Otra vez a los Juegos Olímpicos, otra vez a Tokio . El fútbol argentino repitió la clasificación 56 años después. Una curiosa coincidencia que el equipo logró el pasaporte sin perder ningún partido tanto en 1964 como ahora. Y otra coincidencia es que el entrenador era en aquella ocasión Ernesto Duchini, un especialista en divisiones inferiores, tal como lo es Fernando Batista, el entrenador de la actual sub 23.
Lo lamentable, lo triste, es la tragedia que envolvió a aquel torneo en el partido en el que se enfrentaron Perú y Argentina en el Estadio Nacional el 24 de mayo de 1964.
Llegaban a la última fecha Argentina (precedida por victorias ante Colombia, Ecuador, Chile y Uruguay) y Perú, que luchaba con Brasil la segunda plaza para los juegos. El equipo argentino, que formó ese día con Cejas; Morales, Bertolotti, Perfumo, Pazos; Malleo, Mori, Manfredi; Cabrera, Domínguez y Ochoa, se puso en ventaja con un gol de Manfredi a los 18 minutos del segundo tiempo y parecía encaminarse hacia una nueva victoria.
A los 35 de ese segundo periodo, disputaron la pelota en el aire Horacio Morales y el peruano Victor Lobatón y la pelota viajó a la red. Los 45.000 espectadores presentes en el Estadio Nacional celebraron la conquista, pero el arbitro uruguayo Angel Eduardo Pazos levantó todo lo que pudo y estiro su pierna derecha para marcar que hubo “plancha” y anuló la acción.
Un hincha apodado el “Negro Bomba” saltó al césped para agredir al árbitro, pero fue detenido por la policía. Enseguida otro barrabrava quiso agredir al árbitro con el cuello de una botella, y entonces el juez decidió dar por terminado el partido por falta de garantías. Los hinchas comenzaron a arrojar botellas, piedras, butacas y todo lo que tenían a mano mientras prendían fuego las instalaciones de madera de las tribunas. La policía soltó a sus perros y lanzó gases lacrimógenos hacia las gradas, lo que provocó un desbande general. Miles de hinchas se dirigieron entonces hacia las salidas del estadio, pero varias puertas estaban cerradas y terminaron aplastados o asfixiados. El saldo oficial fue de 328 muertos y más de 500 heridos.
El gobierno nacional declaró siete días de duelo, canceló todos los actos oficiales y promulgó una ley que suspendía las garantías individuales por 30 días. El diputado peruano Genaro Ledesma, del Frente de Liberación Nacional, solicitó que el árbitro Pazos fuera inhabilitado de por vida y que se anulara el partido, pero no tuvo eco en su reclamo.
El juez Benjamin Castañeda fue uno de los encargados de revisar los hechos. Años después concluyó en su informe judicial que la investigación del Gobierno no reflejaba el número real de víctimas, ya que allí se omitieron aquellos que murieron por disparos de la policía. Castañeda señaló al ministro de Gobierno Juan Languasco como el verdadero responsable de la tragedia. El funcionario, que se encontraba en el estadio durante el encuentro, nunca fue procesado.
Aquel 1964 fue un año turbulento para la sociedad peruana por la inflación, las huelgas de trabajadores bancarios, metalúrgicos y universitarios, y los levantamientos de campesinos en zonas rurales y andinas. En este contexto, el juez Castañeda declararía años después que la tragedia de Lima no fue producto de un simple error de un policía, sino parte de un plan represivo llevado adelante por el gobierno conservador del presidente Fernando Belaúnde Terry, que había adquirido recientemente las bombas lacrimógenas que se arrojaron en el Estadio Nacional para contener las crecientes protestas.
En lo estrictamente deportivo, se dio por ganado el partido a Argentina, y Perú y Brasil disputaron el pase a los JJOO en un partido que se disputó en Río y en el que los locales ganaron por 4-0. En los Juegos de Tokio Argentina quedó rápidamente eliminada después de empatar con Ghana y perder con Japón.
En la cobertura de aquellos hechos del 64, El Gráfico resaltaba los incidentes que se produjeron ese mismo día en un partido entre Independiente y Banfield "que pudieron generar una tragedia similar...".
El técnico argentino Ernesto Duchini declaró después de aquel fatídico partido: "Hubiera preferido la más humillante de las derrotas antes que una victoria en medio de esta tragedia".