Durante la Segunda Guerra Mundial, las cuevas de China no se llenaron de místicos practicantes de milenarias artes marciales. En muchísimos casos tuvieron destinos más pragmáticos: refugio para quienes huían de la invasión japonesa, depósitos de armas y cuarteles desde los que contratacar al incursor nipón. Uno de esos espacios devino, 70 años después, en el complejo artístico 515 Art Creative Village, ubicado en las montañas Daba, en las afueras de Dazhou, donde por estos días se celebra la exposición Local-Internacional, que cuenta con un centenar de artistas chinos y apenas tres occidentales: un canadiense, un italiano y la argentina Cecilia Ivanchevich, que presentó “Resiliencia”, una instalación de 35 metros que busca poner en diálogo ese pasaje de la historia china, la historia argentina y las tradiciones plásticas y pictóricas de ambos países. Ivanchevich es artista y curadora, formada en la Universidad Nacional de Artes y la Universidad Nacional de Tres de Febrero, ambas de Buenos Aires, y becada hace cinco años para una residencia artística en la Cite Internationale des Arts, en Paris.
515 Art Village en un lugar a primera vista bucólico, entre las montañas y junto a un río, aunque por ese mismo motivo era originalmente un depósito de municiones, el más grande al este de Sichuan. Hoy cuenta con numerosas salas de exposiciones distribuidas entre las cuevas naturales y los cuarteles construidos como ampliaciones de esas galerías de cuevas por el ejército local de aquella época. 515 también tiene un espacio para residencias artísticas y un área de investigación, espacios con los que Ivanchevich trabajó fuertemente, pues permaneció allí durante el proceso creativo y de montaje de su instalación, con la asistencia de artistas y técnicos locales. Ivanchevich compartió “su” cueva con los artistas Deng Xiao, Zhang Xiang y Tang Yong, unidos por el uso de la luz como rasgo formal común. Para la artista argentina, la idea de transformar un espacio militar en un lugar de paz y arte “está estrechamente relacionada con nuestra forma latinoamericana de construir la historia” y señala los muchos espacios “interdisciplinarios relacionados con el arte y la memoria”.
“La invitación a participar surgió en agosto de 2019 cuando viajé a Chongqing a exponer mi trabajo en la Librería Mil Gotas, que se presenta como un lugar de encuentro de China con la cultura latinoamericana”, recuerda Cecilia. Allí conoció a la curadora Xuan Xuan, que trabaja en el proyecto junto al curador y poeta Wang Lin. “El enclave es bucólico, me hace acordar a las sierras de Córdoba en invierno, con el río Zhouhe, rocoso, junto a las viejas montañas, los musgos en la piedra que le dan un color particular y la bruma que termina de generar la atmósfera”, describe. “Hice varias visitas al espacio antes de ponerme a trabajar. Para mí siempre es muy importante entender el contexto histórico del lugar. También desde lo visual necesito conocer la naturaleza rítmica de los espacios para poder intervenirlos artísticamente de forma tal que pueda redibujar y respetar la base, el contexto, la historia que el mismo espacio tiene”, explica.
Para Ivanchevich fue “fascinante” ver el trabajo de los locales. “En muy pequeña escala era presenciar la dinámica del pueblo chino para avanzar ante la adversidad: no importa el clima, las condiciones del espacio, ellos avanzan. Uno veía masas de obreros que se desplazaban de un área a otra, veía movimientos de volúmenes de cemento que se replegaban y desplegaban”, recuerda.
“Al estar en el lugar, mi propia resiliencia se puso en juego, por la polución visual, auditiva y olfativa que había por doquier. Trabajar en medio de una obra en construcción pone a prueba todos los sentidos, sobre todo con la idea de poder generar armonía, pero así entendí la dinámica de la masividad”, profundiza.
La argentina trabajó con un equipo de colaboradores que incluía a seis obreros “muy capacitados” y un coordinador. Juntos montaron las piezas bajo sus instrucciones junto a una traductora y una asistente artística que la acercó a un grupo de estudiantes de la Universidad de Artes de Dazhou para preparar las piezas fluorescentes de su trabajo. Como la tradición artística latinoamericana está atravesada por geometría, color y luz, Ivanchevich cuenta que eligió las formas geométricas y la potencia del color. “El triángulo me permitió adaptarme a la anatomía natural de la roca”, agrega. Eso se combinó con un piso espejado que unía las obras de los cuatro artistas que compartían la cueva. El sonido y las luces sincronizadas agregaban una sensación de latencia al conjunto, señala. “Mi idea fue señalizar el espacio de 35 metros con colores de forma tal que generara una sensación espiralada que condujera hacia adelante, hacia ese futuro que proponían las obras de los artistas chinos, pero mi principal objetivo era no olvidar: señalar la piedra, el túnel, la resistencia y el avance”.