Chapadmalal, ese pueblito de 5 mil habitantes atravesado por la Ruta 11, y que bordea el Atlántico entre Mar del Plata y Miramar, encierra en los viejos paradores de su ya legendario complejo turístico los sueños del peronismo más entrañable: aquel de expansiones materiales y espirituales, entre la nacionalización de servicios privados y la popularización de derechos laborales como el de las vacaciones pagas. Hoy, siete décadas después de la inauguración del predio, y a la luz de lo que viene sucediendo este verano en distintos puntos costeros , irse de viaje cerca del mar sin que te arranquen la cabeza por rentar una habitación y encima gozando de seguridades garantizadas por el Estado es, y resumido con una frase millennial, ni más ni menos que todo lo que quieren les guaches.

El predio en el que están los nueve hoteles fue uno de los tantos expropiados por el Estado en esa ola que solo en Mar del Plata incluyó el Casino y Sierra de los Padres. Una etapa feliz de una ciudad que luego tuvo una especie de reflujo o contra-ciclo con la clausura y demolición de estadios para deportes y espectáculos como el San Martín (donde Maradona hizo sus primeros dos goles en Primera), el Bristol sobre la calle Luro (que sirvió tanto para peleas de boxeo como para recibir al King Kong animatrónico de la película estrenada en 1976), la Cantera del Puerto que hosteó Aldosivi durante su excursión por el viejo Nacional B en los ’90, o el Superdomo de la Avenida Juan B. Justo donde el Peñarol marplatense salió por primera vez campeón de la Liga Nacional de Básquet.

La cuestión es que el kilométrico complejo hotelero fue creado para que laburantes de todo el país gozaran de vacaciones por primera vez en su vida, lo cuál aparejó por añadidura también la experiencia iniciatica de sus hijos. La arquitectura –entre espaciosa, bauhaus y soviet– habilitaba una numerosa convivencia entre viejeríos y piberíos de distintas procedencias. En Chapadmalal no solo se descubría el mar sino también gente que vivía en provincias alejadas: un sincretismo entre el conocimiento ecológico y el geográfico.

Más cerca en el tiempo, Chapadmalal les sumó a estas dos dimensiones pedagógicas para los pibes una tercera: el conocimiento de sí mismos. Fue gracias a los numerosos Encuentros de Jóvenes organizados a fines de cada año, desde 2002, por la Comisión Provincial por la Memoria, con estudiantes de todo el país. Chapa –cariñosa denominación que empezó a imponerse en el lugar únicamente durante la realización del evento– ayudó a decenas de miles a entender, ampliar e incluso cuestionar la noción de Derechos Humanos o las políticas de Estado en su nombre. Y –a la inversa– a aprehender también la noción de abusos perpetrados por sus propias instituciones. Chapa dentro de Chapadmalal: ahí, en estos pabellones construidos por un Estado protector, muches pibes podían también señalar aquellas instancias en la que ese Estado los desprotegía. Esto era gracias a investigaciones y ponencias en las que cada colegio planteaba una protesta pero, a la vez, una propuesta.

El nuevo gobierno recuperó para el turismo social dos hoteles que el macrismo asignó a Gendarmería.

 

La historia de Chapadmalal es una fluctuación de altos y bajos conforme pasó el tiempo y se sucedieron gobiernos con mayor o menor interés en su propio patrimonio. El último año sirvió como ejemplo: en 2019, el Ministerio de Justicia del gobierno anterior decidió reasignar dos de los nueves hoteles a Gendarmería. Así, esos lugares de ocio, de vacaciones o de reflexión –en todos los casos: lugares de pibes yendo y viniendo por galerías y pasillos– pasaban de repente a ser de uso exclusivo para la formación de fuerzas represivas del Estado.

Como si esto fuera poco, habitantes del pueblo denuncian que emprendimientos hoteleros privados se apropian ilegalmente del espacio público de las playas y de sus accesos; los cuales no son sencillos, ya que en ese tramo la ribera tiene forma de acantilado. Recién en enero esos dos hoteles fueron desafectados a Gendarmería y nuevamente utilizados con fines turísticos, tal como hicieron varios colegios del interior del país con sus alumnos a modo de viaje de egresados y buscando entrelazar este nuevo destino con aquella historia seminal de descanso, conocimiento, descubrimiento del mar y re-descubrimiento de uno mismo. Que así vuelva a ser. Y, en lo posible, para siempre.