Por alguno de esos gatuperios nunca bien explicados que alteran las correspondencias entre tierras y profetas, hace casi tres años Luis Gurevich terminó grabando su propia música en Suecia con músicos de allá. Así nació Síndrome de Estocolmo, que Club del Disco publicó en la Argentina, del que participan entre otros la violonchelista Beata Söderberg y Liliana Zavala, percusionista cordobesa radicada desde hace años en Escandinavia. Los sutiles aires folklóricos que atraviesan la música de Gurevich se enriquecen en el cruce con otros acentos en un trabajo eminentemente instrumental en el que el pianista y compositor afirma su aura de melodista superlativo. Testificando esos cruces sonoros que sin invadir enriquecen, el mismo Gurevich identificó cada uno de los diez temas que articulan el disco con una estación de subterráneo de la capital sueca. Así redondeó la idea de viaje a través de una música mucho más fácil de escuchar que de pronunciar su nombre.
El martes, la línea de subterráneos sueca se prolongó hasta Bebop, el sótano de San Telmo. Junto a Daniel Homer en guitarra, Horacio López en batería y Omar Gómez en bajo, Gurevich tradujo al aquí y ahora del verano porteño la música de Síndrome de Estocolmo, “Esos temas que tenía cautivos y que pude grabar allá”, como explicó al comienzo de la noche. A ellos se sumó al final León Gieco, para cantar algunas de esas canciones que supo componer con Gurevich; temas entrañables, ya instalados en la memoria popular. En la noche tórrida de la ciudad de horizontes arrítmicos y plazas transpiradas, la presentación resultó ser uno de esos momentos fuera del tiempo, con más goce que urgencias, zambas de nombres extraños y lujos raros, como Daniel Homer y Horacio López tocando juntos, Gurevich y Gómez recreando la sintonía musical y emotiva, y un Gieco distendido e intimista cantando con ellos.
Artesano de las melodías y de las formas, Gurevich es un compositor de una sensibilidad distinguida. Su música es franca y atractiva y desde los moldes de la canción se expande para terminar de realizarse en la dinámica de un grupo que interpretó con altura esa sensibilidad. Homer y López vienen de aquella generación que le inventó un idioma instrumental a la música argentina, inauguraron un lenguaje que sin perder sus marcas originales permitió diálogos y proyecciones hacia otras latitudes. Gurevich y Gómez afinaron su complicidad en de innumerables experiencias, entre ellas la orquesta Los Amigos del Chango.
En un escenario de miradas cómplices y goce, se fueron sucediendo con soltura un gato de nombre “Otermainstor”, la zamba “Midsommarkrasen”, un triunfo que llamado “Skanstull” y “T-Centralen”, un milongón inquieto y sentimental, entre otras formas de la misma sensibilidad. Después de hacer todas las paradas del disco, llegó el momento del invitado: León Gieco, que cantando junto al cuarteto “Todos los días un poco” y “Cinco siglos igual”, profundizó el clima sereno de una noche con bellas melodías. Perlas de afecto, en la ciudad hostigada por el calor del verano.