Una nueva falacia recorre las columnas de los analistas económicos de la prensa que sostuvo al régimen precedente. Se trata de la asimilación entre los resultados económicos del segundo gobierno de CFK y la ruinosa administración macrista. Así, para que pase de largo el desastre del neoliberalismo con miras a su eterno retorno, se recurre al subterfugio de mirar aisladamente la evolución del producto para afirmar, al final del razonamiento, que “la economía se encuentra estancada desde 2011”.
Si entre 2011 y 2015 pasó más o menos lo mismo que entre 2016 y 2019 se cumpliría entonces la máxima trotskista según la cual el kirchnerismo y el macrismo “son lo mismo”. Finalmente, cualquiera puede mirar las tablas de Excel que recopila el Indec sobre la evolución del producto y encontrar que el PIB a precios constantes de 2011 estaba incluso por encima del que quedará a fines de 2019 cuando se conozcan los datos del último trimestre del año.
Efectivamente la economía presenta, para la sumatoria de los dos períodos, un balance de estancamiento que se transforma en franca caída si se lo considera en términos per cápita, ya que la población siguió creciendo. El objetivo de asimilar los resultados de modelos opuestos, persigue que las culpas se diluyan y que la responsabilidad se remita, quizá, a un oscuro destino manifiesto expresado en ciclos de expansión y contracción tan inevitables como inmutables, una suerte de vida entre “la ilusión y el desencanto”, como poetizaron figuras egregias de la derecha económica más rancia.
Pero como cualquier estudiante del primer año de la carrera de economía sabe, la evolución del PIB, si bien es un indicador muy importante para juzgar períodos largos, dice muy poco acerca de los procesos que ocurren al interior del sistema económico. El estancamiento del tercer gobierno kirchnerista fue el resultado de que la economía se quedó sin dólares, por eso los intentos de Amado Boudou, visionario ya antes de 2011, y de Axel Kicillof, sobre el final del período, para recomponer las relaciones con los mercados financieros internacionales. En este punto la crítica es conocida. Urgido por haber tomado una economía que salía del infierno y se encontraba “en el purgatorio”, el kirchnerismo careció de un plan explícito de transformación de la estructura productiva para aumentar la provisión y el ahorro de divisas. Tardó en recuperar los fondos del sistema previsional y todavía más en recuperar el control de recursos estratégicos como los hidrocarburos, aunque intervenía activamente en el sector energético separando precios locales de internacionales.
A ello se sumó la geopolítica, la voluntad del capital financiero internacional y de Estados Unidos en particular, de castigar “el mal ejemplo” populista. Este poder se manifestó a través de los fallos a favor de los fondos buitre del extinto juez neoyorquino Thomas Griesa y el rechazo de la Corte Suprema estadounidense a abordar las apelaciones de Argentina a los fallos exóticos del magistrado, una clara decisión de política exterior. Mientras tanto, el país siguió cumpliendo sus compromisos financieros apelando a las reservas del Banco Central, acumuladas durante la expansión, y agravando a la vez su problema estructural de falta de dólares para el crecimiento. Sin embargo, durante todo el segundo gobierno de CFK, con la excepción de la devaluación que se produjo a comienzos de la administración económica del actual gobernador bonaerense, los salarios siguieron ganándole a la inflación y no se afectó mayormente la dirección de la redistribución del ingreso. Durante los 12 años del kirchnerismo todos los momentos de caída del ciclo fueron rápidamente compensados por la rápida acción estatal. El freno de la economía fue un subproducto del crecimiento desordenado y de las dificultades para recomponer el frente financiero externo. El dato clave, como ya fue explicado muchas veces, fue la reaparición de la “restricción externa” producto, otra vez, de la expansión interna, la baja de los precios de las commodities post crisis internacional de 2008-2009 y el castigo “geopolítico” de los mercados financieros. Como lo sabían y saben los principales macroeconomistas argentinos al menos desde la década del 60 del siglo pasado, esta restricción es el verdadero motor de los ciclos económicos locales. Lejos de solucionar la restricción, el macrismo la agravó disimulándola con una toma desenfrenada de deuda en divisas, al triple de velocidad de la de la última dictadura, a la vez que destruyó el sector manufacturero y demolió el poder adquisitivo de los trabajadores. Exactamente lo contrario al gobierno precedente. El resultado no fue el mismo, sino lo peor que le puede pasar a una economía: una fuerte recesión y compromisos financieros externos impagables. Unificar estos dos períodos por la evolución del PIB es supina ignorancia u operación ideológica.
Sin embargo, efectivamente el estancamiento económico relativo del segundo gobierno de CFK fue una de las fuentes del descontento que permitieron el regreso circunstancial de la tercera experiencia neoliberal. El regreso fue circunstancial porque se ganó un balotaje por apenas un puñado de votos, lo que no evitó la aguerrida toma del poder del macrismo, que gobernó como si hubiese obtenido una mayoría histórica, en buena medida gracias a la defección de muchos integrantes del campo popular.
Resulta un poco determinista, ya conocidos las fenómenos de lawfare, pressfare y, en general, de demonización sistemática de los gobiernos populares como estrategia geopolítica del imperialismo, atribuir los resultados electorales al devenir de la economía. Sin embargo, considerando el largo plazo, estas estrategias funcionan cuando hay problemas económicos. La demonización de CFK comenzó tan temprano como en 2008 a partir de la disputa con las patronales agrarias. Su vicepresidente Boudou fue escarnecido por los medios hasta el hartazgo, especialmente a partir de la disolución del sistema de las AFJP, un duro golpe para el capital financiero, pero ello no evitó el triunfo arrasador en 2011. La razón no fue precisamente la empatía con la viudez, como se escribió tantas veces, sino la continuidad de la expansión económica. Las elecciones recién comenzaron a perderse con la continuidad del estancamiento. Luego, Macri volvió a imponerse en 2017 porque hubo un fuerte estímulo a la demanda que determinó que aquel fuera el único año de crecimiento de su gobierno. Y frente al desastre económico que provocó su administración fue rápidamente eyectado, ni siquiera pudo llegar al ansiado balotaje. Retomando la conocida teoría de los tercios del electorado, un tercio kirchnerista, un tercio neoliberal o “gorila” y un tercio fluctuante, parece claro que las mareas de cambio de la voluntad popular, el pendular del último tercio, es siempre guiado, como es lógico, por el vil metal.