La ópera prima de Lucio Castro, Fin de siglo, debutó en el circuito de festivales a lo grande: fue la ganadora como Mejor Película de la Competencia Argentina del último Bafici. Desde este jueves, tendrá el desafío mayor, gustarle al público masivo ya que se estrena en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. Protagonizada por Juan Barberini, Mía Maestro y el actor español Ramón Pujol, la historia es simple pero contundente en su guion. Un argentino de Nueva York y un español de Berlín se conectan por casualidad mientras están en Barcelona. Lo que parece un encuentro de una noche entre dos extraños se convierte en una relación que abarca décadas, y en la que el tiempo y el espacio se niegan a cumplir las reglas. “Me senté a escribir sin planear, como suelo escribir. Es como si estuviera leyendo”, confiesa Castro en diálogo telefónico (vive en Nueva York) con PáginaI12. “Empecé por el principio más típico del mundo: un personaje llega a una ciudad que no conoce mucho. El llega a Barcelona. Y empecé escribir que va conociendo otro personaje en la ciudad, se encuentran, tienen sexo... Y empecé a pensar que se conocieron hace veinte años. Ahí rebobiné y pensé la historia desde el principio”, agrega el director sobre los quiebres temporales que tiene la estructura narrativa.
-Contradiciendo al tango, tu película demuestra que veinte años es mucho...
(risas)-Sí, hay muchos cambios, sobre todo por cómo se conoce la gente ahora, con el Tinder, está on line...Hace veinte años no existían ni tampoco la gente ponía aplicaciones en el teléfono. Antes era más en vivo. Cambió muchísimo la forma en que la gente se conoce y se relaciona. Antes era un poco más difícil conocerse pero había algo en vivo que era bastante lindo.
-¿Por qué decidiste situar la historia en Barcelona?
-Quería una ciudad con playa que tuviera vida en verano y en invierno. Creía que había mucho contraste entre mar y ciudad vieja. En Barcelona conseguí un equipo muy chiquito con dos personas más. Yo estaba en Europa porque mi último corto, Trust Issues, había competido en Cannes. Es muy fácil filmar en Barcelona: se puede filmar gratis en museos, por ejemplo, y conseguimos las cámaras por un precio muy bajo. Me gusta mucho porque tiene algo de pasajero: hay mucho turismo, pasa todo el mundo por ahí, pero a la vez tiene una personalidad muy fuerte. Barcelona tiene un lindo contraste entre lo permanente y lo transitorio.
-¿Los quiebres temporales te permitieron hablar de los cambios que hay entre la juventud y la madurez?
-Sí, todos vivimos en presente. Yo hablo con vos, pero de repente tengo un recuerdo de ayer o pienso qué voy a tomar hoy a la noche. Vivimos todo el tiempo así. Y en el cine es una forma de explorar esos movimientos que pasan en la mente todo el tiempo, saltando del presente a los recuerdos y al futuro. El cine es un poquito pudoroso al tratar los quiebres temporales. Pero a mí me interesó ser más suelto con eso, cambiar y pasar de una forma más física, sin decir: “Veinte años antes” o “Veinte años después”. Fue de una forma más directa y, a la vez, más enigmática.
-El paso del tiempo muestra que las personas cambian inexorablemente...
-Sí, cambian y hay también situaciones que quedan igual. Por ahí, uno opina una cosa y después otra y se olvida lo que pensó antes, pero también hay opiniones que uno mantiene durante mucho tiempo también. Me gustó ese contraste entre lo que cambia mucho y lo que no cambia nada.
-¿También buscaste reflexionar sobre la paternidad?
-Sí, de una forma muy sencilla. Yo me convertí en padre hace poco y lo que vivo me parece interesante verlo en pantalla, como el hecho de que el personaje tenga una hija. El es gay y hace veinte era raro que un gay tuviera un hijo y ahora es mucho más común o mucho más aceptado. Me parecía muy interesante ponerlo también en la película. Los hijos te cambian mucho las prioridades de la vida: se piensa no tanto en uno sino en otro ser. Cambia el orden de los valores que se tiene en la vida. Y me pareció interesante contrastar eso con los personajes entre su presente y su pasado.
-El azar está presente en la historia. ¿Son casualidades o causalidades, según tu mirada?
-El azar y la casualidad me fascinan. Acabo de terminar un nuevo guion y tomé mucho de eso. Me dan mucha curiosidad y me interesan mucho las cosas que ocurren y que uno, por ahí, les busca un sentido. Uno se encuentra con una persona dos veces en el día y le da un sentido a esas cosas que pasan por azar, pero que una persona le busque sentido a eso me parece interesante.
-Han comparado a los personajes de la película y sus charlas con los de la Nouvelle Vague. ¿Fue una inspiración o una influencia aquel histórico movimiento?
-No fue la más directa. Honestamente, antes de filmar la película vimos mucho trabajos de Eric Rohmer, sobre todo Una historia de verano. Vimos mucho El eclipse, de Michelangelo Antonioni y una película que me encanta: El camino soñado, de la directora alemana Angela Shanelec. Tiene buenos cruces de tiempo que me interesan. Esas tres películas las vimos bastante con los actores y con el director de fotografía. Las películas de la Nouvelle Vague me encantan y seguramente pasaron a través de mí porque las veo mucho, pero no fueron una influencia directa.
-¿Fin de siglo ofrece dos maneras de verla? La pregunta es porque puede ser el optimismo de la juventud sobre el futuro tanto como el recuerdo de seres adultos sobre su pasado.
-Sí, es verdad. Hay gente que dice que es una película muy joven y muy clásica, muy madura y muy joven a la vez. Tiene esas dos cosas. Hablamos con los actores era cómo ellos se iban a interpretar en la juventud y en la actualidad, ya que son los mismos actores. Una de las cosas que hablábamos era que en la juventud uno tiene una cierta inocencia. Por ejemplo, Ocho, el protagonista, quiere ser escritor. Y cuando es grande, él escribe, trabaja para una revista de poesía pero es un trabajo que le gusta más o menos. Hay un cierto compromiso con la realidad. También creo que en el compromiso hay una cierta libertad porque cuando uno es muy joven e inocente tiene mucho miedo por el “cómo me saldrá”, “cómo haré para sobrevivir”. Cuando uno es grande y le encuentra una vuelta a esta forma de hacer lo que quiere y que implica una especie de compromiso también tiene una suerte de confianza. No es que la juventud es buena y la madurez es mala.
-¿Preferís este tipo de estructura antes que el cine más lineal?
-Prefiero los dos cines. A mí me sale algo así porque me parece que cuando uno encuentra una historia es inevitable que tenga modificaciones, como los cuentos en que un personaje recuerda algo pasado. Hay saltos cuando uno cuenta historias. Y eso me interesa. Pero, por supuesto, hay películas lineales que también me encantan.
-¿Crees en la categorización del cine de temática gay o lo ves como un etiquetamiento innecesario?
-No. En realidad, no es innecesario. Creo que la película es universal y los temas son universales, de la misma forma en que yo no pienso en películas heterosexuales. Pero es verdad que todavía hay gente que se siente muy identificada. Y a esa gente le sirve ver que hay historias así. Es como un extra que hace acercar al público que, en general, no se siente identificado en la pantalla. En realidad, la homosexualidad no es un problema en esta película. No es que tienen que luchar en contra de la Iglesia para su relación, o con las familias. Acá no. Hay una vida bastante normal y no se plantean nunca si están bien o mal. No hay una culpa con eso. El tema es otro: la posibilidad del amor, la atracción, otras cosas que son universales.
La ficha
Lucio Castro nació en 1975 en Buenos Aires. En 2000, después de graduarse del Centro de Experimentación Cinematográfica (C.I.C.), se mudó a Nueva York para obtener un segundo título en la Parsons School of Design. Desde entonces, trabaja como diseñador de ropa masculina y realiza cortometrajes. Su último corto, Trust Issues (2018), se presentó en el Festival de Cine de Cannes 2018. Fin de siglo es su primer largometraje. La dirección para un largo, según el propio cineasta “fue mucho más fácil”. “Para mi último corto, Trust Issues, había estado con un equipo más grande y la verdad es que la experiencia fue un poco pesada”, comenta Castro. Por eso, decidió hacer Fin de siglo con un equipo mínimo: un microfonista y un director de fotografía que también hizo la cámara. “Toda la luz es natural, fue la que encontramos en las casas. Eso me dio mucho más flexibilidad, fue más rápido, pude cambiar más cosas. Si no me gustaba algo de la luz lo podía cambiar”, afirma el director. “Mi último corto fue el más grande que hice a nivel de producción. Lo hice en cinco días. Esta película la filmé en doce. Así que, en realidad, no fue mucho más tiempo, y los beneficios fueron mucho más grandes a todo nivel y me provocó mucho más placer”, reconoce el realizador.