Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn)
5 puntos
Birds of Prey (And the Fantabulous Emancipation of One Harley Quinn)
EE.UU., 2020.
Dirección: Cathy Yan.
Guion: Chuck Dixon, Jordan B. Gorfinkel y Christina Hodson.
Duración: 109 minutos.
Intérpretes: Margot Robbie, Mary Elizabeth Winstead, Ewan McGregor, Jurnee Smollett-Bell, Rosie Pérez y Chris Messina.
No hay temporada de Oscar que pause el mundo de los superhéroes. Mientras Marvel ultima detalles de Viuda Negra, el arranque de la fase 4 de su Universo Cinematográfico luego de la clausura de la 3 marcada por Avengers: Endgame, desde la vereda de enfrente DC mueve las piezas con la película inmediatamente posterior a ese impensado éxito comercial, de crítica y premios –tiene once nominaciones para el Oscar del próximo domingo– que fue Guasón. Y como aquí parece que todo queda en familia, el honor recae en Harley Quinn, única novia conocida del némesis de Batman y cuya primera aparición data de un episodio de la serie animada del hombre murciélago de septiembre de 1992, para llegar al cómic un año más tarde: es, pues, una de los pocas criaturas de DC que pasó de la pantalla a las viñetas y no al revés. Pero ese origen no impide que el primer protagónico de esta muchachita de tez blanquísima, maquillaje desalineado, cabellera multicolor y atuendos estrafalarios, titulado con el kilométrico Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn), siga a pies juntillas los tópicos habituales de las películas que operan como lo que podría ser, siempre y cuando la taquilla acompañe, el inicio de una saga.
De aquella reunión de consorcio de hombres y mujeres encapotados, en su mayoría con problemitas en la cabeza, que fue Escuadrón suicida emergió esta versión de Quinn a cargo de la australiana Margot Robbie, a quien últimamente se la ve hasta en la sopa. Es cierto que no hacía falta demasiado, pero debe reconocerse que Aves de presa es una obra maestra al lado de esa película. Aunque recurra a algunas escenas rodadas para aquella ocasión, el film de Cathy Yan intenta despegarse lo más posible de su predecesora apelando a la coherencia interna, la homogeneidad, a una idea estética definida y un horizonte narrativo claro aunque limitado. Hay apenas una enumeración somera de las vivencias de esa ex psiquiatra que cayó en las redes amorosas del Guasón (o Mr. G, como se le dice aquí) cuando era su paciente y luego perdió todo atisbo de cordura metiéndose en una pileta con químicos, tal como narra a cámara en la primera de varias escenas donde rompe la cuarta pared.
Aves de presa desanda la ruta más frecuentada por los vehículos audiovisuales que fungen como plataforma de despegue para un personaje sin demasiada trayectoria en la pantalla grande. A ese revisionismo histórico en primera persona –hablarle al espectador se ha convertido, desde Deadpool, en una norma del ala cool y canchera del cine de superhéroes– le seguirá un repaso veloz por las secuelas sentimentales de su relación con Mr. G y, finalmente, la llegada al relato del villano de turno. Nacido en cuna de oro y menospreciado por su padres -ay, los traumitas de la infancia-, Roman Sionis (aka Máscara Negra, interpretado por Ewan McGregor) es otro debutante en las películas de DC, y por lo tanto es necesario explicar de dónde viene, por qué es cómo es y qué lo motiva a elegir el camino de la villanía.
Aquí está una de las máximas lecciones aprendidas de Guasón: para que la cosa funcione –en taquilla– es necesario recurrir a la tranquilidad de una maldad generada por factores externos antes que por una voluntad interna. ¿Será posible hoy una criatura como el Guasón de Heath Ledger de El caballero de la noche, un tipo que encontraba en la destrucción una retorcida fuente de placer? Difícil saberlo. Lo cierto es que Quinn y Sionis se cruzarán en uno de los boliches que regentea el segundo, y a raíz del robo de una joya iniciarán un largo juego de gato y ratón. Para eso Quinn contará con la ayuda de un grupo de mujeres tan distintas entre sí como complementarias a la hora de entrar en acción. Porque la película de Cathy Yan es, también, un nuevo eslabón de ese cine que piensa que para reivindicar la lucha de las mujeres alcanza con elegir a una directora y armar un elenco femenino que le patee el trasero al hombre de turno.