Solitario, se lo ve tirando la basura, destapando inodoros, recibiendo alguna propina, insensible al deseo de alguna inquilina por él, y soportando a otras, quejosas, porque los caños se tapan. Su ira, contenida, asoma cuando responde con un exabrupto  a una de ellas,  o en  la escena en que se toma a golpes con dos parroquianos en un bar porque “lo miran”.

Un día sucede algo que rompe la rutina; su hermano, quien tenía un problema de salud crónico, fallece, pero antes ha dejado su última voluntad en un testamento: que Lee asuma la tutela de su sobrino adolescente, aún menor de edad.  En el encuentro con el escribano para recibir todas las indicaciones que su hermano dejó detalladas y prolijamente financiadas,  se van sucediendo los recuerdos: Lee tenía una familia, una mujer y tres hijos. Se amaban, los amaba. Una noche está en la casa, en una sala con sus amigos tomando alcohol,  fumando marihuana y aspirando cocaína.  Por fin ellos se van y él, lleno de energía aún (“estaba lleno de energía, como una liebre”, dice), se va a comprar más cerveza caminando porque no podía manejar de tan alcoholizado que estaba. Cuando regresa encuentra el horror. Una vez en la comisaría, declara; en una escena que es antológica cuenta lo sucedido con lujo de detalles. Los policías lo escuchan y finalmente le dicen que queda en libertad: “Has cometido un error...  no podemos crucificarte por eso”.

–¿Entonces puedo marcharme? (Hay que verlo. Sus gestos denotan confusión, contrariedad).

–Así es. Por ahora.

El se levanta y, cuando los espectadores creemos que va a salir, le arrebata la pistola a un policía para apuntar contra su propia sien.  ¿Importa acaso si disparó? Allí se ha consumado su tragedia.

¿Cuál es nuestro interés en esta historia?

1. Nos ilustra sobre  la divergencia que existe entre la ley de cada sujeto y la Ley del Otro social, la responsabilidad legal, la subjetiva y la culpa;  el castigo como necesidad social y la necesidad de castigo subjetiva. Lee no tolera no haber sido castigado. Es culpable, se juzga a sí mismo como culpable y pagará su culpa.  Ya que no con la privación de su libertad, lo hará con su propia vida. Primero el destierro, luego la soledad y su vida miserable. Pura melancolía. La falta de sanción penal ahonda la “auto”-sanción subjetiva. Me parece ejemplar esta película a la hora de examinar que siempre que hablamos de la ley tenemos que considerar desde cuál perspectiva lo hacemos. Hasta dónde tiene alguien en su constitución subjetiva la dimensión de la ley, de lo prohibido/permitido. Y, por otra parte, qué relación establece subjetivamente con lo  prohibido/permitido socialmente.

2. Nos presenta una pregunta por el acto. Este hombre, que tenía tres hijos y una mujer a los que amaba, consuma un acto que tuerce radicalmente el rumbo de su vida.

3. Introduce el conflicto entre la ley, el acto y la realización del mismo bajo el consumo de sustancias psicoactivas.  Una  muy buena forma de poner a prueba ese significante  que hace más de 10 años atrás contribuimos a extender1 y que, entre otras cuestiones, nos permite pensar que no hace falta que se trate de una dependencia para que un consumo sea problemático.

4. Y actualiza, desde la perspectiva del séptimo arte, una reflexión que nos hacemos desde la clínica: ¿Cómo tratar, desde el psicoanálisis, con las consecuencias de esos actos que fueron realizados bajo consumo sin importar que éstos hayan tenido alguna sanción judicial o no?

Recibimos con mucha frecuencia  a personas que llegan a consultar presentándonos inicialmente las consecuencias de sus problemas de consumo. Concurren a la consulta,  luego de que su pareja los ha echado de la casa, o su jefe del trabajo, o fueron internados por taquicardia, picos de presión, sobredosis, o  tienen causas judiciales por robo, violencia callejera,  familiar, o nos refieren heridas en zonas vitales, secuelas de por vida como la pérdida de un ojo, una mano, una oreja, o la disminución, cuando no la pérdida, de alguna capacidad sensorial o motora, cicatrices físicas  o psíquicas indelebles como pueden dejar las violaciones sexuales, las golpizas que provocan abortos, las situaciones de exposición a armas de fuego o los “accidentes” automovilísticos, laborales, caseros. Alterno voz activa y pasiva, sólo por no resultar reiterativo, pero deberíamos leer todo en clave del segundo registro.

El de Lee es un “accidente casero”. El se juzga culpable pero a la manera melancólica de serlo. Queda fijado a la pérdida de esos otros que velaban su ser de objeto, esos que lo hacían sujeto a través del  indispensable velo del amor.  Objetalizado, Lee no ha ido a testimoniar, a pedirle a un analista que lo ayude a responder por qué produjo el “accidente”. No se ha ido a analizar para hacer el duelo y abrir la pregunta por su causa; para reapropiarse de ese mismo acto: ¿fallido, acting out,  pasaje al acto? ¿Será necesario buscar una nueva  forma de nombrarlos?  Actos consumidos, por ahora.

Sin la intención de hacer ningún ejercicio de psicoanálisis aplicado a un film,  podemos decir que la voluntad póstuma del hermano devuelve a Lee al plano de la intersubjetividad. Se reencuentra en forma más frecuente con sus afectos, su sobrino que lo quiere y respeta,  su ex mujer que aún lo ama, otra mujer que lo desea. Su hermano ha confiado en que él podría ser responsable por su hijo. Hay Otros para quienes “hace falta”. Una dimensión necesaria, pero no suficiente.

Con muchos de nuestros consultantes, si pretendemos que se conviertan en analizantes, tenemos que hacer las veces de esos  otros que tuvo Lee. Otros que confían, que avalan “a pesar de…”, que los sitúan en relación a sentimientos que han quedado en suspenso ante  actos que cambiaron el curso de sus vidas. Luego, es necesario acompañarlos en la tramitación de las secuelas de los actos consumidos. Interesarnos por esas heridas, cicatrices del cuerpo o del alma,  que hay que ir tratando desde lo médico, lo judicial, lo laboral, lo social, etc. también para conquistar un lugar en la transferencia. Esas marcas de los actos consumidos no son algo a extirpar, no son efectos indeseados de conductas anómalas. Son de sumo interés analítico dado que portan una verdad del sujeto. Como tercer paso, es necesario interrogar por su protagonismo en esos actos.

No sabemos por qué Lee necesitaba drogarse y alcoholizarse de ese modo con sus amigos, pero el enigma es por qué una vez que la fiesta terminó no le alcanzó y tuvo que ir a buscar más. Es nuestra tarea, afirmar que siempre hay una intencionalidad. Preguntar por las coordenadas subjetivas de esos actos. Hay que darles a los consultantes el tiempo subjetivo necesario. Sostener ese interrogante “desangustia”, ya que conduce  hacia una búsqueda de explicación subjetiva, y conmueve las respuestas ya consolidadas. Muchos colegas con el afán de pasar rápidamente al terreno analítico más clásico,  sortean con prisa estos pasos,  logrando únicamente expulsar las consecuencias traumáticas de esos actos, y haciendo que los incipientes tratamientos no prosperen en un análisis.

El recorrido por estos actos consumidos, su interrogación, vinculando consumo - acto - culpa - ley y responsabilidad, es una tarea esencial de las entrevistas iniciales2, y permitirá la reapropiación de los aquellos por parte de los consultantes permitiendo dar uno de los primeros pasos necesarios para  iniciar un tratamiento.

Lee no lo dio; pudo restañar algunas heridas, pero la decisión que toma en el final lo revela impotente para resituarse en su propia historia.

* Psicoanalista. Codirector de Fabulari, espacio de enseñanza de psicoanálisis para la clínica de la época. Trabaja en el Centro Carlos Gardel de Asistencia en Adicciones.

1. “Consumos problemáticos: un trabajo en curso”, es el título con el que bautizamos  el curso que dirigimos junto a la Lic. Lucrecia Laner durante 10 años en el Centro Carlos Gardel de Asistencia en Adicciones, dependiente del Hospital Ramos Mejía de la C.A.B.A.

2. Insisto desde hace años en la función imprescindible de las primeras entrevistas. Ya hemos hecho un recorrido por ellas en “Primeras entrevistas  en la clínica con personas con problemas vinculados al uso de drogas”, publicado en “Clínica Institucional en Toxicomanías. Una cita con el Centro Carlos Gardel”. Ed. Letra Viva. Buenos Aires. 2006.  Y en el presente año estaremos reformulando el tema junto a Mario Kameniecki, desde Fabulari, con el seminario virtual “Consumos Problemáticos: el deseo del analista y la dirección de la cura”. www.fabulari.com.ar Facebook: Fabulari.