Los titulares de los medios abundan en anuncios –unos más alarmantes que otros- sobre la epidemia del coronavirus. Se multiplican las noticias, las advertencias y los alertas. Se publican fotos, crónicas de las “cuarentenas” en lujosos cruceros o en poblaciones chinas. Por momentos parece más una ofensiva contra los chinos que una advertencia sobre un riesgo que amenaza la calidad de vida de grandes poblaciones. Hubo cierres de fronteras, vuelos cancelados, y hasta evacuaciones que, en lugar de ayudar a controlar el virus, pueden provocar su expansión. No faltaron brotes de xenofobia y racismo hacia las comunidades chinas.

La pregunta que emerge siempre en estos casos es quién se favorece y quién se perjudica. En el 2009 y 2010 el mundo vivió el alerta sobre la gripe A, sin que hasta el momento se haya logrado información precisa sobre el alcance de la mentada pandemia. Lo que sí se hizo evidente fue el aumento del precio de los medicamentos necesarios para controlar la enfermedad. Los laboratorios felices… ¿o responsables? Difícil determinarlo.

Es correcto que el sistema de medios de comunicación informe sobre estos eventos. También es cierto que en muchos casos la información que se brinda prefiere recostarse en los costados más “amarillos” de la noticia, con poco énfasis en el servicio que se puede brindar sobre prácticas de detección y prevención de la enfermedad.

Sin embargo ¿el avance del coronavirus es de tal magnitud tomando en consideración otros males y plagas en el mundo? ¿Por qué otros problemas, de mayor envergadura y gravedad desaparecen de los titulares?

Para muestra basta un ejemplo. Según los últimos datos conocidos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) hay 821 millones de personas en el mundo que están subalimentadas. De este número 39,3 millones habitan en América Latina y el Caribe y 256,5 millones en África. Dentro del universo mayor 142 millones de personas pueden morirse de hambre. La principal causa del hambre en el mundo son las guerras.

Partamos de la base de que cada persona es importante y que basta que una sola de ellas esté en riesgo o con peligro de muerte valen todos las iniciativas que se hagan para evitarlo.

Sin embargo ¿son comparables los efectos del coronavirus con las consecuencias del hambre en el mundo? ¿Acaso el hambre no es la principal pandemia que afecta a la humanidad?

Si así fuera ¿por qué hay mucho menos espacio y tiempo dedicado al flagelo del hambre y por qué no se reiteran titulares para advertir sobre el riesgo de muertes masiva que ello implica?

El hambre no vende, salvo cuando genera lástima para habilitar el amarillismo periodístico. Más allá de la gravedad de cualquier crisis sanitaria es evidente que ese es el hábitat donde abrevan los laboratorios, intereses económicos, grupos de poder. El hambre, en cambio, en sí misma, es una denuncia contra la injusticia del sistema capitalista en general, contra la violencia de las guerras y contra el poder político que mira para otro lado o se favorece de estas situaciones.

El hambre es la principal pandemia del mundo. Aunque los factores de poder sean incapaces de avanzar en medidas estructurales de fondo para solucionarlo y los medios no le presten atención sino en muy contadas ocasiones. La crisis es de tal gravedad y se arrastra de tal manera que ya no es novedad. De tan reiterado y conocido el hambre ya “no vende”… aunque siga siendo la principal causa de muerte en el mundo. Allí radica también la importancia de que el gobierno argentino haya puesto la lucha contra el hambre como su prioridad fundamental y como el centro de sus políticas públicas.

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